XI

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FINALMENTE, MI AMOR

Una tormenta terminó por desatarse a medianoche, justo después de que la pareja ingresó a su hogar

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Una tormenta terminó por desatarse a medianoche, justo después de que la pareja ingresó a su hogar. Libertá todavía dormitaba en los brazos de su madre, por lo que fue llevado inmediatamente a su habitación para un merecido descanso. Después de eso, sus padres se dirigieron a sus propios aposentos, con la mirada puesta sobre el otro.

La habitación yacía oscura y gélida para cuando ambos cruzaron la puerta, una vez el comandante cerró la puerta, se observaron mutuamente. No podían contener el deseo de abalanzarse sobre el otro ni un minuto más, incluso la legión había caído en cuenta de ello al notar las lujuriosas miradas que se dedicaron antes de partir. Necesitaban sosegar ese apetito lascivo lo antes posible o en verdad terminarían frustrados por el resto de la noche.

Theresa se le arrojó encima a besar sus labios apasionadamente, con desesperación y deseo, no pudiendo aguantar un momento más sin él. Erwin no se opuso, abrazó su cintura con posesión y la alzó con cuidado; como respuesta, su esposa envolvió con sus torneadas piernas la cintura ajena. Se quedaron así un buen rato, tan solo besándose sin detenerse.

Exploraron sus bocas mediante sus lenguas, librando una batalla que no tendría vencedor, el placer era tanto que parecían no precisar de un respiro. Ella no detuvo el beso ni cuando sintió el colchón bajo su espalda, no recordaba cómo se sentía tener sexo de esa manera; aunque hubiesen tenido tiempo de intimidar durante sus encuentros, nunca se lo tomaban con calma.

Pero esa noche era especial; debían celebrar el haber regresado vivos de esa misión, el haber conseguido la victoria tras varios sacrificios que tuvieron que enfrentar durante el camino, entre ellos el casi fallecimiento del hombre que Theresa amaba con locura.

Para ese momento, sumergidos en la lujuria y el deseo carnal, no les importaba en lo más mínimo lo que sucediese fuera de las murallas, ni que Zeke Jeager continuase con vida, mañana se preocuparían por eso. Ahora solo eran ellos dos en su burbuja de amor.

Smith recorrió el cuerpo de su esposa con la boca, desde la comisura de sus labios hasta sus pechos, donde comenzó a repartir besos por los mismos. Ella dejó escapar un gemido cuando él se aferró a uno de sus pezones, succionando con suavidad mientras acariciaba el otro con su mano.

Qué deliciosa sensación recorría sus cuerpos, un estremecimiento que erizaba sus vellos y los incitaba a continuar con su lujurioso acto.

Dejó sus pezones en libertad y repartió besos desde su abdomen hasta su vientre bajo, en donde entretuvo un rato arrancándole sollozos de placer a la muchacha. Era tan solo una simple formalidad antes de adentrarse en ella de un solo golpe, con salvajismo: y ambos lo sabían bastante bien.

Theresa contuvo la respiración y soltó un largo gemido cuando él se enterró dentro de ella, con esa maldita brusquedad que le hacía perder la cabeza y rogar por más, justo como en ese momento. El comandante siempre sabía cómo llevarla al éxtasis con sus embestidas furiosas, la prueba de ello eran los espasmos que recorrían su cuerpo conforme las estocadas certeras en su punto.

LIBERTAD | Erwin SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora