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Nuevo día, mismos prejuicios.

Buscaba desesperada la crema de brócoli que prepararía para la comida, acompañado de pollo frito y papas a la francesa, pero no la encontraba por ninguna parte y ya eran las diez de la mañana. Mis hermanas llegaban a casa después de la una de la tarde de la escuela, pero cinco minutos antes debía tener todos los alimentos listos. Era como una ley. Así que no me podía atrasar en la cocina y tomé un billete de la chaqueta de papa, colgada en el perchero del recibidor y salí a la tienda más cercana de mi casa a comprar una nueva lata de crema de brócoli.

No caminé demasiado, solo un par de cuadras y ya estaba ahí. Busqué en los pasillos una lata casi al azar, solo verificando que podía pagar el precio con el billete que tomé y me formé en la primera caja que encontré vacía. Pero, para mi mala suerte, cuando le entregué el billete a la señorita que atendía la caja, me rechazó el efectivo.

─ Lo siento, no puedo tomarlo. Está roto.

Estiré el papel con mis dedos y sí, efectivamente estaba roto en una de sus esquinas. Pero, ese no era motivo para rechazarlo: "un billete es válido si la lesión no afecta a más de la mitad". Eso había leído en un periódico hace un par de semanas, y esta señorita, de nombre Charlotte –inscrito en una credencial que portaba en el pecho– no era consciente de ello. O lo era, pero se hacía la cabrona conmigo.

─ El billete es válido, ni siquiera está roto por la mitad, es solo en la esquina. –repliqué, nerviosa y enojada. Enojada porque tenía prisa y ella solo me hacía perder el tiempo en una tontería; nerviosa porque, si no ganaba esta batalla, quedaría como perfecta tonta, saliendo de la tienda sin ninguna compra porque no llevaba más dinero en mis bolsillos.

─ No puedo aceptarlo así, son las reglas. –dijo posicionada en su lugar, sin ningún rasgo de compasión en su mirada.

Bufé, demasiado irritada.

Pero cuando estaba a un paso de estrangularla, una voz muy familiar habló a mis espaldas, esfumando las calderas que hervían dentro de mi estómago.

─ Yo lo pagaré, no se preocupe. –vi un brazo estirarse y entregándole un billete, ella cobró la lata y le entregó el cambio.

Sorprendida y sintiendo como si todo hubiera ocurrido en un microsegundo, me di la media vuelta y me encontré con aquellos ojos color hazel.

─ ¿Estás de coña? ¿Qué haces aquí?

Él río, no muy cómodo con mi par de preguntas.

─ No sé, esperaba un ‘Gracias, te lo pagaré después’ o ‘Me has salvado la vida’. –dijo, con una extraña sonrisa en su rostro. Para ser sincera, ya empezaba a adorar ese par de hoyuelos a cada lado de sus mejillas.

─ Sí, lo sé, lo siento. Es que, todo esto es tan… –intentando buscar la palabra adecuada, él la halló antes que yo.

─ ¿Retorcido? ¿Confuso? ¿Extraño? Bueno, todas encajan a la perfección. Dejaré a tu elección utilizar la que quieras.

No pude responder, el viejito que empaquetaba los productos, intervino con su ronca voz:

─ Señorita, aquí tiene su lata.

Giré y tomé la bolsa en donde venía guardada. Di un par de pasos para dirigirme a la salida, pero recordé el pequeño –grandísimo– favor que me habían hecho y le dije:

─ Gracias, te veré esta tarde.

Y salí sin esperar respuesta.

~

Para cuando llegué a mi casa, pasaban de las diez y media, pero con un par de movimientos ágiles en la cocina, pude terminar todo a tiempo.

Una vez en enero. [fanfic w/Ashton Irwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora