Prólogo

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PRÓLOGO [Editado]

Davina quería vomitar. Estaba segura de que lo haría si no salía de esa habitación pronto. Solo podía ver las manos de su madre cubiertas de sangre mientras atendía al soldado herido. Solo podía oír los quejidos de dolor del soldado. Solo podía oler la esencia de la muerte en la habitación.

—Cariño. —Su madre la miró con un sonrisa cansada. —Voy a necesitar tu ayuda.

Davina la miró. El pelo castaño, más oscuro que el suyo, recogido hacia atrás con una cinta. La cara cubierta de sudor y los ojos, tan claros como los de su hermana, brillando con fuerza.

Se acercó al hombre que se movía entre la consciencia y la inconsciencia. Siguió las indicaciones de su madre, manchando sus manos de sangre, y sin apartar la mirada del hombre. Prestando atención a cada segundo de su lucha.

Davina vomitó esa noche, pero cuando a la mañana siguiente vio que el hombre estaba despierto y que tenía una frágil sonrisa en los labios, cuando vio que su mujer abrazaba y sollozaba dando gracias a su madre; supo que valía la pena, supo que vomitaría mil veces con tal de ver esa mirada otra vez cargada de alivio y de esperanza.

Eso había sido años, Davina había tratado a muchos pacientes desde entonces. Se había convertido en curandera. Había visto cuerpos destrozados, había curado y había visto a la muerte llevarse a padres, hermanos, amigos, ... Davina no había vuelto a vomitar, pero en ese momento pensó que quizás lo haría.

Había estado buscando a su hermana cuando entró en el bosque, Su hermana tenía la tendencia de correr por el bosque sin prestar atención por donde iba, y como consecuencia solía hacerse heridas. Davina siempre llevaba lo necesario encima cuando iba a buscarla. Pero nunca pensó que encontraría... bueno esto.

Un hombre gemía de dolor mientras se agarraba el costado. Sus ojos azules estaban cubiertos de lágrimas, pero ninguna de ellas se deslizó por sus mejillas. El pelo dorado estaba manchado de polvo y sus labios estaban apretados en una tensa línea.

Davina se acercó y con cuidado se colocó frente a él, para no sobresaltarle. El muchacho jadeó y un suspiro salió de sus labios. Davina le miró a los ojos reconociendo lo que brillaban en ellos, alivio, esperanza.

—Necesito ver la herida. —El muchacho hizo un intento de asentimiento y alejó su mano de la herida. Davina se agachó junto a él y levantó el trozo de camisa que tapaba la herida.

El muchacho tenía los ojos cerrados y soltaba suaves jadeos de dolor cada vez que la chica rozaba la herida. Davina se centró en la herida, sin mirarle a él. Pero cada vez que lo tocaba un cosquilleo le recorría la mano. ¿Lo notaría él también?

Estaba terminando de atenderle cuando un ruido de cascos de caballo hizo que el muchacho se incorporase. Soltó un jadeo ahogado de dolor y se dejó caer de nuevo sobre la hierba.

—Tienes que irte.

—¿Perdón?

El hombre le cogió la mano y la miró fijamente. Davina tragó saliva notando la corriente subir por su brazo. El chico pareció confuso por un segundo, pero volvió a mirarla con determinación.

—Tienes que correr.

Davina todavía confundida se separó de él y echó a andar hacia el bosque.

—Chica. —Davina se giró hacia él. —Gracias. —Davina inclinó la cabeza y siguió andando hasta que llegó el castillo.

***

Mackenzie aspiró mientras cerraba los ojos. Amaba el olor del bosque. Las tierras del Laird Murray siempre habían sido majestuosas, la frontera entre las Highlands y las Lowlands. Su lugar seguro.

Como siempre que estaba en el bosque, Mackenzie se aisló del mundo real. Tan metida en sus pensamientos se encontraba que no se percató de la presencia de alguien más a su alrededor.

El crujido de una rama la alertó. Aunque Mackenzie por fuera parecía una calmada dama, realmente no lo era. Sacó su espada con rapidez y se dio la vuelta para enfrentarse a quien quiera que hubiese interrumpido su momento de paz. 

Al sentir el filo de una espada en su cuello, Alastair MacLean abrió los ojos sorprendido y levantó las manos con lentitud.

—¿Es así como reciben a los invitados en las tierras del Laird Murray? 

La chica le reconoció de inmediato. El Laird Murray no había parado de hablar de los MacLean en toda la semana. El chico alzó una ceja y sonrió de medio lado. Mackenzie le sostuvo la mirada sin dejar que sus ojos grises la intimidasen.

Retiró la espada lentamente y maldijo en su idioma natal. La sonrisa de Alastair creció y dio un paso hacia ella. 

—Sassenach. 

Mackenzie le miró con atención. Sus ojos grises no hacían más que retarla y su pelo oscuro parecía realmente suave animándola a acariciarlo. ¡Qué le pasaba! Y su voz, que parecía diseñada para distraer. La muchacha sonrió burlonamente y haciendo uso del gaélico dijo:

—Orgullosa de serlo, Highlander. —Dejando al guerrero de pie en mitad del bosque, se marchó hacia el castillo.

¡Hola a todo! Bienvenidos a la locura de vida de las hermanas White. 

Me gustaría aclarar que aunque me fascina leer novela ambientadas en las Highlands, no soy ninguna experta en ellas. Así que probablemente cometan algún error en cuanto al contexto histórico y social. 

Espero que os guste y gracias por leer. 

The Healer | Highlanders IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora