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El siguiente día con mi madre fue tan bueno y tan simple a la misma vez. Bueno, porque estuve con ella; simple, porque se sentía como cualquier otro fin de semana.

La noche del sábado nos hospedamos en un departamento que rentó mi madre, era el mismo que rentaba cada fin de semana que venía a vernos. A veces, me preguntaba qué hacía mi padre en estos dos días que no nos tenía en casa, a mis hermanas y a mí; me preguntaba si salía con sus amigos a beber o pagaba a prostitutas para tener sexo.

El domingo por la mañana fuimos a tomar misa a la iglesia, pero no era cualquier iglesia; era la más grande, antigua y hermosa de la ciudad. Cada artefacto en el recinto contaba con material de oro y plata, las imágenes y figuras a tamaño real que colgaban de las paredes me causaban terror al imaginar que podrían caerse en cualquier momento y derribarnos, pero las flores blancas y rojas que adornaban el altar lo hacía ver más confortable.

En esta Iglesia, no se suelen dar misas más que estén programadas para un evento especial, y parecía que hoy lo era pues llegamos justo a tiempo antes de iniciar la celebración. Nos sentamos en los asientos traseros del lado izquierdo, los asientos de las bancas de adelante estaban llenas, pero conforme llegaban al final, escaseaba de cuerpos presentes. Creo que se celebraba una misa en honor a una familia que murió en un accidente automovilístico hace un par de años, eso dijo el sacerdote…

Mi familia, incluyendo a mis padres, no solíamos ir a la Iglesia con frecuencia. Para ser honesta, mis hermanas y yo íbamos mucho cuando éramos pequeñas, también asistimos a clases de catecismo y nos confirmamos e hicimos la comunión, pero los años pasaron, las cuestiones en casa viviendo sólo con mi padre y haciéndome cargo de dos niñas menores que yo, sin la supervisión de una mujer adulta… bueno, tuvimos que dejarlo cuando yo tenía cerca de once años. Desde entonces, son contadas las veces que he tocado el suelo de una Iglesia. Pero definitivamente, mi fe era devota a Dios.

 Las personas que no creen en nada… bueno, respeto completamente las creencias de cada persona, pero, ¿no creer en nada? Debe ser difícil andar por la vida sin tener a nadie en quién creer, sin tener a alguien o algo para darle toda tu fe. ¿En quién creerían?, ¿en sí mismos? Creo que una fuerza supernatural, fuera de este mundo está actuando sobre nosotros, y si no crees en ello, no sé qué estás haciendo aquí.

Cuando terminó la celebración cogimos el auto de mamá y almorzamos en un restaurante de comida mexicana. Comimos cuanto pudimos, pero sin excedernos de la cuenta y, cuando estuvimos satisfechas, salimos a pasear.

Estar con mi madre era algo que disfrutaba, aunque a veces le tenía resentimiento; resentimiento por dejarnos solas a mis hermanas y a mí tanto tiempo, por tomarle más importancia a sus ventas de trabajo que a sus propias hijas. Pero, a la vez estaba agradecida de que fuera así, porque, de modo que ella estuviera con mi padre y viviendo en la casa, no me gustaría; no me gustaría que mi madre nos restregara en la propia cara que tiene más qué hacer por su trabajo que por nosotras. Así que de esta manera estaba bien.

Además, vivir con mi padre ya era tan normal y tan confortable. Él tampoco estaba mucho tiempo en casa entre semana, lo sé, pero en este caso él es el único hombre que trabaja para llevar la comida a casa. Y con lo demás, de darnos estudios, ropa, alimento y un buen lugar donde vivir, cumplía con todo. Mi padre era bueno, es un buen padre y le agradezco por desarrollar bien su trabajo como tal.

A veces imagino que las cosas cambiar, que vivimos con mi madre en aquella ciudad y todo cambia. Todo cambia para bien o para mal, no sería capaz de predecirlo. Pero sería diferente. Diferente el camino por el que caminaría para ir a la escuela, diferente casa, diferente aire, diferentes costumbres. Pero cuando lo pienso, los ojos se me llenan de lágrimas, de tan solo pensar que no estaría con mi papá.

