VI. Las formas del amor y finalmente el fin

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Tres meses habían pasado desde la primera vez que Keith acompañó a Lance a su trabajo, todos ya habían dejado de lado los abrigos, botas y bufandas, la primavera había llegado con calidez y en su máximo esplendor ya no habían rastros de la nieve del invierno.

—Lance —llamó su atención el coreano al moreno que estaba boca abajo tirado en su cama, leyendo una historieta de súper héroes.

Un sonidito de afirmación salió de sus labios, haciéndole ver que lo había oído.

Keith frunció sus labios.

—No puedes huir de ésta conversación para siempre, Lance —el castaño mordió su labio inferior, claro que sabía a lo que se refería su mejor amigo, pero aun así fingió demencia.

—No sé de qué me hablas, ¿yo cuándo he huido de alguna conversación contigo, Greñas?

—Lo estás haciendo ahora.

—Eso no es cierto.

—Si lo es —rodó sus violáceos ojos al tiempo que le arrebataba la historieta al menor.

—No lo es —sin mirar al asiático, trató de recuperar el cómic.

—Si lo es.

—¡Que n-!

— Lance, es primavera —le interrumpió, ganándose al fin la mirada del latino.

El moreno se aguantó las ganas de hacer una mueca, manteniéndole la mirada a los inquisidores ojos galácticos del mayor, quienes escrutaban su rostro tratando de leer sus pensamientos, y por un momento, McClain temió que en realidad pudiera hacerlo.

Con el paso del tiempo, el cubano aprendió a leer las expresiones del chico que habitaba su hogar, también, aunque le costó, reconoció lo mucho que su pulso se aceleraba cuando el más bajo lo veía de esa manera tan profunda como lo hacía en ese momento, y por más que trató de evitarlo, tuvo que apartar la mirada.

—¿Y eso qué? ¿No es genial? El clima cálido, las flores, mariposas, la playa —sonrió y habló tratando de componer su voz más entusiasta.

—Me podía quedar en invierno, Lance, tus papás podrían creer que estoy abusando de su confianza si sigo aquí —comentó, y aunque no quisiera admitirlo, le dolía pensar que los padres de su mejor amigo lo vieran de mala manera—. Ya no hace frío, puedo volver a...

—No, Keith —lo calló, sentándose al igual que él con las piernas flexionadas en la cama, frente a frente, extendiendo sus manos para sujetar los hombros del chico—. No puedes seguir viviendo ahí. El colchón es incómodo, hay humedad por todos lados, ¿y si los lobos te atacan?

—Sabes que eso último no va a pasar —rodó sus ojos y una vaga sonrisa decoró los labios del moreno, quien negó con su cabeza.

—Mis papás te aman, Greñas, ellos no querrán que te vayas —habló un tanto más suave.

Kogane sintió como su corazón se derretía en su pecho y la calidez aumentaba. Suspiró y lo hizo pasar por un suspiro de rendición.

—Tendré que hablar con ellos, no quiero que piensen que me estoy aprovechando —sonrió como pudo y Lance sintió un nudo en su estómago.

En serio odiaba pensar en la idea de que el chico tuviera que irse.

Se había acostumbrado a tenerlo consigo casi veinticuatro siete, que lo acompañase en sus locuras y estuviera para él cuando el trabajo se tornaba difícil. Se había acostumbrado a dormir junto a él y había memorizado su calor corporal, así como el ritmo de su pecho al subir y bajar con cada respiración que daba una vez estaba dormido.

Mentirosos [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora