«Treinta.»

89 12 0
                                    

—No me sueltes. Por favor no lo hagas.—Susurró mientras sus brazos me rodeaban. Ese miedo no desaparecía.

—No lo haré.—Seguíamos en la guarida, luego de esa misión tan extrema.

—Me libré de todo al fin.

—¿Al fin?—Asintió, separándome de él.—¿Podré despedirme de Jun?

—Sí, porque ahora soy Junhui.—Susurró, mientras me acariciaba la nuca, con suaves caricias que me estaban volviendo loco. Con unas sonrisas que me hacían explotar de felicidad y sus ojos que me hacían querer explorar todo de él. 

Lo besé suavemente, mientras sus manos pasaban por mi cintura los pulgares haciendo esas suaves caricias que me volvían un poco más loco de lo que ya estaba. Con esos suspiros regalados que salían de sus labios al terminar de besarnos. 

Volvimos a casa, ambos. Mingyu se fue a casa, necesitaba descansar. 

Y yo, claramente, quería descansar con Jun.

Dormimos hasta el otro día. Y desperté con la mejor carita de la vida.

Sus labios entreabiertos, ese leve sonido entre sus dientes, soltando ese airecito que me daba. Sus brazos que buscaban mi cuerpo una vez más, y su torso desnudo que siempre dejaba así por la exquisita sensación de las sábanas rozando su torso. Decía que era un hábito. 

Luego de un rato, me estiré, despertándolo sin querer. 

—Buen Día, ciervito.—Susurró en mi oído, roncamente, mientras mis manos no dejaban de acariciarlo por donde sea que viera un centímetro de piel.—¿Quieres comer algo?

—¿Tú estás en el menú?

—Como el especial del día.—Musitó con un mohín adorable que hizo que sus labios tomaran volumen y mis ganas de comerlo ahí mismo aparecieran.—¿Quiere algo más?

—Quizás un poco de...—Rocé mis manos con su pecho, mientras su piel se erizaba. Pude presenciar en vivo y en directo como sus piernas se estremecía y sus ojos se achicaban casi imperceptiblemente.—¿Piel?

—Quizá.

—Un buen menú, con un nutritivo desayuno...—Ronronee mientras hablaba cerca de su oído y mi cuerpo poseído por el mismísimo diablo poco a poco se subía sobre el suyo. Mis besos bajaban por su cuello, dejando unos deliciosos besos húmedos que despertaban cosas dentro de ambos. 

Mientras su sonrisa traviesa aparecía y tomaba sus brazos para que rodearan mi cintura.

Pero, al darme cuenta de que esas manos se deslizaban sobre mi, decidí hacer algo diferente. Me tocaba a mi tomar las riendas de todo lo que fuera sobre mi y él. Me tocaba a mi decidir sobre qué hacer. 

—Quédate quieto.—Susurré sensualmente en su oído. Por suerte, sólo llevaba mi bóxer negro y mi remera larga. Me saqué la remera, y sus manos instintivamente fueron a mi.—Dije quieto, tramposo.—Puse sus manos sobre la cabecera.—No quiero lastimar tus hermosas muñecas con cosas extras, ¿verdad?

Tragó saliva, sin dejar que esos gemidos graves, cantarines y excitantes salieran de su boca. La cual besaba varias veces con brusquedad, devorando sus labios. Mis manos se movían sobre él, con la pelvis rozando su erección que ya sentía debajo de mi. Sus gruñidos ahogados entre besos o labios apretados eran simplemente el sonido más exquisito que mis oídos podían sentir. 

Se separó de mis besos y me miró a los ojos.

—¿Estás bien?—Preguntó, mientras veía su pecho subir y bajar.

«Lugar de entretención.»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora