Excusas Para Verte

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Llegamos a la casa, y vi cómo él se alejaba rápidamente, desapareciendo por las escaleras. Mi corazón latía con fuerza mientras lo observaba.

«Qué loco, me siento raro, casi vacío. ¿Por qué quiero estar a su lado? Tal vez sea porque quiero conocerlo más. La verdad es que, aunque pasé poco tiempo con él, me resultó muy divertido».

Una idea impulsiva cruzó mi mente: seguirlo. Esperaba que no pensara que era un psicópata.

—Oliver... —llamé su atención justo antes de que entrara a la habitación.

—¿Sí? —respondió, volteándose para mirarme con una curiosidad que me desarmó.

Mi nerviosismo creció, sin saber realmente qué hacía allí frente a él. Lo único que se me ocurrió decir fue:

—¿Qué vas a hacer ahora?

¿Por qué no se me ocurrió algo mejor que decir? Mi mente me traicionaba en los momentos más críticos.

Seguramente ahora piensa que soy un entrometido. Realmente no quiero que me vea de esa manera, pero... ¿por qué quiero estar con él? Se supone que debería odiarlo por ser un usurpador, ¿no?

—Planeo leer el libro que me diste —dijo, con una sonrisa que parecía sincera.

Me sentí como un idiota por pensar que podría pasar más tiempo con él. ¿Qué me pasa? No entiendo por qué quiero estar cerca de él.

—Ah... bueno, te dejo leer tranquilo. Después me cuentas qué te pareció —intenté sonar lo menos nervioso posible, aunque mi voz temblaba un poco.

—No creo terminarlo hoy, porque también tengo otras cosas que hacer —me sonrió aún más—. Nos vemos en la cena, Elio.

Lo vi entrar en la habitación y me quedé con una sonrisa en la cara. ¿Por qué me gusta tanto cuando me llama por mi nombre? Es algo tonto, pero suena tan bien cuando lo dice. Después de darme cuenta de que me había quedado parado en medio del pasillo, negué con la cabeza y caminé hacia mi cuarto. Me puse los auriculares y miré la cantidad de partituras sin terminar que tenía sobre la cama. En estos momentos, realmente echo de menos mi escritorio.

Pasé alrededor de una hora intentando crear alguna melodía, pero mi mente seguía volviendo a Oliver. Dirigí la mirada hacia la ventana en busca de inspiración, pero en su lugar, vi a Oliver sentado en una silla en el patio, con una expresión de concentración mientras leía el libro que le di.

No pude evitar sonreír al verlo tan sumergido en la lectura. Parecía disfrutarlo de verdad, y eso me hizo sentir una inexplicable calidez en el pecho. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana para verlo mejor. Su expresión era serena, sus ojos recorrían las páginas con interés genuino. Pensé en lo que había dicho antes, sobre no terminar el libro porque tenía otras cosas que hacer. Me pregunté qué otras cosas ocupaban su tiempo y si, en algún momento, yo podría formar parte de esas actividades.

Mientras seguía observándolo, me di cuenta de que mi interés por Oliver iba más allá de la mera curiosidad. Había algo en él que me atraía, algo que no podía identificar pero que me hacía querer estar cerca, conocerlo mejor.

Después de unos segundos, volví a la realidad y me di cuenta de que debía concentrarme en mis propias tareas. Me quité los auriculares y me dirigí nuevamente a mi cama, decidido a terminar al menos una de las partituras que tenía pendientes.

Narra Oliver:

Estaba sentado en el patio, absorto en la lectura del libro que Elio me había dado. Era un libro sobre la historia de Crema, la villa en la que nos encontrábamos. La historia era fascinante, llena de relatos sobre su fundación medieval, los conflictos que había atravesado y su rica herencia cultural. La tarde tranquila me permitía disfrutar cada página. De pronto, escuché una voz que me sacó de mi concentración.

Si no es luego, ¿Cuándo? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora