II: Un mundo peligroso

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El frío penetraba mi chándal como cuchillos afilados, y el sol se ocultaba tras de mí, sumiendo el paisaje en una penumbra creciente.

Llevaba ya un buen rato caminando entre pequeñas y sucias cabañas de madera. Los plebeyos parecían ser la clase más baja, excluidos de la ciudad por razones de discriminación y clasismo, supongo, aunque no estoy completamente seguro de los motivos.

A pesar de todo, sentía una extraña emoción por estar en un mundo nuevo, por descubrir lo desconocido.

Avancé entre campos de siembra, rebaños de ganado, y familias que dormían, tapándose del frío con las pocas cobijas que tenían. El paisaje rural se desplegaba ante mí con una mezcla de dureza y belleza.

Ya había pasado por otra puerta; asumo que era la puerta Norte, lo que me lleva a pensar que la ciudad tiene cuatro puertas, una por cada punto cardinal.

A lo lejos, podía distinguir un cúmulo de árboles que bloqueaban la luz de la luna. El bosque y lo que se encontraba en él se fundían en la oscuridad nocturna, haciéndolo casi invisible.

Al llegar a la salida del Este, me encontré con más guardias, como era costumbre en las entradas. Más allá, había varias cuadras de casas y, alejada de todo y de todos, una pequeña y solitaria casa se alzaba a lo lejos, apartada del camino y de las demás casas, en el borde del bosque.

Ese era mi destino. Aunque temblaba por el horrible frío, me reconfortaba saber que no tendría que dormir a la intemperie.

De pronto, una respiración extraña rompió el silencio de la noche, no... más bien, un gruñido gutural.

Busqué la fuente del sonido y me topé de frente con una pequeña silueta. A primera vista, parecía un niño pequeño, pero algo en mi interior me decía que eso no era un niño. El leve gruñido se multiplicó, y sin darme cuenta, me encontré rodeado por esas criaturas. En cuanto salieron de las sombras y fueron tocados por la luz de la luna, vi con terror lo que eran.

Goblins.

Estaba rodeado por estas pequeñas criaturas de piel verde, armadas con dagas hechas de huesos y lanzas que tenían excremento en la punta. Busqué desesperadamente una posible salida.

Me encontraba a mitad del camino de tierra, y todas las casas alrededor estaban cerradas, sumidas en el silencio de la noche.

De repente, el siniestro silencio fue interrumpido por un grito de mujer que resonó a lo lejos. La atención de todos los goblins que me rodeaban se desvió hacia la fuente del sonido.

Aprovechando la distracción, tomé una de las lanzas de los goblins y tiré de ella con fuerza, haciendo que el monstruo que la sostenía tropezara. Estas armas eran más pesadas de lo que había imaginado. Por la pequeña apertura en su formación, logré escapar con la lanza aún en mis manos. Era una simple rama de árbol con un hueso puntiagudo amarrado con cuerda y una masa negra en la punta.

Un simple puñal envenenado; una herida así podría causar una infección grave.

Aceleré el paso hacia la casa que me habían indicado. Algunos goblins intentaron interponerse en mi camino, pero lo único que hice fue levantar la lanza frente a mí mientras corría. Los cuerpos de las criaturas eran atravesados con algo de dificultad, pero cuando quedaban empalados, dejaban de moverse casi al instante.

Los cuerpos se acumulaban en mi lanza.

Uno... dos... tres... cuatro...

La madera crujió bajo el peso de los goblins empalados y, finalmente, cedió. La lanza se partió en dos, dejándome con un inútil trozo de madera en las manos. Lo lancé a un lado y seguí corriendo, con un grupo de esas criaturas pisándome los talones.

Crónicas Del Héroe: El Sendero Del DébilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora