III. El comienzo del caos y unas cuantas verdades

1K 162 145
                                    

Lance frunció el ceño al ver desde su escondite como el chico se alejaba cada vez más de la casa en la que se suponía que vivía.

—¿A dónde va? —susurró, siguiéndolo lo más sigiloso posible.

Keith desenredo sus audífonos con rapidez, poniendo cada uno en sus oídos, reproduciendo su lista de manera aleatoria.

La nieve bajo sus pies parecía fresca, por lo que le costaba avanzar al ser sus botas atrapadas por ella.

Por sobre la voz de Lewis Capaldi lograba oír a los lobos aullar, relajándolo.

Iba despreocupado, tratando de darse prisa para llegar a su hogar, prender la calefacción y arroparse tratando de espantar el frío.

«Los inviernos siempre son duros...» Pensó, mientras sentía su cuerpo temblar ligeramente.

No se daba cuenta de que a unos pocos pasos más atrás de él iba el menor, quien lo seguía de cerca, desconfiado. Lance no entendía qué era lo que hacía el chico en el bosque, y su curiosidad era muy grande.

Brincó del susto al oír el aullar de la jauría de lobos que habitaba aquel bosque, con su mano se cubrió la boca antes de soltar algún sonido de impresión y delatarse.

Unos cuantos metros de caminata bastaron para que el latino frunciera sus cejas.

«¿Qué es...? ¿Keith vive aquí?» Se preguntó a si mismo, viendo confundido la espalda del coreano que ignoraba su presencia.

—Al fin... —jadeó Keith, dejando escapar el vaho de su boca.

¡Achoo!

El cuerpo del mayor se tensó.

«Ay, no...» Pensaron ambos adolescentes al mismo tiempo.

Se volteó encontrándose al molesto chico con el que pasó la tarde, quien le miraba con los ojos tan abiertos como él mismo ignoraba que los tenía.

Keith temblaba, y ya no era por el frío.

—Y-yo... —Lance no tenía excusa para aquello, el desconcierto se había escapado de su cuerpo y comenzaba a pensar que aquello había sido una mala idea.

¿Por qué estaba ahí?

Los orbes violetas del más bajo lo paralizaban.

—¿Qué haces aquí? —la voz molesta del chico le hicieron entrar en razón.

Kogane les había mentido a él y a sus amigos.

—Eso debo preguntártelo a ti —se acerco al más bajo, quien por instinto retrocedió—. El “en esta calle” —hizo comillas—, no incluye el bosque. ¿Acaso te criaron los lobos o qué?

El contrario gruñó.

— Creo que si lo hicieron... —murmuró por lo bajo, más para si que para el asiático.

—¡Te escuché! —los puños del mayor se apretaron—. ¡Y tú no eres quien para hablar, tú también mientes! ¿O no, putito de Daibazaal? —la voz de Keith estaba cargada de veneno, el cual logró intoxicar a Lance.

El moreno se abalanzó sobre el azabache, empujándolo contra la pared, sosteniéndolo con ambas manos del cuello de la chaqueta que lo abrigaba. El típico gorro de lana negro del chico había caído y ahora se encontraba acorralado entre la pared de su hogar y el cuerpo del latino.

—¿Cómo lo sabes? —más que una pregunta, exigió saber. Su voz demandante desconcertó al contrario, quien nunca había oído al molesto y coqueto chico tan enojado.

Mentirosos [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora