Extra I

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PROMESAS Y CUMPLIMIENTOS

Con el correr de las horas, Theresa se sentía desfallecer

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Con el correr de las horas, Theresa se sentía desfallecer. Dolorosas contracciones iban y venían sin misericordia, obligándola a conservar sosiego conforme entraba en trabajo de parto: el bebé nacería pronto. La dilatación sería pausada e intensa debido a ser madre primeriza, era consciente que podía demorar bastante tiempo hasta que su cuerpo estuviese del todo preparado para el parto, y hasta entonces aguardaba tumbada en el lecho pronunciando jadeos desesperados.

Aquellos dolores no eran lo suficientemente punzantes para hacerle gritar, pero dolían como veinte patadas seguidas en su estómago. Intentaba canalizar dichas sensaciones con inhalaciones hondas que le permitiesen conservar fuerzas para el verdadero trabajo, su obligación era traer a ese bebé al mundo sin ningún impedimento. Nunca soportaría el fallecimiento de su primogénito ni se perdonaría a sí misma haber permitido que sucumbiera, era su deber que naciera saludable.

Jamás se atrevería a extinguir ese rayo de esperanza en Erwin. Él merecía bienestar y tranquilidad.

— Debes aguantar un poco más, cariño. Todavía no estás preparada. —Mireya secaba el sudor de su frente con suavidad, vigilando su temperatura a cada instante y manteniéndola estable—. Mantente quietecita para reducir el padecimiento, sufrirás bastante si descontrolas tu respiración. Continúa endeble y no sentirás mucho dolor. ¿Cómo lo estás llevando? 

Otro paño humedecido en su frente.

— Sobreviviré.

Una nueva contracción azotó su cuerpo y sintió la necesidad de abrir las piernas debido a la presión ejercida en su útero, pero permaneció inmóvil hasta controlar sus inspiraciones. Anhelaba que Erwin apareciera por la puerta y se posara a su lado para sujetar su mano, pero era imposible: la legión se encontraba fuera de las murallas practicando nuevas maniobras defensivas y no regresarían hasta alcanzar dicha meta. En ese preciso instante temía por el bienestar ajeno.

Las contracciones aumentaban conforme el tiempo transcurría; cada espasmo solía presentarse cada diez minutos, alertando a ambas mujeres que el alumbramiento comenzaría pronto y que con un poco de suerte, el proceso finalizaría sin demasiadas complicaciones. Mireya había preparado la habitación horas antes para recibir al primogénito, inclusive Theresa estaba al corriente sobre cómo debía posicionarse para auxiliarse durante la agonía, era obvio cada detalle carecía de fallas.

Mireya levantó las pulcras sábanas y visualizó a su heredera, pero no demoró en negar con la cabeza. Había dilatado casi siete centímetros durante cuatro horas, sin embargo, continuaba existiendo la posibilidad que demorara muchísimo más: aunque Theresa mantuviera una expresión impasible, su madre sabía que el padecimiento comenzaba a florecer.

Theresa contaba con más de treinta años, la edad adecuada para alumbrar una criatura sin exponer la salud de ambos. Le sorprendía cómo su heredera podía conservar calma mientras lentamente dilataba dos centímetros más, no había emitido quejas durante todo aquel rato, como si mucho antes hubiese sabido qué malestar debía afrontar. Era verdaderamente impresionante, eso no podía negarlo en lo absoluto.

LIBERTAD | Erwin SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora