Llegué a la entrada del hospital antes de darmecuenta que no tenía forma de llegar a casa. No podíateletransportarme. No podía encantar a nadie ni siquiera para un paseo. Eratodo lo que podía hacer para permanecer protegida. Mis poderes habían sidocompletamente agotados.
El pavimento se deslizó hacia un lado y me recibió con una dolorosa bofetada. Luché por mis rodillas y me arrastré fuera de la puerta, apoyada contra la pared de estuco para sostenerme. Mi piel se sentía rara, desconectada. Era como si mi pie estuviera dormido, pero era mi cuerpo entero el que hormigueaba dolorosamente cada vez me movía. Había usado demasiado poder. El agotamiento me forzóa cerrar los ojos. Me concentré en hacer que mi respiración se regulara.
Estaba bien. Orfeo se iba a ir. Él tenía su esposa. Yo había hecho algo bien. Por una vez, no metí la pata. Un estremecimiento me sacudió de mi ensoñación. Una figura de toga negra me empujó con un pie, y una cara ovalada familiar llenó mi visión.
―¿Zachary? ―Mis ojos luchaban para centrarse en su forma borrosa―. ¿Qué estás haciendo aquí?
―Usaste mi poder. Avísame la próxima vez que hagas eso, ¿de acuerdo?
―Parecía tan demacrado como yo.
―No me di cuenta... ―Empecé a decir, pero él me interrumpió con un gesto.
―Tenemos que sacarte de aquí. Eres un blanco fácil. ―Se inclinó hacia adelante, como si fuera a ofrecerme una mano y se detuvo en seco cuando me estremecí.
―Claro, lo siento. Voy por Hades.
―No.
Zachary maldijo de nuevo.
―No estaba pidiéndote permiso. Tengo que conseguir ayuda. ―Cuando sacudí mi cabeza, se arrodilló a mi lado―. ¿Tienes tu teléfono?
Logré un gesto débil y lo saqué de mi bolsillo. Mis dedos se deslizaron a través de la pantalla, marcando automáticamente. No era totalmente consciente de qué número marcaba, pero no me sorprendí por quién contestó.
―¿Melissa? ―Mi voz era tan suave, temía que ella no pudiese oírme―. Te necesito.
Me preguntó algo, pero no me podía concentrar. Mis ojos estaban tan pesados. Estaba cansada. Me sentía hueca, vacía.
Una mano en mi hombro me sobresaltó. Mis ojos se abrieron. ¿Por cuánto tiempo habían estado cerrados? Seguí el brazo a su dueño y parpadeé con confusión cuando reconocí el brazo de Melissa que sobresalía del cuerpo de Zachary. Él le dirigió una mirada irritada y se trasladó fuera de su camino. Ella, por supuesto, no lo notó.
―¿Perséfone? ¿Eres tú? ―Sus ojos se lanzaron al guarda de seguridad en la entrada. Tocó mi hombro otra vez, tanteando ciegamente sobre mi brazo. Maldijo, tirando de mi brazo―. No te veo. ¿Puedes dejar caer el escudo?
¿Todavía me protegía? Parpadeé y bajé el escudo. Melissa se cayó hacia atrás por la sorpresa.
―¡Eres tú, bien! ¿Qué pasó? Te ves horrible.
―¿Cómo me encontraste?
Melissa apuntó a la puerta de apertura y cierre automática. ―Te sentaste en el sensor.
ESTÁS LEYENDO
Hija de la tierra y el cielo (Perséfone 2)
Novela JuvenilAlgunas promesas nunca pueden romperse. Perséfone pensó que podía volver a su vida normal luego de regresar del inframundo. Estaba equivocada. La Diosa Afrodita nace entre las olas con más encanto del que ella puede controlar. Zeus está acechando a...