Capítulo 1

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Había estado aquí antes. Mis pies descalzos se deslizaron sobre el camino cubierto de hojas, sin lastimarse por las rocas y ramas que crujían bajo ellos. Enormes robles cubiertos de musgo español creaban un dosel sobre mí, transformando el camino del bosque en un túnel de luz solar. El aire estaba cargado de humedad. El húmedo calor presionaba mi piel y robaba aliento a mis pulmones. Cuando llegué al final del camino, mi camisón de Igor se aferraba a mi piel.

- Dungeoness. -Me detuve cuando reconocí las extensas ruinas de los antiguos ladrillos cubiertos de hiedra y la casa salariega.

La Academia de Athens llevó a mi clase en un viaje de una semana a la costa el primer año a las islas de Georgia. La Isla Cumberland fue una gran ventaja debido a las tortugas de mar, caballos salvajes y estas ruinas.
-Buen trabajo, Perséfone -murmuré, golpeando una rama-. Has descubierto
dónde estás, pero, ¿cómo has llegado hasta aquí?


Me arrodillé para recoger una piedra lisa, blanca, metiendo mechones húmedos de pelo detrás de mis orejas para poder ver mejor. La roca se veía y se sentía real. Pasé la mano sobre la piedra lisa, dándole vueltas y siguiendo la forma. Su peso en mi mano me tranquilizó.

Me giré, esperando que el camino me diera algunas respuestas, pero ya no estaba allí. Me puse de pie en la orilla cubierta de hierba mirando al mar. A lo lejos, había una chica metida hasta los muslos en el océano, llevaba un vestido de espuma de mar estratégicamente colocado.

Aunque estaba de espaldas a mí, me di cuenta de que era perfecta. Los rizos de cabello cayendo sobre su piel crema impecable contrastaban con el naranja intenso del cielo mientras el sol se hundía en el mar.

Miré mi piel besada por el sol, autoconsciente. Ella era muy bonita. Un movimiento llamó mi atención y la vi mirándome por encima del hombro, sus ojos color aguamarina se encontraron con los míos. Luego habló. Me sorprendí al escuchar la voz fría de Bóreas saliendo de su lengua.

-Zeus vive.

Tropecé hacia atrás. Bóreas, el Dios del invierno. Mi mente volvió a aquel día horrible en el claro del invierno pasado. La risa fría de Bóreas. Sus dedos se clavaban en mi cabello mientras me tiraba por el suelo congelado. Los ojos de Melissa se ampliaron mientras se atragantaba con su último aliento. La oleada de poder que me dio la fuerza para poner a la Muerte misma y a Bóreas bajo mi control.

Un alma por un alma. Lo había negociado con Tánatos, el Dios de la muerte, y maté a Bóreas sin pensarlo dos veces, salvando a mi mejor amiga.

Deseo que mueras, le dije.

No había tenido más remedio que cumplir. Ahora las imágenes empujaban mis pensamientos: Isla Cumberland, dos puestas de sol, rayos agrietando en el cielo. Mi mente gritó contra el ataque.

Soñando, estás soñando. La antigua yo, la que no sabía que todos los mitos eran reales, hubiese encontrado esa realización tranquilizadora. Pero lo sabía mejor. Los Dioses podían caminar en sueños para enviar mensajes o atacarse unos a otros en su sueño. Y me gustara o no, era una de los pocos Dioses vivos que quedaban.
Mi matrimonio con Hades y mi importante madre me habían hecho un blanco antes. Había medidas para protegerme de Dioses Caminando en mis sueños, simplemente había olvidado usarlas.

¿Cómo pude haber sido tan estúpida? Apreté los dientes por el dolor y me obligué a pensar en la palabra que haría que todo se detenga.

Dosvidaniya.

Salté en mi cama con un grito ahogado. Un peso en mi mano me hizo mirar hacia abajo. Aflojé el puño, dejando al descubierto la piedra blanca de Dungeoness.

Hija de la tierra y el cielo (Perséfone 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora