Comienzo del caos (Parte 3)

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Soren llegó a casa, se desvistió y se bañó de manera mecánica. Estaba cansado, por no decir ya asqueado, hasta más no poder de las reuniones matrimoniales,

No era feliz, ya había seleccionado excelentes partidos que se convertirían en exitosas alianzas en el futuro, su familia debía estar conforme. Entonces ¿Por qué diablos tenía que seguir saliendo con más y más de esas señoritas herederas? ¿Por qué tenía que seguir haciendo uso de su sonrisa falsa y de su ilusoria galantería e interés?

Llegado a ese punto, sentía que su cara se había deformado, sentía que no sabía nada más que de sonrisas antinaturales.

Como un muñeco de plástico que no puede escapar de su mueca eterna, dolorosamente inmutable.

Se arrastró a su dormitorio sin energía, tan solo era martes en la noche y ya se encontraba sin fuerzas. Al menos había redoblado sus esfuerzos para asegurarse de tener el miércoles libre.

Miró al otro lado de la cama, el lado de ese chico, que se encontraba vacío desde hace más de una semana.

Lo extrañaba de forma indecible, el anhelo era una emoción que Soren no había experimentado. Si deseaba algo tan mal, solo debía trabajar para tenerlo y con ese pensamiento en mente solo había motivación por su meta, no había cabida para emociones que le harían perder el tiempo.

Todos los días quería verlo. Sin embargo, cuando se desocupaba ya era tarde, aunque quisiera hacerlo a morir, ¿Cómo podía llevar a Catriel a su casa oliendo a perfume de una mujer? Se imaginaba la extraña expresión contenida que haría, tratando de dominar algo que no sabía cómo expresar.

Celos ¡Oh, otra rara emoción que había experimentado con ese chico!

A veces los había visto surgir desde lo más profundo de Catriel, aunque parecía que él mismo no lo entendía. Se ponía burlón y extremadamente complaciente, siempre llevándolo a probar nuevos niveles de placer y de afecto por él... siempre solo por él.

Luego de haber visto una extraña película con su hermana una madrugada de insomnio, Soren sospechaba que Catriel era la reencarnación de un taikomochi ¹, pero no uno cualquiera, definitivamente no un bufón, sino un seductor y ladrón de almas, de la rama kagema ², los tradicionales y originales geishas hombres.

A pesar de que el físico de Catriel no concordaba con esa imagen afeminada y mística, había pensado en él.

Cuando lo invitó a ir a su casa esa calurosa tarde después del partido, omnibulado por el deseo, no lo sabía, solo podía pensar en qué podía hacerlo sentir ese chico a puerta cerrada... en lo que había hecho con ese novio que tenía, porque debía ser bueno sí alguien quería desafiar los parámetros de lo "moralmente correcto", si estaba dispuesto a ser señalado para estar con alguien de su mismo sexo.

Esa curiosidad, que en realidad era la particular forma de darle rienda suelta a su fascinación por Catriel, era una alerta roja que él había decidido apagar, sin un segundo pensamiento.

Gruñó bajito al darse cuenta que sería otra noche en la que no podría apagar sus pensamientos.

Se encorvó en el colchón, buscando una calidez inexistente, porque nadie había estado allí para mantenerla caliente. No lo había notado, pero había cambiado las sábanas y -hasta ahora se daba cuenta-, no podía encontrar el olor del chico, aunque realmente lo anhelara.

Había sucedido lo inimaginable.

Ahora entendía, no solo le gustaba, quería locamente a Catriel.

Se había convertido en un adicto.

Y aun así, llegados a eso... Tramaría, manipularía, omitiría, mentiría.

Déjame Aferrarme (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora