Relatos cortos de diferentes parejas de One Piece en diversos AU.
Todos los OS que vaya escribiendo y no quiera incluir en nuevos libros para sobrecargar mi perfil estarán aquí. Habrá todo tipo de parejas y temáticas, pero siempre se tratarán de esc...
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Los hechos
El día había estado despejado por una vez en aquella lluviosa ciudad. El campo de fútbol había sido un paraíso a la hora de perseguir el balón y no hubo demasiados resbalones en todo el partido. Los del equipo local no dejaban de corear un nombre y exclamar las grandes hazañas que había conseguido aquel día: después de décadas sin entrar en las semifinales, habían podido llegar a ellas e incluso conseguir la copa regional.
Y todo se debía al capitán y delantero centro del equipo, Roronoa Zoro.
En aquel momento estaba en medio del jolgorio, riéndose de las bromas de sus amigos y compañeros y enorgulleciéndose de los elogios que recibía por parte de su huraño y silencioso entrenador de nombre Mihawk.
Su pelo verde brillaba con el impacto directo de los rayos de sol sobre las hebras húmedas y casi parecía fusionarse con el entorno de césped y las morenas pieles de sus amigos. Verlo sonreír había sido algo difícil de presenciar, pero desde que llegaron al último año de instituto, aquello se había convertido en una rutina que revolucionaba toda la escuela, fuese por el lado femenino o el masculino.
Y allá, al final de sus ojos grises y rasgados, se reflejaba una mujer de pie y con los brazos cruzados a la espalda, donde sujetaba un bolso blanco y dorado muy ostentoso. Había bajado segundos antes de las gradas y, al salir por fin de la sombra, su cabello naranja centelleó incluso más que el de Zoro ante los rayos de sol. Ella lo observaba en silencio, con sus ojos castaños clavados en él y una sonrisa doblando sus labios pintados de rojo.
—Chicos, vámonos, que Zoro va a recoger su recompensa.
Y todos aplaudieron y gritaron ante aquella leve insinuación del gran portero del equipo, de tupé azul y barbilla partida. El capitán les ordenó que bajasen la voz y dejasen de empujarlo, pero una vez fuera del campo no le tenían ni el más mínimo respeto.
—¡Buen partido, Zoro! No hay quien te gane en la ofensiva. —Fue lo primero que comentó, intentando no fijarse en las miradas pícaras y maliciosas de los jugadores de fútbol que, mientras charlaban, desaparecían hacia el interior del instituto.
