Ya en sus aposentos privados —cumplidos sus deberes para proveer el trono y el sitial de la Casa, hacía mucho que no frecuentaba la alcoba de la Senniam—, Navhares hurgó entre sus libros y extrajo un ensayo sobre lengua silvana camuflado bajo la cubierta de un libro de viejas canciones. Le gustaba empaparse de la cultura de sus parientes, los Silvanos. Disfrutaba imaginando que compartía cosas con él, allá en los bosques del sur.
—Cama solitaria, lectura para caer en coma al primer párrafo... Pero qué poco envidio tus aficiones, chiquillo.
Navhares saltó al sonido de aquella voz surgida de la nada. Una serie de franjas negras se materializaron a toda rapidez en el aire antes de componer la alta, atrayente y decididamente viril figura de un elfo con muy pocos complejos para lucirla.
—¡Vira! —Tras la sorpresa inicial, las facciones del joven se iluminaron—. ¿Y Caradhar?
—Con todo el dolor de mi corazón te comunico que vengo solo. No, miento, mi orgullo herido me impide compadecerte tanto —matizó ante la decepción que siguió a la brillante sonrisa—. Celebro verte, Navhares. Mis más cálidos saludos a ti también, Navhares.
—Ah... No es que no me alegre, es que... Hace varias semanas que no sé nada de él. Y puedes ahorrarte el sarcasmo, de eso tengo de sobra por aquí.
La relación del Silvano y el argailiano, establecida a lo largo de diez años de contactos furtivos, era, cuando menos, complicada. Vira, escolta de los guías y de Caradhar, se había mantenido desde el principio en un segundo plano mientras estos aliviaban la dependencia del joven y lo ayudaban a desarrollar sus valiosos talentos de vidente, un don tan raro que apenas un puñado de elfos lo manifestaba en cada generación. Tras el distanciamiento inicial, habían empezado a intercambiar algunas frases, inspiradas la mayoría por la curiosidad de Navhares hacia los talentos de combate del extranjero. Para desgracia del muchacho, Vira jugaba con ventaja —ya lo sabía todo sobre él—, y su ligera condescendencia no pasaba desapercibida. El Silvano pasó pronto a ser colocado en la misma categoría que Sül, eterno compañero de Caradhar: en la de los males ineludibles.
—Encantadora tu pequeña, por cierto. No se parece mucho a su hermano. ¿Estás convencido de que los dos son tuyos?
—¡Claro que son míos, cómo te atreves! —ladró Navhares, quien, para diversión de Vira, siempre caía en tales provocaciones—. ¿Has estado espiándonos?
—No por gusto, mozo. Simplemente soy muy respetuoso y no deseaba interrumpir vuestra intimidad. Puestos a elegir, habría preferido darme una vueltecita por los burdeles de la Zanja antes que vigilar el juego de dos nenitos.
—¡No soy un nenito! ¡Y tú eres... eres...! ¡Estomagante! Por si estabas pensando hacerlo en el futuro, te prohíbo que te acerques a mi hija. ¡A saber qué indignidades le enseñarías!
—Serénate, los nenitos y las damas están muy a salvo de mí. ¡Qué humor! Y eso que hoy has disfrutado de buena compañía. ¿Tanto te desagrada que tu papá no se haya presentado?
—¿A qué has venido, Vira? —El humor de Navhares se enfrió. La mención de su parentesco con Caradhar solía causar ese efecto.
—A controlar tus progresos. A aplicarte tu tratamiento. A comprobar si has tenido sueños estos últimos días.
—A mis sueños puede acceder Savran a través de mi mente y el tratamiento ha de aplicármelo él en persona. ¿Cómo vas a hacerlo tú?
—Oh, eso... He roto mi conexión anterior y he construido una nueva. Ahora soy el fulcro del guía, sus preciadas manos y su preciado cerebro. Ábrete la túnica.
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La savia de los dioses
FantasiHan pasado casi diez años desde los últimos acontecimientos de «El Don encadenado». Navhares, el consorte de la Senniam de Argailias, se ha convertido en devoto padre de sus dos hijos y en un respetado miembro del consejo. Allí nadie sabe que tal pe...