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México abría los ojos lentamente. Le dolía la cabeza y sentía cierta presión en sus muñecas. Se movió un poco escuchando como chocaban los eslabones de un par de cadenas. Aquello lo hizo abrir los ojos de par en par asustado. Se levantó de golpe escuchando cómo más de estos eslabones chocaban entre sí.

¿Pero qué mierda? —tenía las muñecas atadas a la pared de una oscura habitación.

Sentía la suavidad de unas sábanas. Las tocó con sus manos, estaba sobre una cama. Logró distinguir unas escaleras frente a él y a sus lados muebles viejos, de una época muy antigua. Escuchó cómo una puerta se abría y vio como una silueta aparecía detrás de esta. Bajaba las escaleras. México se alejaba a cada paso que daba la otra persona hasta pegarse contra la pared. Escuchó sus risas.

Aléjate de mí. ¿Dónde estoy y quién eres? —el otro simplemente se acercaba más. Trató de hacerse el valiente—. Te lo preguntaré una vez más, ¿dónde...?

Soltó un chillido cuando el otro sujetó su brazo. Sintió la fuerza que el otro poseía cuando apretó su muñeca. Aquel sujeto traía puesto un pasamontañas, lo que ocultaba su identidad. El rostro de aquel hombre se acercó al oído de México y este sentía su cálido aliento sobre su hombro, haciéndolo estremecer.

¿Y quién eres tú para amenazarme, pequeño tercermundista? —sintió un ardor en su mejilla.

Tocó suavemente su piel, le habían abofeteado. Volvió a chillar cuando sintió la mano del sujeto tomar su brazo con brusquedad.

Me presento, soy el Maestro y estás muy lejos de casa, México —el mexicano trataba de evitar su mirada—. ¡Maldita sea! ¡Veme a los ojos cuando te hablo!

Lo tomó del mentón con fuerza haciendo que volteara ver sus ojos. México respiraba agitado, con miedo. Temía lo que aquella persona le fuera a hacer.

Las reglas de este juego son simples, México. Me das lo que quiero, y no te haré daño. Te portas mal y... Tendrás un castigo —el mexicano observó cómo una sonrisa sinica aparecía en el rostro del contrario.

¿Y-Y qué es lo que quiere, Maestro?

—A ti —lo jaló con fuerza hacia el despegandolo de la pared—. Vamos, no tengas miedo, no te haré daño.

Comenzó a reír de manera sádica. Pequeñas lágrimas se formaban en los ojos de México. No había forma de que escapara, sus manos estaban encadenadas y estaba indefenso. Sintió como una de las frías manos del contrario se posicionaba en su pierna, sobre la tela de sus pantalones. Esta iba lentamente subiendo por su muslo dejándolo helado. No podía moverse.

Así me gusta, pequeña perra —siguió subiendo su mano—. My bitch (Mi perra)

Su mano estaba por llegar a su entrepierna cuando escucho el timbre de un teléfono. Gruñó molesto y aventó al mexicano sobre la cama, quien se pegó inmediatamente contra la pared. Observó de quien se trataba.

Hum... Parece que tus hermanos no se cansan de buscarte —le mostró a México la llamada de un contacto, “El Chile que pica”—. Sería una pena...

—¡No! No lo hagas. Haré lo que sea, lo prometo, ¿me oyes? ¡Lo que sea! —comenzó a llorar—. Sólo déjame salir de aquí, los problemas que tengas conmigo resuelvelos conmigo. Pero por favor, déjame hablarles y decirles que estoy bien.

El contrario pareció entender. Camino hacia México extendiendo el teléfono del mismo. El mexicano extendió sus manos, pero las cadenas le impidieron acercarse más.

Por favor...

—¿En serio creíste que sería tan fácil? —tiró el dispositivo al suelo para luego aplastarlo con su bota, destruyendo así la única esperanza de México de salir—. Ups, que torpe soy.

Que ingenuo era, creer que tu secuestrador te ayudará a escapar. Nunca ocurrirá eso. Pequeñas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Bueno, un trato es un trato, y me has prometido darme lo que sea —la mirada de México se llenó de miedo puro—. Pero me temo que te has portado mal, cariño.

Se acercó a él con intenciones dudosas. México empezó a temblar, pero no quería demostrarle a su secuestrador lo aterrado que estaba.

¿Ah, si? ¿Y qué harás?

—Tienes agallas, México —lo abofeteo nuevamente—. Pero creo que tengo que enseñarte modales, y a no retar a tu Maestro.

(...)

Me alegra que todos hayan podido asistir a la junta de hoy, porque vamos a hablar de... —ONU fue interrumpida.

I'm sorry, can I come in? (Lo siento, ¿puedo pasar?) —un tímido canadiense se asomaba por la puerta.

Ugh, adelante.

Canadá caminaba hasta su lugar. FBI lo observó con detenimiento, ¿por qué llegaría tarde?

Cómo decía, estamos aquí para hablar sobre la desaparición de México —varios países murmuraron un poco—. Silencio, por favor. Saben lo importante que es México para algunos de ustedes económicamente.

—Stupid Mexican't, who needs him? (Estúpido mexicano, ¿quién lo necesita?) —Estados Unidos se expresó en un susurro no tan inaudible.

—Ты тот, кто больше всего в этом нуждается, дает тебе чертово масло (Tu eres quien más lo necesita, te da tu maldito petróleo) —habló el hijo mayor de URSS.

Shut the fuck off (Cierra la maldita boca)

—Hagan sus peleas afuera, que tengo suficiente con lidiar con la desaparición de México —ONU proyectó un par de fotos donde se mostraba la ropa que llevaba puesta el mexicano la última vez que fue visto.

Glaubst du wirklich, es war verloren? (¿Realmente crees que se haya extraviado?) —le preguntó Alemania a su pareja, Chile.

México no desaparece cinco días sin avisar, po weon.

Y la junta continuó tratando sobre el tema de la desaparición del latinoamericano. FBI sólo podía preguntarse quien había sido su secuestrador y por qué.

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