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Cierto país ingresaba a su hogar. Una cabaña en la mitad de un bosque que se extendía por kilómetros y kilómetros. Traía una bolsa de plástico en su mano con comida caliente. Dejó la bolsa sobre la mesa de su sala para encender la chimenea, hacia frío. Se sentó sobre el sillón observando a las llamas danzar sobre la leña seca. Escucho un par de eslabones de cadenas chocando en su sótano, suspiró y se colocó el pasamontañas que ocultaba su rostro de su amado mexicano.

Tomó la bolsa de comida y camino hasta un armario, lo movió a un costado, dejando ver una puerta de hierro bastante pesada. La abrió y pudo verlo. Sus colores se tornaba grisáceos y el brillo en su mirada estaba algo apagado. Se veía enfermo, como si fuera un ave enjaulada. Bajó los escalones y se acercó a su lado.

México, ¿qué pasa?

Este se quedó callado un momento. Se sentó sobre su cama con pesadez haciendo que los eslabones de hierro chocarán con un sonido metálico. Se tallo los ojos, había estado llorando.

Mis niñas... —sollozo—. Las están secuestrando, las violan... Las... L-Las matan...

El secuestrador se alarmó. ¿Cómo podía saber eso si ni siquiera estaba en sus tierras? Oh, cierto, es la representación de un país, siente lo que pasa a pesar de estar a kilómetros de su hogar. Pasó una fría mano por su espalda, sintiendo como temblaba.

Y yo... No estoy ahí para ayudarles... —secó sus lágrimas sollozando de frustración.

Calma, calma. No llores, por favor.

—Dejame ir... —escuchó su voz rota—. ¡Dejame ir, por favor! ¡Necesito estar ahí! ¡No dejaré que nadie más muera a mis espaldas!

Se movió buscando golpear a su captor, las cadenas detenían sus muñecas y lastimaban su piel. Lloraba con notable frustración y furia. Gritaba cómo si su vida dependiera de ello. Y su secuestrador trataba de hacer lo que fuera por calmarlo.

No fue hasta que lo abrazo que su desesperación se detuvo. Se sentía protegido entre los brazos de quien más temía, pero siendo la única persona que se encontraba con él, no le quedaba de otra más que corresponder a su abrazo y recibir su apoyo.

Síndrome de Estocolmo: 22%

(...)

Brasil estaba sentado frente al escritorio del FBI. Tenía los brazos cruzados y su gorra azul al revés. Traía zapatos de fútbol y la playera de uno de sus equipos más famosos. Estaba siendo interrogado por el de uniforme.

Bien, Brasil. Ya me entregaste tu reporte, no hay sitios sospechosos en tu territorio —dijo al terminar de leerlo por segunda vez—. Eso me alegra bastante.

—Eu quero saber o que eles encontraram (Yo quiero saber lo que han encontrado)

—¿En verdad lo quieres saber? —el de habla portuguesa asintió, preparado mentalmente—. Bien...

FBI sacó una caja de abajo de su escritorio. Dentro de ella, venían las evidencias dejadas por algún país desconocido. La ropa del mexicano, el cuchillo con sangre, las fotos de México sufriendo una violacion. Aquello impacto a Brasil, a quien se le asomaban lágrimas por los ojos.

Não... México... (No... México...)

—Esto... Puede ser difícil de procesar, pero...

—Isso com certeza matou o México! (¡Ese maldito seguro mató a México!) —gritó desesperado.

Brasil, por favor, no pensemos en lo peor.

El latino sollozosaba. No debía pensar eso, México debía seguir vivo, seguramente luchaba por su vida siendo el águila valiente que siempre ha sido. Brasil estaba furioso, nada era igual desde que México se había ido, sus hermanos lo extrañaban, su padre no era el mismo. El latino tricolor se había llevado su alegría cuando desapareció.

Brasil, haremos de todo para encontrarlo —sujetó su mano en forma de demostrar su apoyo—. Confía en mi, lo encontraremos.

Brasil agachó la cabeza y sollozo nuevamente destrozado. Su amigo, su hermano, debía estar sufriendo una tortura ahora mismo. A juzgar por el cuchillo, debió haber pasado bastante tiempo desde que se había usado, la sangre estaba seca.

(...)

México, hablame de tus hermanos.

—¿Mis hermanos? —se acomodó mejor sobre su cama—. Oh, ellos... Son un desmadre total. Todo el tiempo surgía una nueva discusión, una peda masiva o incluso hacíamos enojar a la gorda capitalista.

Hablaba con un brillo en su mirada luego de haberse calmado. El secuestrador lo veía con interés, siempre que pensaba haber extinto aquel brillo, estaba ahí, cuando hablaba con ilusión sobre sus hermanos, su padre o su gente. Pero sólo duraba unos minutos, no como antes que permanecía ahí siempre que parpadeaba.

Como... Cómo quisiera volver a verlos... Deben haber cumplido tantos sueños, seguro que han de ser mucho más felices sin mí.

La nostalgia se notaba en su mirar. El secuestrador lo observó triste, se acercó a él. Gracias a la altura de su captor, el mexicano se veía más pequeño.

No digas eso —dijo con esa voz grave y fría como siempre—. La verdad es que no han cumplido ni uno.

—Eso es difícil de creer... Ucrania.

—¿Ucrania?

—¿Crees que no me he dado cuenta? —pregunto, ya lo tenía en su trampa—. El hacha que te regaló Canadá, tu voz grave y el frío en tus manos. Tienes que ser Ucrania.

—Te equivocas, México. Estoy realmente lejos de ser alguien como Ucrania.

Dicho esto, salió del sótano dando un portazo al subir por completo. México estaba confundido. Si no era Ucrania, ¿por qué tenía esa hacha y se parecía tanto a él?

Tag... You're ItDonde viven las historias. Descúbrelo ahora