UNO

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Sonreí con alegría al mirar a través de mi ventana, no me esperaba que mis vecinos salieran a jugar en la tarde, creí haberle oído decir a mamá que estaban castigados. Observé como el menor de los dos niños se tropezó y terminó cayendo de frente contra el césped.

Solté una carcajada de gracia, era imposible no reírme. Lo admito, también soy algo torpe y no me hace sentir del todo bien que se rían, sin embargo, es mejor si lo hacemos. Tomé el chocolate que había dejado reposando encima de mis piernas y tomé un pequeño sorbo, esta tan caliente y no me gusta.

El sabor me hizo cerrar los ojos por un momento, me gusta todo lo que sea dulce, aunque también lo salado, incluso la mezcla de ambos suele fascinarme. No me entiendo a veces. Todo suele ser así la mayoría del tiempo, mis padres salen a trabajar y me quedo aquí, sola. No me dejan salir porque no confían en mí.

Desde pequeña he sido curiosa, traviesa y he sentido una fuerte atracción por lo desconocido, por descubrir que había más allá. Me gustaba salir a jugar afuera, ver a las personas pasar, luciendo felices, caminar cada vez más lejos hasta un día llegar al parque por mi misma, siempre hacía lo primero que pasaba por mi mente y aún lo hago.

Mis padres me vigilan, solo me dejan ir al instituto y se debe a que queda a dos cuadras, del resto no me permiten salir sin compañía. Por lo tanto, solo me queda mirar por la ventana o ver series. Sonreí al recordar esto último, lo había olvidado, ¡Hoy sale el ultimo capítulo! No puedo perdermelo.

Me tomé un largo trago de chocolate y la sonrisa se amplio en mi boca. Estas pequeñas cosas me hacen feliz, estar con mis amigos, hacer lo que me gusta, trato de llenarme de cosas que me hagan sentir bien porque odio las malas emociones, la ira, el enojo, la envidia, huyo de esas cosas aunque no siempre puedo, lo sé pero las evito a toda costa.

Me parece que lo único que hacen es apartarte de la felicidad. Te hacen sentir mal y no sirven de nada, solo te alejan de otros e incluso puede hacerte el causante de mucho dolor. No me gusta estar triste, ni llorar, aunque digan que no es malo hacerlo, no me agrada porque me trae recuerdos que trato de olvidar.

A pesar de todo, no me ayuda el hecho de que mis padres siempre me hayan tratado como una niña de siete años, desde que los cumplí, ellos han sido iguales conmigo. Por consiguiente, suelo tener actitudes infantiles, en mi defensa, trato de mejorar cada día aunque todos parecen cómodos conmigo y eso me agrada.

Siempre trato de verle el lado positivo a las cosas, de ayudar a otros, de animarlos. Me alegra verlos felices. A veces me cuesta negarme a sus peticiones, termino haciendo cosas que no quiero para verlos sonreír, me contengo de decir lo que pienso sobre algo cuando es negativo para no lastimarlos y que se alejen de mí. 

Si, es tonto. Y patético.

Pero desde aquel día, cuando todo ocurrió, no puedo dejar de ser así. No soy amable con todos para buscar su aprobación, lo hago porque realmente me gusta hacer feliz a los demás, sin embargo si me callo muchas veces para no dañarlos, o ser rechazada.

Y no está bien, muchas veces he luchado contra mi misma para dejar esas debilidades atrás, para armarme de valor y enfrentar todo pero no he podido, no soy lo suficientemente fuerte. Sonreí con tristeza recordando lo que pasó aquella noche cuando...

Negué con la cabeza efusivamente, ¡No! No me puedo permitir revivir eso, es doloroso. Respiré hondo y trate de ignorar esas emociones, en cambio, terminé de tomarme el chocolate. Lo dejé en el umbral de la ventana donde me encontraba sentada y me levanté sacudiendo mi pantalón de piyama.

Me acerqué a la cama y agarré la computadora que estaba encima de la mesita de noche. La abrí dejándola a un lado de mi almohada y proseguí a sentarme con las piernas cruzadas. La encendí y una vez que verifique que había Internet, busqué la serie romántica que estaba viendo ayer.

Summer y RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora