«Quince.»

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Jun.

Estaba acostado, con mi brazo doblado sobre mi estómago, una venda rodeaba este brazo, y la otra mano estaba cubierta por una mano hermosa que sabía de quien era. 

Minghao estaba ahí, con la cara empapada, el cabello revuelto y una gota de sudor bajando por su sien. Sus ojos al verme despierto me llenaron de amor los ojos. Nunca pude sentirme tan atraído por alguien que simplemente sonreía por verme, o se arriesgaba hasta por lo más estúpido como lo que hizo valientemente en esa escena rápida y efectiva. 

—Buenas tardes.—Susurré con la boca seca y su mirada emocionada.

—J-Jun. ¿Te sientes bien?—Asentí, cerrando los ojos.—Oh Dios, tenía mucho miedo. Cuando te encontré inconsciente sentí tanto miedo.—Me abrazó, procurando cuidar mi brazo. Sus lágrimas caían, podía sentirlo. 

Era el mismo ciervo asustado de la primera vez, aunque haya crecido un poquito. 

—Sh, tranquilo, estoy bien.—Sonreí, besando su mejilla.—¿Y tú? ¿no te pasó nada?

—Sólo me hice daño en la muñeca, pero ya tengo una venda.—En su mano perfecta y bonita, más abajo, tenía una venda que abría la muñeca y unas partes se enredaban en sus dedos haciendo de más de una utilidad.—También tengo una herida en los nudillos por golpearme con un fierro al tratar de ayudarte, pero no fue gran cosa. 

Una herida en esos mismos dedos que estaban cubiertos en la extremidad de la muñeca lastimada, podía ver un poco de sangre. Sus ojos mostraban sencillez, como si esas heridas no dolieran.

Mis ojos se cerraban cuando sus caricias llegaban a mi, su perfume liviano y dulce se acercaba a mi mientras yo me bañaba en su aroma y en él.

—Minghao...

—Dime.

—Bésame.—Con descaro, dije acercando su cara con mi mano buena.—Por favor.

Me hizo caso de inmediato, tomando mi nuca y besando con cariño mis labios. 

Cuando nos separamos vi su sonrisa que siempre hace al terminar nuestros besos. Esos besos que se convertían en algo completamente nuevo, algo que nunca nadie ni nada había provocado en mi. Sus encantos, esa inocencia que extrañaba ver, sus hermosos dientes saliendo en cualquier momento. Sus hermosos luceros que parecían ser uno de los mayores encantos, los mayores señuelos para que cualquiera con buen gusto se cayera rendido a sus pies. No estaba jugando con él, nunca lo hice, siempre quise tenerlo entre mis brazos.

Pero no con esta vida.

Quiero librarme de esto lo antes posible para poder sentirme libre de amar, de vivir y de envejecer con quien quiera.

Empezar de cero. 

Lo besé una vez más y una risita fue lo único que oí.

—Oh mierda.—Me quejé mientras sentía mi brazo doler.

—Perdón por no haberte protegido. Yo debí recibir esa bala.—Suspiró, bajando esa carita arrepentido.

—No digas eso, Hao. Sabes que lo mejor era que esto no hubiera pasado. No es tu culpa. Hiciste un buen trabajo.—Besé su frente y me relajé.—Si quieres vuelve a casa, debes descansar.—Sonreí mientras su mueca aparecía.

—Me quedaré el tiempo que sea necesario acá. 

Asentí resignado a lo que me decía. No quería tampoco preocuparlo. Lo amaba, debo admitirlo.

Y sí, no me avergonzaba. Amaba a Minghao y no le diría hasta que sea seguro el hecho de poder amarlo, de sentirlo, de tocarlo, de vivir con él sin sentirme amenazado de que fuera a llegar lo que fuera para matarlo o usarlo en contra mía. No me perdonaría si algo le llegara a pasar. Además, era mejor no demostrarle nada para que no se hiciera falsas esperanzas. Tomarle el pelo hasta que algún día pueda olvidarse de mi y yo de él.

Pero no había caso.

Era un ciervo terco, ingenuo y muy atrevido. Pero sobre todo hermoso.

No se alejaba de mi pese que todo el mundo le decía que yo era el significado de peligro, que él mismo era todo lo contrario a lo que yo necesitaba. No corrió cuando le dije que debía hacer cosas por mi, tampoco lo hizo en este caso. No se molestó cuando me vio llegar a su departamento sorpresivamente. Menos cuando le di su primer beso... Ah no, espera eso sí. 

Bueno, tiene razones. 

—Minghao.

—Dime.

—No te vayas.—Se movió del asiento en el que estaba. Se levantó y luego se acostó a mi lado.

—No tengo intenciones de hacerlo.—Mi voz se sintió quebrada cuando comenzó a tararear suavemente en mi oído, como si intentara calmarme. Era suave, su voz era suave como si estuviese tocando un pelaje de un animal hermoso. Su voz me relajaba, me hacia entrar en otro mundo donde su voz era lo que predominaba. 

Sus caricias me estaban llevando a otro mundo donde el enamorarme era normal, donde tener una relación tan extraña como esta era normal.

—No te vayas nunca.—Susurró en mi oído.—No me arrepiento de haberme unido a esto por ti.

Mi respiración se relajó, y por fin pude sentirme aliviado.

Estaba maravillado.

Mingyu entró, viéndose como ambos estábamos acostados, calmando al otro.

—¿Tienes sed?—Asentí, para luego ver como Minghao cerraba sus ojos y sus manos se relajaban.—Estaba preocupado por ti. Estaba llorando antes.—Su cara preocupada y angustiada por Minghao me hizo sentir verdaderamente mal.

—¿Tú cómo estás?

—Salvando tu pellejo, para variar.—Suspiró, mientras se acercaba a mi.

—Permiso, voy al baño.—Susurró Minghao antes de alejarse. 

Cuando dejó la habitación, con ambos mirándolo, el menor me preguntó.

—¿Estás enamorado de él?

—Mucho, y siento que me vuelvo loco.

—Sé que debemos terminar luego con esto. Por favor no hagas nada estúpido hasta que pase todo esto.—Bufé como si esas instrucciones no las hubiese seguido por bastante tiempo.

—No lo haré. Sólo lo tendré ahí hasta que pueda volver a una vida normal. 

Su sonrisa salió, y Minghao con las manos mojadas volvió a recostarse sobre mi. Pasó una de sus manos frías por mi frente.

—Estás ardiendo.

Mingyu me tomó la fiebre y por medio de sus cuidados me quedé aquí. 

Nos quedamos dormidos, juntos con las respiraciones calmadas, con mi dolor en el brazo y su sonrisa grabada en mi.

Me enamoré de un pequeño ciervo que con suerte sabe pararse en cuatro patas sin tambalearse, pero no me arrepiento de nada. 

No me arrepiento de haberlo besado, ni de enamorarme. 

Ni de no decirle lo que en verdad siento, hasta que esto se solucione.

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