Aquella noche fue Alba la que arropó a Natalia entre sus brazos y la que dejó suaves caricias en su espalda hasta que cayó en brazos de Morfeo. Por el contrario, la rubia dedicó las horas a meditar sobre lo que le había confesado su amiga. Estaba convencida de que la razón por la que la morena había yacido y no era capaz de recordar nada era que aquel hecho se produjo en contra de su voluntad y su mente lo había bloqueado. Buscó en su memoria cualquier indicio que le llevara a averiguar cuándo se produjo el traumático ataque, pues perpetrar semejante barbarie con una princesa o una reina era harto complicado. Desafortunadamente, era mucho más fácil que un desalmado se saliera con la suya si la víctima era una simple doncella, cosa que hacía que Alba se enojase sobremanera y, por ello, tenía el firme propósito de que ese tipo de hombres no tuvieran lugar en Helike. Llegó a la conclusión de que debió ocurrir en la academia militar, donde Natalia, queriendo ser uno más, no contó con la escolta habitual. Le había contado que los otros alumnos, a excepción de Miguel, habían sido crueles con ella, pero nunca imaginó que alguno de ellos hubiera llegado a tal extremo. Seguramente, gracias al muchacho que se convirtió en su amigo inseparable se libró de más agresiones y pudo finalizar su formación militar como ella había anhelado.
El día amaneció frío y lluvioso, con Alba rendida por fin al sueño. Además de haber pasado la noche en vela, arrastraba el cansancio de su enfermedad, mientras que Natalia, que acababa de despertar, acusaba una gran preocupación. En primer lugar, por la salud de su compañera de aventura, en segundo término, por no poder reanudar su marcha hacia Helike y no tener con qué pagar el alojamiento. Al menos, la más alta se sentía aliviada por el hecho de que su amiga no hubiese insistido en las cuestiones de alcoba y, lejos de escandalizarse o apartarla por haber yacido antes del matrimonio como ordenaban los cánones católicos, la había acogido en su pecho con dulzura. Con cuidado de no despertar a su bella durmiente, se deshizo de la maraña que formaban sus cuerpos y salió de la cama. Prendió fuego en la chimenea para calentar la estancia y, tras vestirse, se dispuso a bajar a la taberna. Antes de salir posó sus labios en la frente de la rubia y la arropó. Seguía con fiebre.
- Buen día, Natanael – le saludó la tabernera al verle bajar por la escalera.
- Buenos días, Gretta.
- ¿Qué tal está su esposa?
- No hay visos de mejora, sigue con fiebre.
- En el mercado de la plaza mayor hay a una señora que vende remedios para toda enfermedad, a buen seguro tendrá algo para ella.
Le dio las gracias a la mujer, quien respondió que no se merecían, y saldó lo que le adeudaba por el alojamiento y las comidas. Al regresar a la alcoba Natalia le ofreció a Alba otra infusión de sauce blanco para desayunar, pues con ella había remitido la fiebre la tarde anterior, y una rebanada de pan para que su estómago no estuviese vacío. Le comentó que iba a salir para hacer unos recados, sin precisar exactamente de qué se trataba, dado que no quería que se preocupase por la falta de dinero ni que se hiciera ilusiones si finalmente aquella curandera no tenía algo para aliviar el mal que le afligía. Tras comprobar que la rubia se había quedado dormida de nuevo añadió leña al fuego de la chimenea para que no se apagase durante su ausencia y marchó hacia la plaza mayor.
Se le había ocurrido que si Goyo el de las canciones se ganaba el sustento con sus melodías ella podría hacer lo mismo, siempre y cuando Gretta volviera a prestarle el laúd. La tabernera, prendida como estaba de Natanael, se lo cedió sin ninguna duda e, incluso, se ofreció a saciar cualquier necesidad que pudiera tener dado que su esposa estaba indispuesta.
Aquella predisposición de Gretta hizo sonrojar a Natalia, que no estaba acostumbrada a que una mujer se mostrara tan directa en sus intenciones. Vivir como hombre le estaba reportando una experiencia, sin duda, de lo más singular.
Transcurrida una hora en la que había amenizado a los transeúntes, guarecida bajo los pórticos de la plaza de la fina lluvia que caía, contaba con suficientes monedas como para pagar el remedio y un par de estancias más en la taberna. Su voz armoniosa junto a la pericia de sus manos rasgando las cuerdas del instrumento había logrado que muchas personas, la mayoría de ellas mujeres, soltaran una moneda en su sombrero. Agradeció cada donativo con una sonrisa y una pequeña inclinación de su cabeza e, incluso, hubo un momento en que un corrillo de personas escuchaba su música atentamente.
Satisfecha y, a la par, sorprendida con la recaudación fue en busca de la curandera.
La mujer en cuestión era mayor, con el rostro surcado de arrugas, el pelo cano y manos ásperas muestra de haber trabajado duro. Nat le explicó la fiebre que iba y venía y los ataques de tos y ella se mostró segura de tener el remedio adecuado para hacer desaparecer el mal en unos días.
En el camino de vuelta a la taberna la morena fue repitiendo en su mente las indicaciones que le había dado la mujer para aplicar el ungüento y preparar una infusión con las hierbas que le había dado.
En la alcoba encontró a Alba despierta, entretenida observando el chisporroteo de las llamas.
- ¿Has descansado?
- Un poco. ¿Dónde has estado?
- Salí para conseguirte medicinas – respondió mostrándole lo que traía.
La morena se sentó en la cama, envolvió a la menuda con sus brazos y le dio un largo beso en la frente.
- Sigues con algo de fiebre. Voy a prepararte el remedio.
Aprovechó el fuego para hervir un poco de agua junto con un puñado de las hierbas. Cuando el líquido se tornó de color ambarino sacó la pequeña olla para que reposara unos minutos.
- Hay que aplicar este ungüento por el pecho dos veces al día y te tienes que beber una taza de esto en cada comida.
Alba se desabrochó los botones de la pechera del camisón y retiró hacia ambos lados la tela, quedando su piel expuesta. Los dedos de Natalia, impregnados con la crema, recorrieron con parsimonia la blanca llanura bajo sus clavículas y el valle formado por sus pequeños pechos. A la rubia, a pesar de notar un calor que se extendía desde su bajo vientre hacia el resto del cuerpo, se le puso la carne de gallina.
- ¿Tienes frío? Espera, que voy a añadir un tronco.
El cese súbito de aquellas caricias hizo que se le escapase un suspiro a Alba, pero fue tan leve que no llegó a oídos de Natalia.
- Toma, bebe un poco – pidió acercándole el tazón a los labios.
Para la hora de comer el remedio parecía haber tenido algo de efecto, pues el apetito de la más menuda había mejorado. Tomó otro poco de la infusión y conversó con Natalia, quien perdía una y otra vez sus dedos entre los rubios cabellos, hasta que se durmió. Tenía la frente algo caliente, así que la morena le dejó el paño húmedo sobre esta y aprovechó la ocasión para ir a por más leña para poder alimentar la chimenea lo que restaba del día. Gretta le indicó que podía tomar la que le hiciera falta del cobertizo, situado justo al lado de la cuadra, siempre que se encargara él mismo de partir los grandes troncos en pedazos más pequeños. Se puso a ello y, con la tarea casi concluida, le llamó la atención la llegada de un grupo de hombres a caballo. Con disimulo se asomó para ver a los recién llegados y su corazón se saltó un latido al verlos ataviados con el uniforme de la guardia real de Clounlandia.
Gracias por leer!
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Regina in corde meo
Fiksi PenggemarAlba Minerva Martínez y Reche, heredera de la Corona de Helike, está a punto de celebrar sus nupcias con el futuro rey de Clounlandia Paul Granché, pero una situación inesperada hace que su vida gire 180 grados. ¿El eje sobre el que lo hará? La rein...