Capitulo 10

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LA CASA de los Winston en Napa Valley era tal y como Kate  había supuesto: una
arquitectura majestuosa en medio de viñedos. Quizá, si había .Sido tan fácil imaginar
la casa, los Winston no fueran lente tan estrafalaria como les habían contado.
Eso sería una bendición, pensó Kate, porque tenía los nervios de punta pensando en qué iba a
ocurrir aquel fin de semana.
Ryan subió las escaleras principales detrás de ella llevando las bolsas.

-Menuda extensión tiene la finca. Me pregunto si fabricarán su propio vino.

-Seguramente. Si son tal y como afirman que son, fabricarán hasta sus propias
uvas -contestó Kate llamando a la puerta.

-Bueno, esto es una casa -dijo Ryan sonriendo.
Kate se dio la vuelta para mirar a la puerta. Era demasiado susceptible a sus
sonrisas y, en el fondo, a cualquier otra expresión que cruzara su semblante. Desde
la operación de Mary él se había mostrado tan solícito con ella, tan cariñoso, que había
tenido que contenerse para no confesarle sus sentimientos.

-¿Voy bien así vestida? ¿No parece un traje de oficina? -preguntó alisándose las
arrugas.

-No, estás muy bien. Me gusta cómo te queda ese color con el pelo.
-Bueno, el verde es un color típico para las pelirrojas.
¿Por qué habría dicho eso?, se preguntó. Estaba tan nerviosa que no podía
siquiera escucharle decir un piropo. Volvió a llamar a la puerta.

-¿Estás seguro de que era este fin de semana? No abren.
Ryan se acercó y le agarró la mano apartándola del timbre.

-Es una casa grande, ya contestarán. Y sobre tu aspecto tengo que decirte que
nada, créeme, nada puede resultar típico en ti.

No había dicho esas palabras sin pensar. Al contrario, estaba serio y pretendía
haberles dado pleno sentido. Miró sus manos y luego sus ojos.
Una vez que fijaba la
vista en él era incapaz de apartarla. ¿Cómo iba a poder jugar aquel doble juego, se
preguntó, fingiendo ante los Winston que estaba enamorada y ante él que no lo
estaba? Sólo de pensarlo la cabeza le daba vueltas. No, no era así. Le daba vueltas
la cabeza porque él la agarraba de la mano y la acariciaba la muñeca. Tendría que
fingir, fuera como fuera, porque él no la amaba. Sólo le gustaba, lo cual resultaba
muy conveniente. Eso era todo.

Al fin la puerta se abrió. Sintió deseos de huir de todo, más que nada de él.
Un momento, se dijo, se suponía que, se amaban. ¿Conseguiría metérselo en la cabeza?

-Hola, me alegro mucho de que hayáis podido venir. Siento haber tardado tanto
en abrir la puerta. Arthur y yo estábamos en el otro extremo de la casa. Creo que
debería usar unos patines para ir de un lado a otro.

Entraron en un hall con suelo de mármol y enseguida llegó Arthur a estrecharles
las manos.

-Eso, Harriet. En cuanto les digas a nuestros inversores que vas por la casa en
patines querrán hacerte una póliza de seguros.

-Nosotros no somos inversores, señora Winston, pero quizá pueda sugerirle que
use mejor un monopatín, al menos no tendrá que atárselo -comentó Ryan.

-Es mejor que no la animes -contestó Arthur dándole unos golpecitos en la
espalda-, es capaz de hacerlo.

Kate sonrió. Había estado preocupada por cómo iban a llevarse con los Winston,
pero Ryan había conseguido gustarles en sólo un minuto a los dos.

-Venid por aquí'. Dejad las bolsas ahí de momento, vamos al salón. ¿Tenéis
hambre? Espero que no. Vamos a cenar pronto, ¿os parece bien? Arthur y yo
siempre cenamos pronto cuando venimos al campo, no sé por qué.

Farsa MatrimonilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora