Criom

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XI

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XI. Criom

(1976, Puerto de Rapka)

Lo único que separa a Aram de Allegria es el mar de Lat, tan grande y a la vez frío.

Los barcos pronto comienzan a llegar al puerto de Rapka, el último bastión en pie de lo que alguna vez fue Belgurk. Nadie, ni un alma, hubiese imaginado en el pasado que ese sitio sería en el futuro el puente a la salvación. Por muchos años, Rapka fue considerada la ciudad más inhóspita, en especial por sus reconocidos bandidos y por su inexistente fertilidad en sus tierras.

Sin embargo, en la actualidad, esa ciudad se volvió la conexión entre lo que un día fue y lo que será en el futuro. Los barcos colosos patrocinados por el gobierno de Aram llegan anunciando un éxodo para todas aquellas personas que han sobrevivido a cuestas. El frío es cruel, y la mayoría de los civiles portan sus ropas más abrigadoras y abrazan a los más pequeños. Sarada los observa con cuidado, ella por suerte —y por desgracia— no es capaz de sentir tal sensación.

Un sonido proveniente de uno de los niños la alerta, de inmediato lo mira y le sonríe de la mejor manera que puede: Boruto hace muecas raras con su rostro, mientras que Himawari se mantiene tan quieta como siempre, apenas y haciendo algún ruido.

Todos los transeúntes caminan en línea recta, haciendo una fila que presume ser la escalera a la salvación. Los rostros de cada uno de ellos cuentan una historia, una vida que están dejando ir. Hay alrededor de un centenar de personas, posiblemente las únicas sobrevivientes de todo Belgurk. En sus ojos se ve la tristeza y el dolor. Uno a uno, son sellados con un número, al tiempo que los suben al barco con destino al continente aliado.

Sarada tiene un plan, uno que no va a fallar. O al menos eso cree. Tan ensimismada va en sus propios pensamientos, que no se da cuenta cuando choca con alguien.

—Fíjate por donde caminas.

Ella va a discutir, pero se queda pasmada al observar al chico con el que chocó: Cabello oscuro y rubio, rostro de enojo y mirada fría.

—Hermano, hermano, ¡vamos!—Una niña tira de la mano de él incitándolo a seguir, Sarada lo sigue con la mirada.

Pronto lo pierde de vista y se dirige a su destino, aunque con una sensación perturbándola por dentro.

—Su número—dice una persona con uniforme militar de Aram—, descubra el brazo.

Sarada con cuidado extiende a Himawari, tratando de no perder el equilibrio pues con el otro brazo está sosteniendo a Boruto. La niña, como ya es costumbre no se inquieta solo sigue con sus pequeños ojos azules al militar que le está poniendo un sello en su pequeño brazo. Sin embargo, después viene el llanto precedido por un rubor en sus mejillas.

—Siguiente.

Posteriormente Boruto es entregado al militar, pero el niño patalea insistentemente como si tratara de evitar que lo sellen. El soldado con desesperación le pide a Sarada ayuda y ella accede, aunque con algo de temor, sus ojos se mueven trémulos entre Boruto y el sello, es ahí donde se da cuenta que está caliente, los sellan como si fueran ganado.

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