Vira pasó las siguientes horas escuchando recomendaciones del guía —el único que le prestaba algo de atención en medio de los preparativos— y echando vistazos subrepticios a aquel trío de llamativos guerreros. Al caer la noche, cuando ya se había buscado una hamaca en una rama aislada para dormir unas cuantas horas, recibió una visita inesperada: Navhares.
—Para llegar aquí has tenido que cruzar un par de pasarelas muy empinadas. Sí que te morías por verme. ¿Qué sucede? ¿Vienes a despedirte del tío Vira antes de que parta a lo desconocido?
—No eres mi tío.
—No hace falta que pongas esa cara de asco. Y que conste que tengo sobrinos mayores que tú. ¿Qué buscas entonces?
—Esperaba... que me ayudases a convencer a Caradhar para que me deje ir con vosotros al norte.
—¡Esta sí que es buena! Has estado haciéndole la pelota a él y a Savran y, como no te ha servido de nada, yo soy tu último recurso, ¿eh?
—¡Sabes que debo estar con el grupo, que es la voluntad de los dioses! —El joven se arrodilló junto a la hamaca—. ¡Si no lo pensases, no me habrías traído contigo! ¡Admítelo!
—Eh, eh, ¿qué más da lo que piense? No soy tu padre ni tu mentor, ni me corresponde a mí decidir el nivel de riesgo al que has de enfrentarte. Además, ¿por qué presupones que estoy de acuerdo contigo? A lo mejor te traje para no escuchar tus quejidos.
—¿Quejidos? ¡No me estaba...! Tú... tú siempre te burlas, pero sé que, en el fondo, eres un elfo serio y comprometido que desea lo mejor para su... para nuestro pueblo. A ti te escucharán, Savran confía en ti. Y, si no funciona, solo has de echarme una mano para poder seguiros a escondidas. Una vez allí no me forzarán a volver. —Se acercó un poco más para compensar la diferencia de altura entre ambos—. Vira, no puedo quedarme fuera de esto.
El Silvano arqueó las cejas ante la resolución de aquellos ojos. También —y eso lo desconcertaba mucho más— ante la escasa distancia que los separaba. ¿Cuándo se había vuelto tan atrevido el chico? Las manos flanqueándolo, el cuello estirado hacia él, los labios separados... Al leer su lenguaje corporal y descifrar su significado, la intriga y el encanto dieron paso a una sonora carcajada. Fue el turno de Navhares para asombrarse.
—Fascinante, estás aprendiendo a usar tu hechizo de atracción. —La sonrisa de Vira se extendía hasta las puntas de sus orejas—. Herencia familiar, por lo que veo.
—No... no entiendo.
—Intentas manipular mis emociones. Nivel de principiante, aunque no voy a quitarte méritos. Lástima que, como suele decirse, yo ya estoy más que de vuelta mientras tú emprendes tu primera ida.
—¡Yo no intento manipular nada!
—Ah, ¿no?
Dado que estaban tan próximos, a Vira le bastó inclinarse un poco para rozar los labios del muchacho; este reaccionó saltando hacia atrás hasta quedar tendido sobre la dura madera. Aún boqueaba de ira cuando su risueño acompañante le ofreció ayuda para levantarse. La única concesión a su dignidad que se permitió fue rechazarla de un manotazo.
—No te tortures, chiquillo, suele surgir espontáneamente las primeras veces. Ya aprenderás a controlarlo. Permíteme un consejo: no empieces nada que no estés dispuesto a terminar, o no te servirá de mucho. El problema de despertar entrepiernas es que suelen pedir algo a cambio.
—¡Eso que sugieres es repugnante! ¿Por quién me tomas? Jamás he pretendido tocar a nadie, aparte de... —Se mordió la lengua. Vira sabía que no se refería a su esposa, según delataba su mueca sarcástica—. No vas a hacer lo que te he pedido, ¿verdad?
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La savia de los dioses
FantasyHan pasado casi diez años desde los últimos acontecimientos de «El Don encadenado». Navhares, el consorte de la Senniam de Argailias, se ha convertido en devoto padre de sus dos hijos y en un respetado miembro del consejo. Allí nadie sabe que tal pe...