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Cuando llegué a casa ahí estaba mi papá, lo vi desde la puerta principal hasta el fondo en la cocina, sobre la sala. Me saqué el suéter y lo arrojé a un pequeño sillón al lado de la puerta, entré al baño para lavarme las manos con agua caliente y lo acompañé a la cocina.

El olor que desprendía de la estufa eran hamburguesas, pero se veía que estaba apurado pues aún no tenía nada preparado. Le ayudé untando mayonesa y mostaza a los panes para las carnes y piqué lechuga y tomate para acompañar.

No me preguntó en donde había estado, ni siquiera hablamos hasta que la comida estuvo lista y tuvimos que  llamar a mis hermanas para venir a cenar.

Él se sentó en la silla principal de la mesa, mis hermanas y yo a los costados.

─ ¿En dónde habías estado? –me preguntó después de darle un mordisco a su alimento.

─ Fui a la plaza enfrente de la iglesia, voy casi todas las tardes. –respondí sin mucha preocupación.

─ ¿Y tus hermanas? Tienes que quedarte a cuidarlas. –dijo con seriedad.

─ Ellas ya están grandes y cuando me voy ya les di de comer. Siempre reviso que todas las puertas estén cerradas antes de irme. Además, nunca llego después de las ocho.

─ Deberías tener cuidado de andar por ahí sola. –cambió su semblante y me ofreció papas.

─ Sé cuidarme, papá. Además, ¿qué más me podría pasar? –se sintió un silencio realmente incómodo, tanto para ellos como para mí. Parecía que no les agradaba mucho hablar de mi ‘enfermedad’–. Era una broma, ¡por Dios!

~

A las once de la noche estaba en mi habitación, acostada en mi cama junto a la ventana y los auriculares puestos, escuchando una de mis canciones favoritas de Katy Perry, Not Like The Movies.

Mi habitación estaba separada de la de mis hermanas, ellas dos dormían juntas en un cuarto y yo sola en otro. Me había acostumbrado a dormir sola desde muy pequeña, pero a veces me aterraba tanto que me escabullía a su habitación y me metía bajo las cobijas de sus camas para sentirme protegida. Tal vez era tonto, sin razón o extraño, pero necesitaba de ese sentimiento. A veces, las voces en mi cabeza gritaban con tanta fuerza que solo estando cerca de alguien a quien amaba, desaparecían.

Esta vez logré apagar sus voces con la música retumbando en mis oídos. Esa también era una buena forma de ahuyentarlas.

El móvil, descansando sobre mi estómago, vibró en cuanto llegó un mensaje de Messenger a mi cuenta. Era mi mejor amiga, ella decía:

"Hola, ¿cómo estuvo el día de hoy? J"

 

A lo que yo respondí:

"Hola. Normal, ya sabes, como siempre.

Fui a la plaza, cerca de mi casa y conocí a un chico."

 

La canción de Katy P. terminó y empezó una de Taylor Swift a modo aleatorio, Begin Again, pero bajé el volumen por una extraña razón. Quizá porque así sentía que le daba más importancia a las palabras de mi compañera, aunque no me estuviera hablando de frente.

"¿Enserio? ¿Cómo era? ¿Estaba guapo?

Ya es tiempo de que te consigas un novio, Lucy."

 

Yo gruñí. Me molestaba tanto que todo el tiempo me dijera lo mismo, tan solo por ser todo lo contrario a ella.

Ella era… más sociable –por así decirlo– con los chicos, había tenido más de cinco novios en sus diecisiete años y dejó de ser virgen una semana antes de cumplir quince. Yo, siendo sólo un mes menor que ella, había tenido dos novios que no entraban a la categoría de ‘Oficiales’ porque realmente no lo fueron, aunque tuvieron mucho peso en mi vida amorosa; y claro, aún era virgen.

Le contesté, sin muchos ánimos:

"¿Y qué si no necesito de uno? No necesito de un hombre para nada, lo sabes."

 

Lancé el celular lejos, pero rebotó en el borde mi cama, pues los auriculares no eran tan largos y amenazaron con zafarse de mis orejas. Me acomodé en la pared, con la almohada en mi espalda desvaneciendo el frío que pegaba en mí y arrastré la cobija a mi regazo.

Miré la pantalla.

"Pero necesitas el amor de alguien, y no de alguien como yo. Un chico te podría hacer feliz. Piensa en tu enfermedad, en el tiempo que te queda. ¿Sabes lo que haría yo si estuviera en tu situación? ¡Cogería con un hombre diferente todos los días!"

 

Reí, aceptando su respuesta y escribí:

"Sí, pero yo no soy como tú, Beth.

Además, no sé si quiera enamorarme ahora. No creo que sea el momento adecuado."

 

La canción de la artista estaba por terminar, pero ni siquiera le dediqué el par de segundos que faltaban para escucharla hasta el final y detuve el reproductor, desconecté los auriculares y los dejé sobre mi mesa de noche, al otro costado de mi cama. Ahí tenía todas mis pertenencias, al menos las que tenían más valor para mí –y no, no eran joyas ni dinero–.

El celular vibró en mis piernas y lo tomé entre mis manos para leer:

"Y si no lo es ahora, ¿entonces cuándo lo será?, ¿cuándo estés a diez metros bajo el suelo, fría, pálida y gris, sin vida? Eres mi mejor amiga y aunque no te tenga cerca, te quiero demasiado y quiero que seas feliz. Me duele saber que al tiempo que queda, tal vez nunca te enamores, ni tengas sexo, ni tomes alcohol o fumes marihuana; me duele porque, todo este tiempo creí que tenías una vida perfecta y yo he malgastado mi tiempo en tonterías, tonterías que no valían la pena mientras tú te esfuerzas todos los días por mantenerte de pie. Te amo, Lucía Caroll, y quiero que seas feliz."

 

Mientras leía y avanzaba entre palabras, los ojos se me inundaban de lágrimas, lágrimas que se escaparon y corrieron por mis mejillas hasta mojar la pantalla de donde leía.

Joder, deseaba tanto estar a su lado y abrazarla tan fuerte, sin parar de decirle ‘te amo, te amo, te amo’.

Temblorosa, escribí:

"Te amo, Beth Rivera."

Una vez en enero. [fanfic w/Ashton Irwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora