«Veinte.»

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Pasaron tres semanas en las cuales me recuperé perfectamente. Iba a clases, pero siempre iba a acompañado de Jun. Iba a dejarme y recogerme. Parecía una lapa pegado a mi, sin soltarme ni un día, de verdad era divertido, tierno pero a veces molesto porque se perseguía por lo que sea que pudiera pasar. Incluso cuando iba al baño. Era divertido verlo tan preocupado. 

Estábamos ambos en la biblioteca, Soon me acompañaba y Jun nos ayudaba a estudiar. Era divertido hacerlo porque mentía sobre cosas y nos preguntaba por cosas demasiado absurdas. Generalmente no le daba la palabra a Soon sólo porque yo hacía pucheros involuntarios o sonreía mientras reía. Cosas así hacían el momento divertido entre los dos. Además, poco a poco mi amigo perdió el miedo hacia Jun. Era entretenido entre los tres estudiar así. Hasta que nos cansamos y Soon tuvo que irse. 

—¿Estás cansado?—Pronunció suavemente mientras me recostaba encima de la mesa de la biblioteca.

—Un poco. Me duele.—Señalé por debajo del mueble mi herida.

—¿Todavía?

—Sólo un poco, cuando me muevo mucho.—Suspiró, teniendo una mirada triste hacia ese lado de mi cuerpo.—Basta de echarte la culpa, sabes que fue un accidente.

—Pero de todas forma, pude haberlo evitado.—Bajó su mirada entrelazado su mano con la mía.

—Agh, ya no importa, me recuperaré y haremos la misión. La última, seremos felices y comeremos perdices. ¿Vale?—Rió un poco y comenzó a guardar de a poco los papeles que teníamos encima de la mesa.

—Me gusta el final de ser felices y comer perdices.

—Juntos.—Terminé diciendo levemente.—Si es por separado entonces no es ni feliz ni tampoco tiene gracia comer perdices. 

Rió mientras yo lo copiaba, sonriendo. Guardé los últimos papeles y nos movimos. Caminamos juntos relajados por los pasillos, varias miradas estaban sobre ambos, pero las ignorábamos para luego sonreírnos juntos. 

Nos subimos a su camioneta. Mingyu no estaba así que era él el que conducía. Su mirada sobre el camino estaba concentrada, con una sonrisa de vez en cuando, cuando parábamos en un semáforo rojo, mirándome y moviendo su mano de la palanca de cambios para tomar mi muslo. 

Cuando llegamos a su casa, me sonrió. Frenó con el freno de mano, y su sonrisa parecía escabullirse entre medio de miradas desviadas. Me acomodé en el rato que quedaba sobre el asiento. Estaba cansado y sólo quería dormir. 

Debido al problema que tuvimos semanas atrás, él decidió mudarse inmediatamente. Decía que esta casa era mucho mejor, pese que estaba alejada de todo. Era preciosa, moderna y amplia. Perfecta. 

Estacionó el auto, bajándose luego. Su mirada me dijo que estaba todo bien y que podía bajar. Saqué mi mochila de la parte trasera, entrando luego en casa del chico más alto. Estaba detrás de él mientras abría la puerta. Cuando lo hizo, me detuvo, mucho antes de que pudiera poner un pie encima. 

—Nunca te había mostrado esta casa así que te haré un tour.—Sonrió, para luego besar mi mejilla. Tomó mi mano emocionado, mirándome con la ilusión pegada en su rostro.—¿Preparado?—Asentí y comenzó a moverme dentro.

Primero entramos, viendo una entrada bonita, con un asiento para guardar los zapatos, cosa que nosotros hicimos. Seguimos caminando viendo un salón amplio, con un sillón de cuero claro, una televisión enorme, y una mesita de centro que decoraba castamente el lugar. 

Caminamos un par de pasos, viendo una cocina estilo americana, con estufa tecnológicamente avanzada y una nevera enorme. Unas encimaras pulcras de bonita cerámica. Las baldosas eran negras y blancas, igual que todo el resto de la cocina. Tenía en un sitio un par de asientos directamente mirando a la cocina. Y cerca había una puerta que daba hacia fuera donde había un patio bonito, y un par de cosas que parecían cachivaches que sobraban. 

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