«Veintitrés.»

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Jun.

Estaba en la camioneta, con mi cinturón puesto, y un chaleco antibalas. Estaba cansado, mentalmente. 

Mingyu estaba conduciendo, hasta que llegamos. Cosa que pasó rápido. Nos bajamos todos, antes de llegar de lleno ahí. Nos miramos entre los vehículos que habíamos andado juntos. Eran por lo menos cuatro, con tres o cuatro personas cada uno. Estábamos preparados. Seungcheol y Hansol se ocupaban de aniquilar a las personas, mientras que yo, Mingyu y otros chicos más, iban detrás para buscar a Minghao y hacer lo que sea necesario para salir a buscarlo sin dejar tanto desastre. 

Nos acercamos. Un hombre robusto tenía un "paquete", aunque en realidad no era nada.

Cuando llegamos a su refugio, gris y oscuro, apartado y aislado, me tranquilice. Seungcheol chifló con una mano en su boca. El paquete estaba por delante de nosotros, y Jeonghan con otros chicos salieron en busca de nosotros. 

—Miren a quienes tenemos aquí.—Rió el descarado, acercándose un poco a nosotros.—Bien, cumplieron parte de su trato. Ahora, pueden buscar a el pequeño chico.

Mi corazón se aceleró cuando lo escuché. Pero sabía que no podía actuar por impulso, no ahora. 

—Primero toma el paquete, Minghao estará bien.—Grité con el dolor en mi garganta.—Ven.

—Está bien.—Dos hombres lo siguieron con rifles en las manos.—Vaya, vaya.—Abrió el paquete, encontrándose con unas armas de buena calidad y un poco de equipamiento. 

—Hijo de puta.—Dije mientras sacaba mi arma y disparaba hacia ambos guardias. Jeonghan se escurrió por ahí, perdiéndose en alguna parte sobre el intercambio de balas. 

Ambos guardias cayeron casi rendidos, muertos sobre el suelo. Mientras los demás hombres de este chico comenzaron a combatir en nuestra contra. 

Yo, Mingyu y otros chicos nos movimos por detrás donde supuestamente estaba la guarida de tortura de esta pandilla. Corrimos, agachados y con cuidado. Teníamos el miedo en nuestros corazones y las armas en mano. 

Llegamos a una puerta. Primero Mingyu puso su oreja para escuchar. No parecía sonar nada. Yo alcé mi pistola y él abrió la puerta. No había nadie aparte de un chico amarrado a una silla con el cuello caído y un charco de sangre por un lado. Mi corazón acelerado intentó acercarse, pero mi amigo me detuvo. Fue él primero, encontrando a alguien más. Sin remordimiento, le disparó, dejando el cuerpo ahí.

—Bien, ahora sí.—Susurró, haciendo una seña hacia mi. Bajé un escalón, y una bala llegó a el brazo de mi amigo, botando su arma y haciendo que cayera de lado.—¡Mierda, Jun, a la derecha!—Gritó mientras en un pasillo hacia dentro de la guarida, por el lado derecho había un hombre con un rifle. 

Le disparé con precisión. Su cuerpo cayó, con un charco saliendo de él, y luego no escuché nada. Levanté a Mingyu, cosa que los hombres se ocuparon. 

Minghao estaba ahí. Sus ojos estaban cerrados, tenía heridas, cortes, y mucha sangre en su ropa que pude ver la mañana anterior cuando se fue de mi casa. Su ropa estaba rajada, y su carita moreteada. Sus manos estaban con heridas, sobre todo por los nudillos, sus piernas tenían heridas, y muchos cortes por el cuerpo. Pero lo que más me llamó la atención, fue que su muñeca había sido quebrada a propósito con una máquina extraña. Se la inmovilicé, con un pedazo de su camisa para por lo menos impedir que se moviera mientras lo llevábamos. 

Pude sentir aún así, su aroma mezclado con sudor. Y su calor que aún podía percibir.

Las balas todavía se escuchaban detrás. 

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