9. El barril espeso

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Tras guardar el valioso papel que certificaba que Natanael y Alba estaban unidos en santo matrimonio y el dinero que les permitiría pasar la noche a cubierto, se despidieron del padre Capdevila y fueron en busca de la pensión que les había recomendado. Desafortunadamente, estaba al completo, por lo que no pudieron hospedarse en ella. Le preguntaron al dueño por algún otro sitio donde poder pernoctar, y este les dio indicaciones para llegar a una taberna que también daba alojamiento. Recorrieron las oscuras calles en silencio, agarradas de la mano. Llegaron poco tiempo después, pues el pueblo no era muy grande, a una casa que desprendía luz y ruidos a través de sus ventanas. Sobre el dintel de la puerta había un tablón de madera con el nombre del local tallado, El barril espeso.

A primera vista no parecía un lugar muy acogedor, pero dado que no tenían alternativa se adentraron en el establecimiento. Alba observó todo con gran curiosidad pues, al no ser un lugar dado a ser frecuentado por una princesa, era la primera vez que pisaba una taberna. Varios hombres, sentados en las mesas, bebían y conversaban ruidosamente. Un chico joven y ataviado con un laúd se les aproximó.

- Buenas noches tengan. Gregorio el trovador a su servicio. ¿Desea que agasaje a esta bella mujer con una melodía? Solo le costará un maravedí.

- Es muy amable su ofrecimiento pero no, gracias. Venimos en busca de una alcoba para pasar la noche - rechazó Natalia.

- En tal caso debe hablar con Gretta, la tabernera – les respondió señalando a una mujer que estaba detrás de la barra llenando un par de jarras de cerveza de un barril.

El trovador cogió su laúd y empezó a cantar pasando entre las mesas, seguramente esperando alguna propina de los allí presentes.

Conocí a una doncella

de Castilla la vieja

me ofreció un brebaje

porque volvía de viaje

a sus ojos miré

y me enamoré

El cántico debía ser conocido, pues varios de los hombres lo corearon, si bien con poco acierto en la entonación, y hubo una gran ovación cuando terminó.

- Buenas noches – saludó Nat al llegar a la barra.

- Buena noche, ¿en qué puedo ayudarles? – respondió la mujer con un acento del norte muy peculiar.

La tabernera llevaba un vestido ajustado, con un corsé tan apretado que hacía que sus pechos casi le llegaran a la barbilla, y el pelo peinado con dos trenzas.

- Nos ha dicho Gregorio que debíamos hablar con usted para pernoctar aquí.

- ¿Gregorio? – preguntó la mujer desconcertada.

Natalia se giró y señaló al joven que seguía amenizando la velada de la clientela con su laúd.

- Ah, Goyo el de las canciones. Sí, yo soy la dueña de este lugar.

- ¿Tiene alguna alcoba libre?

- Sí, pero este es un establecimiento decente. Necesito algún documento que acredite que son familia.

Natalia sacó el certificado de matrimonio del hatillo y se lo enseñó a la mujer, que se mostró conforme.

- El alojamiento son diez maravedíes por día, veinte en pensión completa. ¿Cuántos días van a estar?

- Solo esta noche.

- Muy bien. Tendrá que abonar la mitad por adelantado, señor.

- No hay inconveniente.

Natalia sacó las monedas que les había dado el párroco y le dio cinco a la mujer. Esta cogió un manojo de llaves y les indicó que la siguieran hasta el piso de arriba.

- Han tenido suerte de ser los únicos huéspedes de hoy, así que se alojarán en la mejor alcoba, es espaciosa y cuenta con chimenea.

La alcoba era humilde, pero estaba adecentada. Como les había dicho la mujer, contaba con una pequeña chimenea y un mueble con un espejo y un aguamanil. En cuanto dejó solas a las fugitivas, estas se quitaron las vestimentas de calle y se metieron bajo las sábanas para reposar. El día había sido largo y lleno de emociones. El camastro no era muy grande, pero sí cómodo. De hecho, aquel colchón de lana no tenía ni comparación con dormir en el suelo o en un granero. Disponían de todo lo necesario para el buen descanso que se merecían. Lo único malo de aquel alojamiento era el jolgorio, apenas amortiguado, que llegaba desde el piso de abajo.

Al cabo de un buen rato se marcharon los últimos clientes y la taberna quedó en silencio. Alba, cuya cabeza reposaba sobre el pecho de Natalia, escuchaba el latir sosegado del corazón de su amiga en un intento de lograr conciliar, por fin, el sueño.

- ¿Qué te mantiene en vela? – preguntó la morena en un susurro.

- ¿Cómo sabes que no dormía?

A punto estuvo Natalia de reconocer que sabía perfectamente cuándo lo hacía porque había aprovechado sus momentos de vigilia en solitario para contemplarla. Conocía lo regular de su respiración, el peso muerto de su cabeza apoyada sobre su cuerpo y los suaves murmullos que salían de su boca mientras soñaba.

- Simplemente me pareció que no lo hacías – respondió.

- Tengo un gran cargo de conciencia por lo acontecido en la iglesia – confesó.

- ¿Por nuestro matrimonio?

- Me atribula que siquiera llames así a esa farsa.

La dureza de aquellos términos se clavaron en el corazón de la más alta.

- Alba, te ibas a casar con un hombre al que no amas. ¿Acaso eso no lo hubiera sido?

- Solo pretendía salvar a mi pueblo – se defendió con un tono avergonzado en su voz tras unos segundos en silencio.

Natalia apartó un mechón de la frente de la rubia y le acarició la mejilla.

- Lo siento, no pretendía juzgarte, solo quería hacerte ver que nuestro enlace no es tan distinto. Justamente, por salvar a Helike lo hemos hecho.

- Pero le hemos mentido a Dios y a ese pobre párroco.

- Yo no he mentido, al menos no lo hice en la parte más importante.

- ¿Qué quieres decir?

- Mi promesa de cuidarte y respetarte todos los días de mi vida fue sincera. En ese papel consta Natanael en lugar de Natalia, pero sigo siendo Nat y, ahora más que nunca, tu Nat.

Aquellas palabras, pronunciadas con una voz cargada de emoción, dejaron muda a la rubia. Tras unos minutos de reflexión sin más ruido en la alcoba que el de sus respiraciones algo agitadas, Alba habló también con sentimiento

- Debo darte la razón, no hay dos esposos con un amor tan puro y sincero como el nuestro.

Levantó la cabeza del pecho de Natalia y con su mano buscó a tientas su rostro para darle un beso en la mejilla, cerca de la comisura. No se sabe si aquello fue por corresponder el gesto que había tenido la morena en la iglesia con ella o fruto de errar las distancias a causa de la oscuridad de la noche. Los brazos de la más alta estrecharon el torso de Alba, que se reacomodó sobre su pecho. Al comprobar que aquel corazón ya no latía sosegado como lo hacía antes, en un intento de calmarlo, dejó un beso sobre él. Aunque los labios de la rubia no tocaron la piel de Natalia, dado que una fina tela se interponía entre ellas, aquello no la dejó indiferente, pues sintió que su amiga le había besado el alma.

Muchas gracias por leer!

Mención especial a ladlascanciones, trovadora del siglo XXI.

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Regina in corde meoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora