14. La mujer invisible

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A la mañana siguiente, con una Alba más recuperada en lo físico que en lo emocional, reanudaron el camino a pie. La rubia andaba taciturna, sin prestar atención al paisaje o a las personas con las que se cruzaban. Sobre el mediodía se llevaron un sobresalto cuando un grupo de guardias a caballo les adelantó. Afortunadamente, la única interacción que se había producido con ellos fue un saludo a Natanael y, a pesar de que ni siquiera habían aminorado la marcha, el susto les duró a las fugitivas un buen rato. Tiempo después continuaban la ruta en silencio, con el sol cayendo a plomo, Alba todavía perdida en sus pensamientos y Natalia observándola de reojo.

- ¿Te parece bien que paremos para comer? – preguntó la morena.

- Sí, como quieras.

Se cobijaron bajo la sombra de un árbol para llenar el estómago sin el sol dándoles de pleno y aprovecharon, ya que tenían un manzano cerca, para coger unas piezas maduras y guardarlas en el hatillo.

- ¿Te encuentras bien? Te noto un poco apagada – preguntó Natalia poniendo la mano sobre la frente de su amiga para comprobar si tenía fiebre.

- Sí, sí. Es solo que estoy un poco cansada, más aún con esta solana.

- Anda, ven – le pidió al tiempo que se daba unas palmadas en los muslos para indicarle que podía apoyar su cabeza allí.

Los dedos de Natalia tomaron el control y empezaron a surcar aquel cabello rubio con suavidad.

- ¿Sabes? Me he dado cuenta de que parece que seamos invisibles.

- ¿Invisibles?

- Sí, nadie se fija en nosotras, nadie nos increpa. Como esos guardias.

- Pero eso es bueno, ¿no?

- En este momento para nosotras sí, pero me ha hecho reflexionar.

- ¿Sobre qué?

- Los ropajes que llevamos nos hacen invisibles. Ven en mí a un hombre pobre y en ti a una mujer modesta. Llevamos ropas humildes, y eso nos convierte en algo que no se ve o que no vale la pena mirar. ¿Crees que hubiera sido lo mismo si hubiesen visto a dos mujeres andando solas por ahí o si vistiéramos con ricos bordados?

- Desde luego que no. A buen seguro se hubieran parado para interrogarnos.

Al cabo de un rato los dedos de Natalia dejaron de moverse, pues se había quedado dormida con la cabeza algo ladeada. Alba, sin embargo, permanecía despierta y aprovechó para observarla con detenimiento. Desde su posición no podía deleitarse con su rostro al completo, pero sí con el ángulo que formaba su mandíbula. Lejos de ser invisible, para ella era, como ya le había dicho, el hombre más apuesto del mundo y el mejor marido que una mujer podría tener jamás. ¿Sería eso lo que le estaba ocurriendo? ¿Veía ahora a Nat con esas ropas como un varón y por eso su corazón se estaba confundiendo?

Una vez la morena se despertó de la pequeña siesta reemprendieron la marcha. Esta vez, en lugar de hacerlo por el camino marcado, se adentraron en el bosque. El atajo que les supondría atravesar el cerro que se veía a lo lejos les acercaría más rápidamente a Helike y, al mismo tiempo, menguaría las posibilidades de verse expuestas ante otra brigada. Además, las copas de los árboles les resguardaban de los rayos de sol.

Avanzar por aquel terreno empinado y pedregoso le vino bien a Alba, pues al tener que ir fijándose por dónde pisaba su mente abandonó por un tiempo el remolino de pensamientos que había arrasado su cabeza, como si de un huracán se tratase, desde la noche anterior.

- ¿Qué? Disculpa no te he escuchado.

- Que si estás bien – repitió Natalia.

- Sí.

- ¿Segura? – insistió al no apreciar que la respuesta fuera muy convincente.

- Sí, de verdad.

- Me tienes preocupada, llevas todo el día muy callada. ¿Es por mi tendencia? ¿Te incomoda?

- Nat, nada de ti me incomoda – le aseguró.

Recordó la breve conversación que tuvieron al despertar en casa de Zaz y repitió lo que le había dicho aquel día, aunque ahora las palabras tenían una mayor profundidad, si es que eso era posible.

- Al contrario, me haces sentir que estoy en casa.

- Tú también eres mi casa.

Se miraron a los ojos unos segundos, ninguna de las dos atreviéndose a darse el abrazo que sus cuerpos demandaban a gritos. Siguieron caminando un rato más y al llegar a un pequeño claro, viendo que el sol empezaba a ponerse, decidieron acomodarse para pasar la noche allí. Se oía el murmullo de agua corriendo, por lo que se guiaron por aquel sonido para ir a saciar su sed. Encontraron un arroyo no muy caudaloso, pero con una pequeña poza que no parecía excesivamente profunda.

De vuelta al claro fueron haciendo acopio de ramas para mullir un poco el suelo y poder descansar mejor. Tras dar cuenta de la cena, con los últimos rayos de sol, se tumbaron sobre el improvisado colchón. Natalia le preguntó a Alba sobre el palacio donde vivía con sus padres para hacerse una idea de cómo era el edificio antes de que llegaran allí. Mientras la rubia se lo explicaba sus cuerpos, refugiándose en la creciente oscuridad, fueron buscándose hasta encontrar la postura para la que parecían estar creados. La menuda se acomodaba a la perfección sobre la morena, con la mejilla apoyada sobre su pecho mientras que unos largos brazos le rodeaban la espalda. Tan a gusto estaba que se le escapó un pequeño ronroneo.

- Hueles a Natalia.

- Huelo a sobaco – refutó.

La morena, frustrada por el acúmulo de hormonas que le causaba tener a la mujer más guapa del mundo sobre ella decidió ir a darse un baño. El agua fría le vendría bien para templar la lujuria.

- Voy al río a lavarme un poco, he sudado un montón hoy con el calor que hacía.

Los minutos en soledad se hicieron eternos para Alba, cada vez más asustada por los sonidos de pequeños animales y de las ramas de los árboles que se rozaban mecidas por el viento. Además, la preocupación por si le había ocurrido algo a Natalia, pues tardaba en regresar y no sabía nadar, ganó al miedo y fue en su busca.

Unos metros antes de llegar a la orilla del río la luz de la luna menguante le fue suficiente para vislumbrar el cuerpo de la morena, cubierto tan solo hasta la cintura por el agua. El corazón de Alba brincó en su pecho y, sin poder decir muy bien por qué lo hacía, se agazapó entre unos matorrales. Sabía que espiar a su amiga de aquella forma estaba mal, pero sus ojos eran cautivos de lo que ocurría a tan solo unos metros. La morena, formando un cuenco con su mano derecha, tomaba agua y se la echaba por el torso frotándose después. Ver cómo aquellos dedos acariciaban sus pechos desencadenó un latigazo en la entrepierna de la rubia.

Por más que hubiera intentado engañarse, Alba no estaba confundida conNatanael. Tenía delante a Natalia, sin ropas varoniles, con sus pequeños pechosal descubierto, indiscutiblemente una mujer, y su cuerpo estaba delatando loque su mente se resistía a aceptar. Por primera vez en su vida estabaenamorada, y era de otra mujer.



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Regina in corde meoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora