Al contemplar las anchas espaldas alejándose de vuelta al cielo abierto, los visitantes se percataron de que habían llegado al bosque e identificaron las primeras construcciones sobre sus cabezas. Eran similares a las de Dervarn, con tendencia a la funcionalidad y a la robustez más que al refinamiento; las paredes eran más gruesas, las escaleras y plataformas menos elaboradas, la arquitectura carecía de elementos superfluos y colores llamativos. Entre los troncos se distinguía una vivienda a poca altura y de fácil acceso. El guardián que les quedaba encabezó la marcha hacia el interior y ofreció a Caradhar un asiento y algo de comer y beber, demostrando así que no había olvidado todos sus modales.
—Creo que Dranaris tiene razón, Vira de Dervarn: tú eres de los que tocan las narices de la gente allá donde van, ¿eh?
—¿Y qué culpa tengo yo si tu amigo es tan susceptible? ¿Acaso he preguntado algo descabellado?
—Na, sí que formábamos una terna como mandan los dioses. Claro que eso era antes.
—¿Una terna? ¿Un grupo de tres?
—Sí. Éramos él, Makëla y yo mismo. Los favoritos para ganar este periodo, y no me estoy echando flores sin motivo.
—Y ella, Makëla, murió. —La intervención de Caradhar tomó a todos por sorpresa.
—Hace cinco años. ¿Cómo lo has adivinado? A Dranaris no le gusta nada que se lo recuerden. En fin, ni es asunto vuestro ni es cosa mía contároslo.
—Lo lamento de veras. ¿Y no os habéis planteado aceptar un nuevo miembro? Por buenos que seáis (y lo sois, lo admito), no podéis competir con los mejores... con las mejores ternas. Una ausencia a ese nivel supone una diferencia abismal.
—Hemos ganado dos de cada tres veces, al menos, durante los últimos años —gruñó el elfo de Dallankor—, y ahora vamos a rendir al límite. Además, es absurdo pretender reemplazar a Makëla. Dranaris no quiere ni oír hablar de ello y yo tampoco. La fidelidad va antes que nada.
—Di que sí. —Vira se sirvió un vaso del picante licor de bayas de la zona y le tendió otro a su anfitrión. Su tono era untuoso—. Y va antes que ganar, en este caso. Aunque no tiene importancia, ya que también se puede honrar a los dioses desde la posición intermedia del escalafón.
—Aquí hay alguien que se cree un experto. Al principio me caíste regular. Ahora directamente te patearía, sureño. —El fastidiado guerrero se dejó caer en el suelo de listones de madera.
—¿Por señalar la verdad?
—No es solo por eso. ¿Por qué piensas que Kaledias nos encomendó haceros de niñeros? Porque no da un higo por nosotros. Porque no formamos una terna digna y, por buenos que seamos, jamás nos verá victoriosos. Y ahí está el gran problema: que si nos dejásemos la piel y, contra todas las apuestas, quedásemos los primeros, sería un desaire a las tres deidades y ni siquiera lo mereceríamos. Pero Dranaris no va a aceptarlo sin rendirse, ni hablar. Prometió a Makëla que ganarían.
—¿Por eso pone tanto empeño? ¿Por no faltar a una promesa de la que no puede ser dispensado?
—Entre otras cosas. La recompensa del cristal tampoco es algo despreciable que digamos y... ¡Esperad! ¡Dejad de tirarme de la lengua, ya he hablado más de lo prudente! Estáis instalados, ¿no? Entonces me largo antes de que mi camarada se pregunte dónde cuernos ando metido.
Vira sospechó que las habilidades empáticas de Caradhar habían tenido algo que ver con aquel derroche de sinceridad. El dichoso pelirrojo y su dichosa falta de vergüenza, pensó.
—¿Qué hay de malo en charlar un rato? —preguntó, conciliador, para no ahuyentar al único habitante de Dallankor que no guardaba las distancias—. Para nosotros todo es nuevo, mientras que vosotros ya estáis al corriente de nuestra vida y milagros. Presumo que Kaledias se ocupó de ello antes de que llegásemos.
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La savia de los dioses
FantasyHan pasado casi diez años desde los últimos acontecimientos de «El Don encadenado». Navhares, el consorte de la Senniam de Argailias, se ha convertido en devoto padre de sus dos hijos y en un respetado miembro del consejo. Allí nadie sabe que tal pe...