Epílogo.

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Las arrugas en su rostro delatan el paso de los años, las lágrimas que ha derramado y las noches de insomnio. Su cuerpo bien formado, con espalda ancha y brazos fuertes, más de lo que se recordaba la última vez era producto de la testosterona, al igual que el crecimiento de vello en el mentón y las mejillas. El cabello castaño había sido recortado, apenas se distinguían sus rizos y aquella camisa celeste fajada a un pantalón negro de vestir lo hacían ver como un profesional. Y sí que lo era.

Aquella tarde a finales de agosto, con el sol pegando sobre la cabeza, el cielo despejado y unos muy cálidos treinta y tres grados, condujo en su auto del año desde su despacho a la escuela donde estudiaba su pequeña January de siete años de edad en la Escuela Primaria Amisten.

El aroma que desprendía el auto era una mezcla entre su fragancia masculina y a chicles de menta que mascaba cada día después de una  larga jornada de trabajo, decía que eso lo relajaba para hacerse cargo de los labores del hogar cuando llegara a casa. Su turno aún no había terminado, pero había prometido a su hija pasar a recogerla en su primer día de clases.

La pequeña January, con apenas siete años recién cumplidos en mayo, no era tan alta ni tan pequeña, pero su cuerpo era debilucho y sus rizos color cobrizo caían en cascada sobre su espalda cada mañana, atados a una coleta alta que le hacía su papa. Ella había vivido  con él desde los siete meses de nacida, biológicamente no era su hija, pero por alguna extraña razón, físicamente eran idénticos, incluso el color de sus ojos hazel eran los mismos; era como si estuvieran hechos uno para el otro, como padre e hija.

Él adoraba mucho a su pequeña y en vez de lamentarse por cargar con una responsabilidad a los veinticuatro años, recién titulado de la Universidad en Ciencias Políticas, un tres de diciembre, siendo entregada por una mujer anciana a la que apenas se le veía el rostro… la llamaba una ‘bendición’. Él la amaba tanto como a su vida entera y hacía lo mejor para ella.

Con el paso de los años muchas mujeres jóvenes intentaron establecer una relación con el señor Irwin a pesar de su situación de padre soltero. Muchas insistieron en ser una buena madre para la pequeña, le decían que ella necesitaba de una madre, pero él se negaba a las ofertas. Él jamás tuvo si quiera una novia desde los veinte, había estado soltero por mucho tiempo pero jamás se le pasó por la cabeza la compañía de una mujer, porque ahora su hija era la única en su vida.

El Licenciado Ashton Fletcher Irwin disfrutaba de su vida, de su trabajo y de su pequeña. Desempeñaba un buen trabajo en su labor, había colaborado en algunos casos importantes a nivel nacional y se le pagaba por ello. Pero fuera del ámbito económico, era rico en amor, amor que le brindaba su cría.

El joven padre de apenas treinta años, un adulto joven y con su vida realizada, no podía superar un triste pasado que lo marcó desde entonces. Él había vivido un magnífico romance con una chica a la cual quiso tanto, pero todo acabó al no resistir una operación en el cerebro. Tal vez esa era la razón por la cual desde entonces no tenía pareja sentimental, pero el vivo recuerdo de la señorita tampoco lo dejaba escapar por las noches.

En la radio sonaba una viejísima canción de hacía más de veinte años de un grupo llamado Green Day, era su grupo favorito desde los doce o quizás desde antes, así que subió el volumen para recordar viejos tiempos con la canción titulada 21 Guns y se llenó de energías para ver a su hija.

Cuando llegó a la avenida Shell, aparcó el auto en el único lugar disponible que quedaba y salió del coche para caminar a la acera en la espera de encontrar el rostro de su niña. Y cuando la encontró, la pequeña alzó sus delgados bracitos en una carrera por abrazar a su papá.

Él la envolvió en sus brazos y alzó sus pies del suelo, luego la devolvió a su lugar y tomó la mochila que cargaba, echándola detrás de su espalda para coger su mano y regresar al auto. Pero cuando la niña apenas tocó el suelo, giró a su derecha e iluminó la mirada:

─ Papi, tengo una maestra fantástica. Ella es hermosa y dulce, me pregunto si tendrá hijos –pausó y continuó devolviendo la mirada a su padre–. Su nombre es Lucía.

En ese momento, una bola demoledora rompió los cristales de su corazón y dejó escapar los recuerdos que tanto resguardaba para sí mismo. Él jamás le había hablado a January de aquella chica de la que se enamoró en su juventud,  y escuchar pronunciar aquel  nombre de la vocecita de su hija, hacía sentir el recuerdo más vivo.

─ Estoy seguro de que los tiene, Jane. –sonrió a duras penas y tomó su mano para volver y olvidar el tema lo más pronto posible.

─ ¡Es ella, papi! –la señaló con entusiasmo y en cuanto los ojos del joven siguieron la dirección que le indicaba, todo acabó.

Aquella mujer era el vivo retrato de Lucía Caroll, su chica. Todo en ella, sus facciones eran idénticas, incluso el color de su cabello y la forma en que caminaban. Él no pudo despegar la mirada, el parecido era casi imposible para esta realidad, pero se desconcertó cuando la mujer le dirigió la mirada. Él sintió que acaba de ser pillado cual niño de trece años al ver revistas de desnudos por sus padres en su habitación, el calor subió hasta sus mejillas y ella sólo le sonrió.

─ Te dije que era linda, papá. –intervino la voz de la pequeña en sus pensamientos.

─ Ahora lo sé. –murmuró con un tono que apenas era audible a un metro de distancia.

─ Papi, ¿algún día tuve una mamá? Todas mis amigas tienen una y yo sólo te tengo a ti. ¿O acaso estuviste en algo que se le llama matrimonio con una chica antes? A veces me dan ganas de tener una mamá…

Ashton tragó saliva, devolviendo toda la atención a las palabras de su hija y se alejaron a paso lento del lugar.

─ Hubo una chica, no me casé con ella, pero pensaba hacerlo algún día… –declaró como un gran secreto entre los dos.

─ ¿Y qué pasó con ella? –preguntó curiosa  January.

─ Ella ahora está en un mejor lugar, saltando entre algodones de azúcar y escuchando sus canciones favoritas mientras come pizza. –narró cual cuento de fantasías para una niña de su edad. Ella soltó una risita, contagiada por el humor de su papá.

─ ¿Cómo fue que la conociste, papá? ¿Estuviste enamorado de ella? –las cuestiones de la pequeña no parecían afectarle por fuera, pero por dentro se desataba un estambre de dolorosos y melancólicos recuerdos.

─ Sí, estuve enamorado de ella y la conocí una vez, una vez en enero…

─ ¡Enero, como mi nombre en inglés! –exclamó Jane, entusiasmada por la sorpresa.

─ Así es, hija. –esbozó con una sonrisa de melancolía y la tomó de la mano, sosteniendo a su mundo entero, lo único que ahora poseía.

Una vez en enero. [fanfic w/Ashton Irwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora