Capítulo 8

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(Nota de la autora: En el gif, tenemos a Aria Weather con el amor de su vida)

No habíamos pasado quince minutos en el avión, y ya las chicas estaban hartas de mi preocupación por Atuanya y Allegra. Allegra, así se llama. Un hermoso nombre italiano, a mi parecer. Harry me había dado una lista con varios nombres, porque no quería que ella terminara con un nombre raro. Y estaba por meterle la lista en la oreja, hacer que la mitad le salga por la nariz, y la otra mitad por el ojo… pero me gustó Allegra.

¿Cómo hice para lograr colocar el nombre en el acta de nacimiento? Todo fue gracias a Anahela. Como habían transcurrido tres días y la bebé no podría permanecer en el hospital todo el tiempo que durase la investigación, tendría entonces que vivir temporalmente en el orfanato. Así que Anahela, siendo la directora del orfanato, firmaría el acta de Nacimiento. Ella ya estaba enterada de la relación entre la bebé y yo, así que no dudó ni un segundo en permitirme escoger el nombre.

Despedirme había sido una de las cosas más difícil que había hecho en toda mi vida. Me despedí primero de todos los pacientes del hospital con los que había conversado, Tabia y yo habíamos acordado mantener el contacto por medio de cartas. Le prometí a Sardar visitarlo la próxima vez que viniese a Ghana (porque regresaría, por supuesto que sí). Luego me despedí del orfanato, hablé con Malawi durante diez minutos, y él me respondió con palabras en vez de señas o gestos. Fue todo un logro para mí. Me despedí de cada uno de los niños del orfanato, y de Anahela, por supuesto.

Pero despedirme de Atuanya y Allegra fue otra cosa.

Atuanya había reído conmigo de nuevo, y estuve a punto de grabar su risa para colocarlo como tono de mi celular. Dijo “Aia”, intentando imitar el “Aria”.  Allegra era demasiado pequeña para comprender nada. Sin embargo, se aferraba a mí como si fuese el centro de su universo cuando la cargaba en mis brazos, y lloraba cuando la tomaba alguien más que no fuese yo. O Harry, lo cual me inquietaba, pero intentaba ignorar al mismo tiempo.

Despedirme de ese par fue totalmente horrible, aunque parezca exagerado porque sólo estuve cuatro días con ellos. Sussan no se separó de mí desde ese momento, y también lloró un poco por toda la situación. Aún estaba conmigo, de hecho, estaba sentada a mi lado en el avión.

–     … incluso tienes el número de Anahela, ella te prometió que enviaría videos y fotos. Y Tabia te dijo que los visitaría todas las semanas. No tienes por qué preocuparte–me dijo.

–     Lo sé, pero… ahg, quisiera poder traerlos conmigo. –fruncí mi ceño, medio triste, medio enojada por no poder traerlos– Sería totalmente genial, a Simon y a Lauren les fascinaría, y Eric jugaría con Atuanya. Además, mamá (Jane) estaría loca por cuidar a Allegra.

–     ¿Por qué no los apadrinaste, como con Max?

–     Lo hice. Pero no está permitido que los lleve fuera del país, ni siquiera tengo nacionalidad africana –bufé–.

–     Hubieses dicho que Simon tiene descendencia africana.

Se me hizo imposible no reír. O sea, ¿Simon vestido africanamente, con pintura en el rostro, danzando alrededor de una fogata? Uno no puede no reír con eso.

Se lo imaginaron, estoy segura, totalmente. ¿Rieron, cierto? No, no estoy espiándolos… o tal vez sí…

–     ¿Vas a adoptarlos?

–     No. Lo. Sé. Es que quiero, pero no sé, son una responsabilidad muy grande, no es como adoptar a un cachorro… ¡Oh, extraño a Quileute! –gemí con un puchero, y apoyé mi frente en el hombro de Sussan.

Tr3sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora