III: La fuerza de los débiles

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Uno de los bandidos tenía a la maga cautiva, tres más sostenían al espadachín, y los otros cuatro vigilaban tanto a los comerciantes como al arquero, inmovilizados por las ataduras. Uno de esos cuatro comenzó a acercarse, y sentí como mi corazón latía frenéticamente, amenazando con salirse de mi pecho.

Ante la inminente amenaza, mi instinto me empujó a cambiar de posición. Necesitaba un mejor ángulo, algo que me permitiera moverme sin ser descubierto. Con movimientos lentos y calculados, me desplacé entre la maleza, tratando de no hacer el más mínimo ruido. Hubo un instante crítico en el que el bandido pasó a apenas unos metros de mí, sin percatarse de mi presencia, agazapado en cuclillas y oculto entre las sombras y los hongos.

Fue en ese momento cuando tomé una decisión irracional, movido más por la adrenalina y el instinto de supervivencia que por la lógica. Sin pensarlo demasiado, desenfundé el cuchillo que Alfie me había dado y, con un movimiento rápido, apuñalé el pie del bandido. Antes de que pudiera reaccionar, jalé su tobillo hacia un costado con todas mis fuerzas. El hombre perdió el equilibrio y cayó pesadamente al suelo, soltando un grito ahogado. El frasco con el líquido naranja que llevaba se le escapó de las manos, volando por los aires antes de estrellarse contra su cabeza, rompiéndose en mil pedazos. El líquido comenzó a correr por su rostro, descendiendo hasta su mentón y goteando sobre el suelo.

El caos se desató. Los demás bandidos se giraron al ver lo que le había sucedido a su compañero, el pánico momentáneo reflejado en sus rostros. Aprovechando la distracción, me arrastré nuevamente entre la hierba alta, evitando ser detectado. Me adentré más en el bosque, dando un rodeo hasta quedar cerca de la carreta de Uriel. Ahora, dos de los bandidos que vigilaban a los comerciantes sacaron sus armas y se adentraron en el bosque, buscándome.

Este era el momento perfecto. Con dos de ellos distraídos y separados, solo quedaba uno vigilando a los rehenes. Podía sentir la tensión en el aire, tanto entre los bandidos como entre los aventureros.

Maga: -¡Suéltalos, maldito infeliz! -gritó la maga, intentando liberarse de su captor.

Líder bandido: -¡Cállate! ¿Quién demonios es ese en el bosque? -demandó el líder, furioso, mientras intentaba mantener el control de la situación.

Maga: -¡Ya te dije que no lo sé! Es solo un cliente, ¡déjalos en paz!

Líder bandido: -Esto acabará rápido si quitas el sello mágico de la caja fuerte. No querrás que tus amigos paguen las consecuencias.

Uno de los tres bandidos que retenían al espadachín sacó una navaja, acercándosela peligrosamente al cuello. El aire se volvió más denso, cada movimiento parecía marcar el inicio de una tragedia inminente.

Me desplacé por detrás de las carretas, acercándome sin ser visto. Ahora tenía una mejor vista de la situación y un lugar más seguro para ocultarme. El bandido que vigilaba a los comerciantes estaba alerta, mirando en todas direcciones, intentando detectar cualquier movimiento que delatara mi posición. Pero la oscuridad del bosque, rota solo por el resplandor tenue de los hongos luminosos, me daba una ventaja que él no tenía: la invisibilidad.

Sabiendo lo que se avecinaba, volví sigilosamente a la carreta de Uriel, donde comencé a cargarme de armas. Deslicé con cuidado dagas y objetos arrojadizos en mi cinturón, asegurándome de no hacer ningún ruido que pudiera delatar mi posición. Si recordaba bien, la poción de color naranja que habían mencionado los bandidos era para paralizar, y sabía haber visto algo similar en la carreta de Uriel. Moviéndome con la máxima cautela, comencé a buscar entre los objetos cuando, de repente, un par de botellas de cristal se entrechocaron, resonando en la quietud del bosque.

Crónicas Del Héroe: El Sendero Del DébilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora