17. Boda real

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La presencia de Alba interrumpió el beso entre los recién casados, dejándolo en apenas un roce de labios, y causó un gran alboroto entre los asistentes a la ceremonia. Al verla su hermana corrió también para abrazarse a ella, mientras su padre se arrodillaba para dar gracias a Dios por haber atendido a sus súplicas y su madre rompía a llorar aliviada por tener, al fin, a su hija de vuelta. Pasados los primeros segundos de euforia, la fugitiva dirigió su mirada hacia el hombre uniformado que se había mantenido frente al altar y quedó muy sorprendida al no reconocerlo. A continuación, posó su mirada en el hombre que había al lado de este, también uniformado pero con una vestimenta menos ostentosa, y allí sí vio a un rostro familiar.

Natalia salió también de su escondite tras la columna, pero antes siquiera de avanzar diez pasos varios guardias helikenses le habían rodeado y le apuntaban con sus armas. Al ver la situación Alba se deshizo del abrazo de su hermana y se dirigió hacia donde estaba su amada. Nadie podía culpar a los guardias por actuar de forma tan impropia frente a una persona tan apreciada en aquellas tierras, pues con el aspecto que tenía en aquel momento jamás hubieran sido capaces de reconocer a la reina de Bentian.

- Bajad las armas - ordenó con voz firme. - Viene conmigo.

Los guardias obedecieron y dieron un paso hacia atrás.

- ¿Quién es este joven? - preguntó el rey.

- Es...

- Soy Natanael, su majestad la reina Natalia me encargó que trajera personalmente de vuelta a la princesa Alba - interrumpió.

La morena no tenía aún claro qué estaba aconteciendo allí, por lo que prefirió mantener su verdadera identidad en secreto como precaución.

El rey le estrechó la mano con gran entusiasmo y la reina, fuera de todo protocolo, le acogió en su pecho con un efusivo abrazo.

- Será recompensado por ello con lo que desee, Natanael, y también tendrá nuestro eterno agradecimiento - afirmó el monarca.

- ¿Y usted quién es? - inquirió Alba al hombre del uniforme ricamente adornado.

- Santiago Lacunza de Bentian, el hermano de la reina Natalia.

La cara de la rubia reflejó su sorpresa.

- Le ruego que me excuse por no haberle reconocido, la última vez que nos vimos todavía era un muchacho.

- No se preocupe, apenas alternamos en la coronación de mi hermana y, además, me hago cargo de que soy de las últimas personas que esperaba encontrarse aquí.

- Julia, que preparen agua caliente para que Alba y Natanael puedan bañarse antes de la cena - pidió el rey a la doncella.

- ¿Le gusta la pintura, Santiago? - preguntó la reina.

- Sí - respondió no muy seguro de a dónde se dirigía aquella conversación.

- Acompáñeme entonces, deseo mostrarle un cuadro que corona el salón de banquetes. Transmite una fuerza y una pasión como pocos.

El joven buscó con la mirada a Marina, que le indicó con un gesto que era mejor resignarse y dejarse llevar. Mientras que el menor de los Lacunza se quedó en compañía de sus recientes suegros, Alba se fue con su hermana a sus aposentos y Miguel se ofreció a ir con Nat. En una alcoba adyacente a la de Santiago tenía preparada una gran tinaja para adecentarse.

En cuanto se quedaron a solas los dos amigos se fundieron en un abrazo.

- Me siento tan dichoso por poderme reunir de nuevo contigo - afirmó Miguel visiblemente emocionado.

Regina in corde meoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora