10. Preciosa, pequeña flor

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—Un whisky a las rocas — ordenó Nie MingJue al tiempo que desabrochaba los botones de la chaqueta para abrirla y sentarse a la mesa.


La mesera asintió y dejó la carta encima de la mesa cubierta por un mantel blanco y negro antes de alejarse.


El empresario consultó su reloj de pulsera, constatando que Lan XiChen tenía todavía unos minutos para llegar. Si se hubiese tratado de otra persona, Nie MingJue habría empezado a cuestionarse que no hubiese arribado aún al restaurante; pero años de lidiar con los Lan le había enseñado que la puntualidad era uno de los requisitos para pertenecer a esa familia.


La mesera regresó con su bebida y el hombre le agradeció con un gesto. La joven también dejó el periódico ante él pues, el señor Nie era un cliente habitual del local y la mayoría del personal conocía sus gustos.


Nie MingJue abrió el periódico en la página de deportes para darle un rápido repaso a los sucesos de la semana. Su equipo de béisbol marchaba a buen paso, su caballo favorito había ganado dos carreras y la nueva estrella en ascenso de la gimnasia triunfaba en Europa.

Pasó la página para encontrarse con la sección de sociales. Una foto de los Jiang con el añadido del heredero Jin atrajo su atención. Había transcurrido una semana de esa fiesta, por todos los cielos. ¿No había otra cosa importante de la que chismorrear?

Pasó la hoja casi furiosamente, negándose a admitir que el recuerdo de esa maldita fiesta era demasiado doloroso – como una quemadura con ácido que ulceraba su piel y sus entrañas.


Mirando hacia atrás, debía admitir que no estaba enojado con Meng Yao. Después de todo, el muchacho había hecho lo que cualquiera en su posición: solo había elegido la mejor opción para él, para su bienestar. Nie MingJue lo había analizado a lo largo de esos siete días, con calma, con la cabeza... bueno con el ánimo lo suficientemente calmado para ser capaz de reflexionar sobre esta situación cual si se tratara de un asunto de la empresa. En parte había sido su culpa: desde el momento en que comprendió que Meng Yao le gustaba más que para un revolcón de una noche, debió tomar una decisión. Si le hubiese dicho al chico que se ocuparía de él, que le ayudaría... si le hubiese ofrecido un puesto bien pagado en su propia empresa o en una de las oficinas subordinadas, Meng Yao no hubiese aceptado la mejor oferta de ese imbécil de Wen Xu. Y él no estaría ahora rumiando su falta de decisión en un restaurante a la hora de almuerzo.


Por supuesto que su falta de acción se había debido en parte a la elevada opinión que se formó de Meng Yao. Había creído que el muchacho era de corazón puro, de sentimientos elevados. Era un soberano idiota, sin duda. Un soberano idiota enamorado.


Porque eso era lo que realmente le ponía de los nervios: haber comprendido que se había enamorado de Meng Yao - ¡de un muchacho que bailó en su regazo porque le estaba pagando! ¿Qué clase de imbécil se enamora de un bailarín de cabaret? ¿Qué clase de idiota se siente herido por no haber pagado a su prostituta a tiempo antes de que otro se la llevara?


—Siento llegar tarde.


Nie MingJue alzó la vista del periódico y vio que Lan XiChen tomaba asiento frente a él. Enderezándose en la silla de alto respaldo, dobló la prensa y la puso a un lado, rezando por que el otro no se hubiese percatado de que leía noticias de sociedad como una adolescente chismosa.

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