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Cuando llegué a casa, me condené a mi propio infierno.

Lo primero que vi cuando atravesé la puerta de entrada, fue a mi padre, ebrio y con los ojos hinchados, postrado sobre el sofá donde yo solía sentarme a leer. Pero a quien quería ver era a mis hermanas, temía que les hubiera hecho daño, así que corrí a su habitación en el segundo piso.

Mientras marcaba los escalones y me alejaba de la planta baja, escuché que mi papá dijo algo, pero ni siquiera me importó. Estuve mejor cuando las vi a las dos, acostadas sobre la cama y cobijadas hasta el cuello.

─ ¿Qué ha pasado? ¿Les hizo daño? –les pregunté con la respiración agitada, apenas pudiendo controlar mis palabras.

Ellas negaron con la cabeza.

─ Bien. Ahora, quiero que se queden aquí. Julie, ponle seguro a la puerta –me dirigí a la que seguía de mí, de quince años, dos años menor que yo– y hagan cualquier otra cosa que les haga olvidar su imagen, ¿de acuerdo? Yo voy a lidiar con él. –les dirigí una última mirada y regresé a donde mi padre.

Él seguía tendido en el sofá, pero a su costado, sobre el suelo, estaba el desastre que había soltado por la boca: vómito. Lo miré a él, estaba pálido, sudaba y su aspecto no era muy bueno.

Fui a la cocina para prepararle un té caliente y mientras éste estaba listo, cogí los utensilios de limpieza para borrar la marca de su estómago revuelto.

Mientras limpiaba el suelo, él dijo:

─ ¿En dónde estabas? –su voz se sobresaltó, pero no fue tan grave como pensaba que sería.

─ En la plaza, donde siempre. –casi susurré.

─ ¿Tienes novio? Porque si es así, lamento decirte que no van a durar mucho. No te conviene tenerlo, Lucía. –decía, pero con cada palabra que emitía hacía que mi corazón se rompiera cada vez más. ¿Un padre era capaz de decirle eso a su hija enferma? Bueno, él lo era.

Tragué saliva, preparándome para elegir las palabras adecuadas y no alterar la situación.

─ No tengo novio, papá.

─ Espero que así sea, porque si lo tienes, lo voy a saber y no te convendrá que yo lo sepa. –amenazó, en sus ojos vi un sentimiento tan perverso que nunca antes solía ver.

─ ¿Por qué no? –pregunté, con el estómago encogido a causa del temor.

─ Porque haré que termines con él. Y si no lo hago yo, tu muerte se encargará.

Me tragué mis palabras, me tragué mi dolor, me tragué todo.

Dolía como el infierno, ¿no es así? Pero definitivamente mi madurez podía manejarlo, he vivido sin mi madre desde los siete años, cuando una de mis hermanas tenía tan solo dos años, he pasado por enfermedades, momentos difíciles y no sigo aquí solo para contarlo, sino para aprender de mis experiencias.

Guardé silencio, contuve las lágrimas en mis ojos y me retiré.

─ Gracias papá, haces que todo suene más doloroso de lo que ya es.

~

Llorando en mi habitación, con los audífonos puestos y la música a todo volumen, la puerta cerrada y con las cobijas sobre mí regazo. Así era como me cobijaba, así era como me deshacía poco a poco.

Tenía suficiente con todo lo que me estaba pasando, tenía suficiente con saber que tenía un tumor en el cerebro, con saber que mi madre estaba lejos, que dependía solo de mí salvarme y salvar, salvar a mis hermanas. Solo por ellas yo sigo aquí, pero duele recordarlo y duele más que te lo recuerde alguien a quien quieres.

Él nunca se había comportado así, siempre me había dado apoyo desde que me diagnosticaron esa bola de masa de dos centímetros de diámetro en mi cabeza, en el lado izquierdo de mi cerebro. Sabía que después del trabajo se iba con sus amigos, eso no me molestaba me absoluto porque nunca había llegado mal, pero esta vez, me hirió en lo más profundo de mi corazón. No sé si dolía porque era la primera vez que pasaba, o porque era la primera vez que no reflejaba el amor que decía que me tenía, diciéndome aquellas palabras.

¿Era tan necesario recordarte lo miserable que era tu vida y, que en tu única esperanza de ‘vivir’ podías morir? Yo creo que no.

Me hundí en mis pensamientos, tal vez él no lo dijo con intención, estaba en mal estado y furioso porque no estaba en casa, desquitó su ira contra mí y aunque no era lo justo, tampoco era justo que me enojara con él para siempre, cuando mi vida podía acabar ahora mismo.

Escuché toques contra mi puerta, primero pensé que era mi padre, pero cuando abrí la puerta me di cuenta que eran ellas. Las recibí atentamente, pero no buscaban refugio en mi habitación.

─ Ya es de noche, Luce, tenemos hambre. –dijo la más pequeña, Andrea, mientras se sobaba el estómago. Físicamente, ella era más grande que yo solo por un par de centímetros, pero su cara reflejaba su verdadera edad. En cambio, Julie, físicamente medía lo mismo que yo, pero su rostro aparentaba más edad. Y yo, bueno, me habían dicho que me veo solo un par de años menor cuando uso mis gafas, así que usualmente suelen confundir mi edad con la de mi hermana.

─ De acuerdo, vamos a la cocina para hacerles la cena. –asentí y abandonamos la segunda planta para incorporarnos al cuarto de cocina.

Una vez en enero. [fanfic w/Ashton Irwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora