6. Falsa identidad

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El nuevo día las sorprendió aún abrazadas, con los rescoldos del fuego tibios.

- Buenos días, Nat – dijo Alba.

- Buenos días. ¿Qué tal has amanecido?

- Bien, duermo mejor contigo, me haces descansar, me haces sentir que estoy en casa aunque estemos en mitad del bosque, en un establo o en casa de una desconocida.

- Buen día, muchachas.

Ambas se sobresaltaron, pues no habían reparado en que ya no estaban solas en la estancia. La interrupción hizo que Natalia no pudiera sincerarse con su amiga y decirle que ella también dormía mucho mejor cuando la tenía entre sus brazos. Se pusieron en pie y saludaron a su anfitriona, que las convidó a compartir mesa con ella para el desayuno. El día era frío, por lo que avivaron de nuevo el fuego hasta que las llamas prendieron en la madera. Tomaron un poco de pan, bastante tieso, queso y cerveza.

- Sigue lloviendo, así no podéis partir.

- Le agradecemos mucho su hospitalidad, pero no queremos abusar de ella.

- Tonterías. Me vendrá bien un poco de compañía. Desde que murió mi pobre Tomás, Dios lo tenga en su gloria, estoy sola.

- Sentimos su pérdida.

- Gracias muchachas. La vida es así, unas fiebres se lo llevaron en apenas una semana.

Terminaron de desayunar en silencio y mientras recogían la mesa Zaz retomó la palabra.

- No quisiera parecer una chismosa, pero me gustaría conocer qué os ha hecho llegar hasta aquí. ¿A dónde os dirigís?

- A Bentian, para reunirnos con la familia – respondió Natalia.

- ¿Y decís que huís de un hombre malo?

Alba miró a su amiga antes de responder como pidiéndole disculpas. Ella no era capaz de mentir, y menos a una mujer bondadosa que las había acogido de aquella manera.

- Un hombre me engatusó para que me casara con él, pero su intención era aprovecharse de mí y tratarme como si fuese ganado.

En aquella época los acontecimientos, como la desaparición de la princesa de Helike el día de su boda con el príncipe de Clounlandia, se transmitían de boca a boca y no por mensajes a través de pájaros azules, por lo que la mujer no podía sospechar quiénes eran realmente sus huéspedes.

- Hay muchos hombres así, por desgracia. Yo tuve suerte con mi Tomás, nunca fue severo conmigo y se encargaba de las labores más pesadas. Ahora todo recae sobre mí, ni siquiera pudimos tener hijos.

- Cuente con nosotras para lo que sea menester – ofreció la morena.

- Lo primero es lavar vuestros vestidos, no les cabe más tierra – dijo al verlos sobre una de las sillas.

Salieron de la casa y Zaz les indicó dónde podían limpiar las vestimentas, un gran barreño que la lluvia de la noche había llenado. Lo arrastraron con algo de esfuerzo hasta la parte de porche cubierto que había entre el establo y la vivienda.

- Voy a ordeñar las cabras – anunció la mujer mayor antes de marchar.

Mientras Alba se afanaba en quitar el barro del bajo de la falda Natalia observó un montón de pedazos de troncos de árbol amontonados. Apilados contra la pared estaban los ya cortados y listos para alimentar la chimenea. Tomó un hacha y se dispuso a ir cortando la leña.

Una vez los vestidos habían recobrado su color original los escurrieron entre las dos y los tendieron, aunque difícilmente se secarían pronto con el día tan malo que hacía.

Regina in corde meoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora