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—Abadón, otra vez estás en otro lado —dijo Pazuzu, cortando mi transe de golpe.

—Perdón, pero no puedo parar de pensar —me excuse a la vez que contenía un dolor en mi espalda baja.

—Tranquilo, es lo normal pues esta investigación puede cambiarlo todo —respondió alegre mientras sostenía con su magia una piedra y la colocaba bajo un microscopio—. Interesante, parece estar hecha de plata pero es más denso —decía mientras anotaba todo en una libreta—, sin ninguna trasparencia o reflexión de la luz —acerca un imán a la pierda—, parece reaccionar ante campos electro-magnéticos, interesante.

—No me parece nada interesante lo que estás diciendo —dije aburrido y cansado.

—Para ti, pero no para mí, pues esta piedrita podría ser la alternativa perfecta al Elixir Oscuro.

—Sí, la piedra del abismo.

—Bueno es tiempo del almuerzo —declaró mientras metía la piedra en una caja blindada— interesante, muy interesante —seguía divagando mientras yo me iba.

La piedra del abismo siempre nos pareció extraña. La encontramos a montones en el fondo de un precipicio cercano, pero decidimos iniciar una investigación y le perdimos el miedo. Bien decía el Maestro Constructor que la mejor manera de combatir el miedo es con información, he intentado eso pero con resultados infructíferos. La mera imagen de una alicornio gigante cerca de mi me resulta perturbador; cuanto mas conocía a las alicornios que hubo en Equestria más me perturbaba y llegué a pensar que esa regla no aplicaba con ellas. Yo siempre les he tenido miedo, ese miedo poco a poco me ha arruinado y por más que trato de corregir mi camino no puedo e incluso lo tuerzo aún más. Para mi fortuna el trabajo me permite escapar de esos pensamientos, pues estoy demasiado ocupado o cansado para estarme preocupando de esas cosas.

Después del almuerzo me dirigí a los invernaderos a ayudar a reparar una fuga de agua que estaba afectando a la producción de trigo. Resultó ser un trabajo más difícil de lo que creía y se complicó aún más cuando mi oxidado cuerno dejo de funcionar y tuve que terminar las obras sin magia. Terminé el trabajo ya en el anochecer y llegué a casa en la madrugada pero para mi sorpresa había alguien esperándome, sentado en el sofá con el libro poni.

—Hola Abadón, tanto tiempo sin vernos —saludó la figura de manera casi seductora.

—Sí, desde que decidiste quedarte en aquel pueblito perdido de los casco de las alicornios —respondí agotado.

—Bueno, ya no es tan perdido —contestó pensativa la figura—: la Princesa Twilight fue a visitarnos y me regaló este mismo libro que te envié.

—Tú siempre fuiste buena para pedir prestadas cosas, como esa tela que tienes escondida bajo tu cuerpo —le dije a la par que señalaba tal objeto.

—¿Esto? —sacó la tela, la cual era amarilla y tenía en color negro el mismo dibujo de mi flanco: dos cruces cruzadas—. Es una manta y yo misma la hice, sabes que soy muy buena costurera.

—Veo que aún tienes la prótesis de madera que te hice —me senté junto a ella mientras admiraba su extremidad amputada—. ¿Puedo?

—Con gusto —se quito su accesorio y me lo entregó.

—Aún sigue en perfecto estado —declaré mientras la revisaba—, hecha de fina madera de caoba, con detalles en oro y una piedra preciosa con forma de rombo incrustada en la mitad superior de la misma —vi su “rodilla”—, la articulación está en perfecto estado, como nueva —empecé a divagar—. Es curioso como esta prótesis parece intacta, y las nuevas tienen varios defectos —dije mientras se la recolocaba y me quitaba mi ala atascada para que la viera.

Ángel de la Libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora