VIII. A todos, menos a mi... O de cómo la normalidad se va al carajo

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Lotor no tenía hijos.

A los treinta y tres años, cualquiera pensaría que un hombre tan exitoso como lo era él, acabaría sus jornadas nocturnas de trabajo y se iría a casa con una bella esposa, o esposo, donde ambos cuidaban de un pequeño en su lecho de amor. Pero no.

La verdad es que Lotor ha tenido unas cuantas parejas a lo largo de su vida, pero jamás alguna lo suficientemente estable. En la mayoría de los casos, cuando el adulto les revelaba a sus poco comprometidas parejas en qué trabajaba, normalmente estas se lo tomaban bien, hasta que visitaban el lugar y conocían a las chicas. Se ponían celosas, llamaban sin parar al hombre, ya que al parecer resulta inhumanamente posible trabajar con quince chicas guapas –y un chico– y ser completamente profesional... y fiel.

Lotor estaba harto, por lo que había dejado de lado ese estúpido sueño de formar una familia y se conformó con la que ya tenía, en la cual eran, a día se hoy, diez chicas y dos chicos.

Es por esto que cuidaba tanto a sus chicas y a Lance. Y ahora también cuidaba de Keith.

Algunos meses habían pasado desde que había conocido al coreano, podría decirse que ya eran unos seis meses, de los cuales, todas las noches en las que Lance tenía que trabajar, el de cabello azabache charlaba con su contraparte de cabello blanco.

Ambos estaban bien con eso. Lotor tenía un hijo con el que podía charlar más de lo que podía con Lance, y Keith tenía la figura paterna que nunca tuvo. Aunque no podía negar que el señor McClain no se quedaba atrás, casi casi que sentía que lo que buscaba tener con Lance era un muy retorcido incesto, como la típica porno de hermanastros.

Keith frunció su nariz ante ese pensamiento.

—¿En qué piensas? —cuestionó Lotor, dejando frente al menor una coca-cola mientras el bebía whisky.

—Nada, oye, ¿qué has hecho con Ezor? Hace mucho no la veo —cambió el tema, pero el mayor no lo notó.

—Si... cada vez estaba teniendo más falencias, un día que a Lance no le tocaba trabajar casi cae de las telas, aunque se recompuso y terminó el espectáculo como si nada, no podía seguir así.

—¿La echaste?

—¿Me crees idiota? Sé cuánto necesita el dinero, no. La he puesto de maquilladora, tiene talento en eso —sonrió, volviendo su vista a la chica de cabellera celeste que bailaba en una silla.

El coreano rio por el tono ofendido del mayor.

—Y... cambiando se tema, ¿cómo van mis mentirosos favoritos? —preguntó Lotor, quien había permanecido de pie junto al chico desde que dejó su bebida, tomando al fin asiento a su lado.

El de tez blanquecina de menor estatura suspiró.

—Pues...

Ese día en la laguna jugaron y chapotearon hasta quedar con los músculos adoloridos, se divirtieron y reafirmaron el hecho de que si bien, cada uno por su lado hubiera estado bien, juntos estaban mejor. Sus asperezas eran divertidas, les gustaba discutir, pelear, era lo suyo, así como también era lo suyo revelarse sus más oscuros secretos e ir a lagunas "privadas" juntos.

Estaban agotadísimos.

—Vayan a descansar, mis niños, esta noche les subiré la cena —con cariño la señora McClain había resulto el futuro tormento que les sería el bajar las escaleras luego de subirlas.

—Gracias, mami —Lance besó su cabeza, y Keith se unió sin su característica resistencia a demostraciones de afecto que tanto lo caracterizaba. Era imposible ser así con Maria o Lance McClain, aquellos dos seres humanos eran como la paz hecha personas, lo cual era irónico en el caso de Lance.

Mentirosos [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora