Capítulo 28: Alguien imparcial.

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—Está hecho. Si eso no la asusta, no sé que lo hará.

—Bien Eilan, ¿qué tal tu herida?

—Ni se nota.

—Genial, pues prepara tu equipaje. Mañana sales para París, vas a estar unos días fuera.

—¿Otra vez?

—Y todas las que hagan falta. 

—Está bien... .


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—¡Albaa! ¿Estás bien? Apenas te he entendido por teléfono. ¿Qué ha pasado?

—¡Esto ha pasado!—y le lanzo el sobre con las fotos al pecho—.

—¿Qué es esto?

—¡Ha estado observándome todo este tiempo, Carlos! ¡Todo el puto tiempo! ¡Esa hija de puta ha estado aquí! ¡aquí! mientras yo dormía y además, ¡cogió a Queen y...!

—Vale, vale. Cálmate. ¿Donde está ahora? ¿Tu estás herida? ¿Te ha hecho algo?

—No lo sé, se fue y...yo la seguí, pero... escapó. Yo estoy bien, no me ha hecho nada.

—Vale, siéntate, yo estoy aquí ahora —dice con suavidad para calmarme— ¿Queen está bien entonces?

—Sí. —digo casi empezando a sollozar—.

—Vale, menos mal —y me abraza con fuerza—.

Me acompaña al sofá y me sienta allí. Él empieza a ver las fotos y noto que palidece, niega con la cabeza y solo alcanza a decir:

—Esto es... No sé que decir... . Igual es mejor que no pases la noche aquí.

—¿Y dónde voy a ir? ¿A tu casa? ¿Crees que no sabe donde vives tú también?

—Pues...entonces, me quedaré contigo aquí. Ese sofá siempre me pareció cómodo. 

—Te lo agradezco, pero creo que no me hará nada más por hoy. Si hubiese querido, ya me lo hubiese hecho. Estoy bien, solo quería que lo vieses con tus propios ojos. No hace falta que te quedes. Estaré bien.

—¿No te cansas? —pregunta en un tono lleno de agotamiento—.

—¿De qué?

—De hacerte la fuerte todo el tiempo. Ya sé que lo eres y no voy a dejar de pensarlo porque me dejes quedarme aquí contigo. Estás asustada y no puedes quedarte sola toda la noche. No pasa nada porque te dejes ayudar, no serás más débil por ello. 

«Creo que aunque me cueste admitirlo...tiene razón».

—¿Te importa si traigo una manta y dormimos los dos ahí? No creo que pueda descansar en mi cama sin pensar que puede estar ahí, mirándome de nuevo.

—Claro.

Miro a todas partes de reojo como si temiese que ella estuviese en algún rincón esperándome, escondida, mirándome entre las sombras. Sé que no está, pero no puedo evitar pensarlo.

Vuelvo al sofá y me tumbo en un extremo. Carlos en el otro. Hay un silencio ensordecedor e incómodo. Ninguno de los dos sabe que decir. Al final, él lo rompe:

—Alba, ¿quieres una tila, o una valeriana, algo que te ayude a dormir?

—No. No quiero nada. Solo quiero cerrar los ojos y que todo haya sido un mal sueño.

—Sé que no soy un superpoli, pero quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites.

—Lo sé. Gracias por estar siempre.

DesenmascárameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora