Solo existía un evento que reuniese a todos los Silvanos de Dallankor en su planicie, y era la ceremonia que daba inicio a la elección de los Nudhakavie. Cada nueve años, hasta el último de los elfos, incluidos los custodios, se acercaba a presentar sus respetos a los tres árboles antes de asistir al desfile de las ternas. Los actuales ocupantes del cargo lo abrieron con un saludo a Kaledias, los árbitros y otras personalidades, entre las cuales se contaba Seriam. Siguieron su ejemplo el resto de los cincuenta y dos grupos por orden de veteranía, una homogénea fila de combatientes que, a la vez, eran únicos e inconfundibles gracias a sus tatuajes y pinturas faciales. Y el último de ellos era el más exótico: trenza de color corinto, torso y espalda lisos, oreja derecha sin adornos... Vira de Dervarn, tercero en la terna de Dranaris y Azor, se alzó como uno de tantos para prestar juramento ante el guía y los árbitros. Pero, a diferencia de los demás, hincó después la rodilla en tierra y permaneció allí un rato largo, bastante largo para una categoría de elfos que se preciaba de no arrodillarse nunca.
Navhares no había vuelto a toparse con el Silvano desde el episodio de la cascada. Suponía que había estado inmerso en alguna clase de entrenamiento intensivo, o bien en continuar lo que iniciara con Dranaris al borde de la laguna. O probablemente en ambas cosas. Lo cierto era que no esperaba verlo de aquella guisa, con el atuendo de los guardianes y el rostro cruzado por dos líneas de pintura color corinto, ni postrado en actitud tan humilde; un ferviente adorador del dios, recitando promesas de futuras deferencias —promesas poco creíbles viniendo de él—, mientras un puñado de autoridades lo escuchaba con solemnidad y la masa de mirones lo hacía con expectación, convencidos de que el forastero cometería la falta de protocolo más flagrante de la historia de Dallankor.
Concluido el juramento, uno de los árbitros extrajo un puñal de su cinto y lo acercó al cuello de Vira. Navhares fue incapaz de reprimir un gemido ante lo que siguió: la inmolación de la magnífica trenza del Silvano, sesgada de raíz de un simple tajo; el orgullo de cualquier elfo, arrojado a la hierba como si se tratase de desperdicios. A la víctima no pareció importarle, ya que se enderezó y volvió a la fila sin mover un músculo de la cara. Su imperturbabilidad se ganó la aprobación silenciosa de la mayoría. Hasta Dranaris le lanzó una mirada de soslayo, sorprendido de que no hubiese echado a correr antes de sacrificar su vanidad de sureño.
Mas la curiosa iniciación de un elfo llegado de tierras lejanas no dejaba de ser una anécdota en el orden del día. El verdadero espectáculo, aquel que habían esperado durante casi una década, dio comienzo en cuanto el círculo quedó despejado. Las ternas se habían ordenado según su excelencia, para que la primera fase de combates estuviese nivelada, y todas y cada una tendrían derecho a tres enfrentamientos con diferentes rivales. Aquellas que no sufrieran ninguna derrota —lo que allí llamaban un triunfo limpio— se clasificarían automáticamente para una segunda fase a celebrar días más tarde. Las que contasen con dos victorias en su haber repetían el proceso entre ellas hasta obtener triunfos limpios, uniéndose así a las anteriores. Dos o tres derrotas acarreaban la eliminación inmediata.
Las primeras seis ternas avanzaron hacia el centro, se dispusieron en un triángulo de círculos de combate, cada uno con sus propios árbitros, y tomaron posiciones. Muchos opinaban que se perdían parte de la diversión al tener que seguir varios combates simultáneos, pero el elevado número de estos imponía la necesidad de abreviar el proceso. El aura de los defensores era más letal que la exhibida en los entrenamientos, pues la mayoría usaban anchos anillos metálicos en todos los dedos y refuerzos del mismo material en segmentos específicos de sus armas de madera. Navhares reconoció a algunos de ellos gracias a la decoración facial; sus expresiones eran tan severas y agresivas que costaba identificarlos con los relajados elfos de las jornadas previas. A la señal del árbitro más veterano, los dieciocho participantes se activaron.
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La savia de los dioses
FantasíaHan pasado casi diez años desde los últimos acontecimientos de «El Don encadenado». Navhares, el consorte de la Senniam de Argailias, se ha convertido en devoto padre de sus dos hijos y en un respetado miembro del consejo. Allí nadie sabe que tal pe...