—La fuente de la savia, de la cual beben los tres árboles —murmuró cuando recuperó el habla. Y era bien cierto; la masa de raíces que descubriera en su descenso tocaba ahí fondo y se expandía como un bosquecillo, y por ellas se remontaba el líquido oscuro hasta la planicie misma—. Y ese es el Durmiente, y más allá... ¿Qué es eso?
Su impulso natural fue pegarse a Caradhar al descubrir varios seres cuadrúpedos en el área más alejada de la caverna. Las criaturas corrían de un lado a otro, inquietas, con la ocasional parada para beber algunos sorbos de la laguna. Por más que supiese lo que eran, contemplar cara a cara esos cuerpos pálidos de largos colmillos y ojos lechosos no fue una experiencia placentera.
—¡Abominaciones!
—Torturados —lo corrigió el guía—. Así la rabia de los dioses fulmine a Therendas y sus degenerados.
—¿Qué les sucede? Por lo general, la savia los calma de inmediato.
—Están inquietos desde que los malditos alquimistas metieron sus picos en los túneles. Y claro, la cosa empeoró con la primera grieta. Ya no abandonan nunca al dios.
—El dios... —Navhares parpadeó—. Ah, es cierto, es diferente de la figura femenina de Dervarn, ¿verdad?
—Se os permite acercaros y contemplarlo. Quitaos los zapatos, caminad con tiento y no lo toquéis bajo ningún concepto.
Los cuatro se encontraron descalzos y cruzando el lago en pos de Kaledias. A medida que se acercaban a la roca, las señales del fenómeno se hacían más patentes; grandes fisuras atravesaban el material translúcido, que formaba cámaras vacías en torno al cuerpo en lugar de abrazarlo como una joya hecha de ámbar. Cuando Navhares lo tuvo a su lado, lo primero que registraron sus ojos fueron las innegables señales de la virilidad de la figura. Luego, y con cierto bochorno por tal desvergüenza, estudió sus facciones ambiguas, ni élficas, ni humanas. Más que en un letargo de siglos, semejaba estar inmerso en un sueño ordinario. ¿Era su imaginación o se percibía un sutilísimo aleteo de las pestañas? ¿Vida bajo los párpados? ¿Un temblor en los labios?
—Está... vivo.
—Claro que está vivo. Es la manifestación de una deidad.
Navhares se giró para descubrir de dónde procedía esa última frase. Tenían compañía. ¡Y qué compañía! Facciones delicadas, rasgados ojos verdes, párpados pintados, brazaletes y anillos en las muñecas y los dedos, una melena de un caoba oscuro tejida en multitud de trenzas... Habría juzgado que era una elfa de no ser por sus ropajes, los cuales revelaban un pecho esbelto, aunque decididamente masculino. Y cada porción de su piel, de los brazos, las manos e, incluso, las uñas, estaba decorada con diseños naturales o geométricos delineados con tintura vegetal. Alguien tan llamativo... ¿Cómo no lo había visto antes?
—Disculpad, no sabía que estuvieseis ahí —balbució, para justificar su sacudida—. Serán las sombras...
El muchacho enmudeció, amortiguados sus sentidos por una de esas visiones lúcidas que le sobrevenían en los últimos tiempos. Era, no obstante, la más insólita de cuantas había tenido hasta entonces: sin imágenes, sin sonidos... Un pozo de negrura total, centrado en el espacio que allí ocupaban. Por fortuna, pasó pronto.
—Tutéame, por favor. —Hasta la voz del desconocido sonaba andrógina, y su acento era tan marcado que a los argailianos les costó entenderlo—. ¿Te encuentras bien? Muchos tejedores principiantes se desorientan al rodearse de tanta energía concentrada. Navhares, vidente de Dervarn, es un privilegio conocerte.
—Os presento a mi hijo Seriam —se adelantó Kaledias—, uno de los custodios del Durmiente, como ya os conté. Y la tarea es sacrificada, vaya que sí. Jornada tras jornada de permanecer aquí abajo sin ver el sol, velando cuando los demás duermen, ayunando cuando los demás comen...
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La savia de los dioses
FantasyHan pasado casi diez años desde los últimos acontecimientos de «El Don encadenado». Navhares, el consorte de la Senniam de Argailias, se ha convertido en devoto padre de sus dos hijos y en un respetado miembro del consejo. Allí nadie sabe que tal pe...