Para muchos, tener padres separados, tener que vivir con uno de ellos desde los siete años, hacerse cargo de sus hermanas menores desde entonces y tener que ver al otro solo por un fin de semana cada semana, cada dos o a veces hasta cada mes, sería una maldición… un infierno. Pero para mí no. Estoy conforme con la vida que llevo, porque a pesar de todo, la paso bien. Y soy feliz.

~

El día pasó rápido, al igual que el fin de semana.

Mi madre estaba arriba del auto, estacionada enfrente de la casa, esperando a que mi padre nos recibiera. Ella no solía salirse del auto y despedirse con un fraternal abrazo y besos por la cara; ella no era ese tipo de mamá, y siendo sincera, no esperaba que lo fuera.

No esperamos ni siquiera cinco segundos para que la puerta fuera abierta por ese hombre que me crío desde niña, él nos sonrió dándonos la bienvenida y alzó la mirada para encontrar la pequeña cabeza de mi madre dentro del auto.

─ ¡Gracias por traerlas a tiempo! –exclamó, elevando su tono de voz por la distancia a la que nos encontrábamos del coche. Entre la puerta de la casa y el automóvil de mi mamá había una distancia de siete metros aproximadamente, ese especio lo llenaba el jardín delantero.

─ Yo nunca fallo, Martin.

Y sin decir adiós, arrancó con motor y se fue.

Mi padre nos devolvió la mirada y dijo:

─ Adelante chicas, están en casa.

Accedimos a su orden y entramos a mi hogar, siempre con ese aroma de dulce de vainilla y uva, con una mezcla de humedad por el invierno y las lluvias en días pasados.

─ En la cocina las espera una deliciosa pizza, así que será mejor que se apuren a dejar sus cosas y lavarse las manos para la cena –esas palabras encendieron las piernas de mis hermanas, corriendo cuesta arriba por las escaleras, cargando las pequeñas maletas que cargamos desde el sábado en la mañana más las bolsas de las compras. Pero antes de pisar el primer escalón, su mano caliente me tomó por sorpresa el codo derecho, deteniendo mis pasos–. ¿Todo estuvo bien?

─ Sí, muy bien papá. Ya sabes cómo es ella, le encanta derrochar el dinero y nos compró cuanta cosa se nos cruzaba en el camino. –carcajeé.

─ No, no me refiero a eso. A tu cabeza, ¿cómo está? Olvidaste llevar tus medicamentos, se te quedaron en la mesa de noche. –aclaró mis ideas y yo le pude entender mejor. Me giré por completo para estar frente a él.

─ Estuve bien. Me dolió un poco el sábado por la noche, pero no duró mucho. Estoy bien, papá. –asentí con media sonrisa, una sonrisa que había provocado su preocupación por mí. A final de cuentas, era mi padre, ha vivido conmigo más de la mitad de mi vida y es justo que se preocupe por mi salud, quizás más que mi mamá.

─ Es que ya sabes cómo es tu mamá de despreocupada. Ella no sabría que medicamentos darte en caso de que tuvieras un episodio de migraña, o incluso de convulsión. –continuó, sus párpados de juntaron contra sus pestañas y su frente se arrugó, delatando su frustración.

─ Pero yo sí, así que deja de preocuparte papá. Está bien, lo recordaré la próxima vez –dije con calma y seguridad, él me soltó y yo pude seguir mi camino, pero antes de llegar a la mitad de las escaleras, me devolví y le dije: –. Papá…

Él me esperó al principio de las escaleras, mirándome desde abajo.

─ ¿Pasa algo, Lucy?

─ No vuelvas a entrar a mi cuarto. –reí.

~

Me tiré sobre la cama después de guardar mis cosas en su lugar, respirando por fin mi propio aire.

─ “Te amo papá, no podría imaginar dejarte solo. Lucharé contra mi enfermedad.” 

Una vez en enero. [fanfic w/Ashton Irwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora