Bienvenido a la familia

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El esqueleto avanzo tambaleante hasta la computadora de su jefe, se sentó, empezó a teclear de manera caótica y después llamó a los dos muchachos.

—Deje todo listo para que busquen a la persona que necesiten. Saldré un momento a estirar las piernas.

—Gracias por ayudarnos señor— Miguel le sonrió.

—¡Miguel! ¿Qué te dije sobre confiar así de fácil en las personas?— Hiro lo regañó.

—Voy por dulces y enseguida regreso niño —El esqueleto se puso de pie y avanzó hacia la puerta.

—¡De ninguna manera! — protestó Hiro— vas a ir con el chisme— bloqueo la puerta con su cuerpo.

El temblor del esqueleto aumentó sonando como una matraca.

—¡Solo díganme que quieren y déjenme ir!

—Tienes que llamar a una señora malhumorada llamada Imelda y a un travesti vestido de Frida Khalo llamado Héctor— contestó Lito mientras empezaba a lamerle las costillas con su lengua de rana.

El oficinista regresó al escritorio, tecleo unas cosas más y después hizo unas llamadas.

—Localizaron al travesti.

—¿Qué es un travesti?— Miguel preguntó.

—Es una persona que se viste se mujer para hacer espectáculos— respondió Lito mientras abría la boca y chupaba la columna del oficinista como si fuera una paleta.

—Ya veo, tal vez por eso mamá Imelda nunca lo perdonó— Miguel meditó un poco.

Hiro lo vio y se preocupó.  Solo esperaba que la tatarabuela de Miguel no fuera homofóbica por las andadas que tenía su esposo.

—Esta cerca pero no quiere venir. Creo que quiso cruzar el puente, pero al parecer no tenía foto en la ofrenda.

—Dígale que es referente a mamá Coco, vamos a hacer que pueda ver a su hija— Miguel le rogó.

Después de dar el avisó por teléfono le confirmaron que el tatarabuelo de Miguel iba en camino.

—Localizaron a la señora Imelda pero tampoco quiere venir.

—¡Dígale que un travesti le está enseñando a tocar música a su tataranieto!— Hiro exigió.

El esqueleto hizo lo que le pidieron y luego llegó una pequeña espera en donde solo se escuchaba el temblor del oficinista y las lamidas que le pegaba el demonio.

Unos momentos después llamaron a la puerta. Hiro se asomó y vio un señor bastante raro con un vestido.

—Creo que es él— Dijo el asiático mientras se asomaba a la puerta.

Dejó pasar a Héctor y enseguida volvió a cerrar la puerta con llave.

—¿Quiénes son ustedes? — pregunto el mayor.

—Soy tu tataranieto Miguel.

—¿Tengo un tataranieto?— su cara no dejaba de asombrarse.

—Así es, y el es Hiro.

—¿También es mi tataranieto?

—No, el es mi novi... amigo, es mi amigo— dijo algo nervioso.

—¡¿Eso es un demonio?!— dijo señalando a Lito.

—Si es un demonio— respondió Hiro— pero está bajo nuestro control y nos está ayudando a conseguir que resuelva sus problemas con su esposa y pueda ver a su hija.

—Esto es muy raro.

—Si, realmente lo es, sobre todo porque usted está usando un vestido.

Héctor cambio sus ropas con algo de vergüenza, vaya forma en que su tataranieto lo había conocido.

—Tu eres… ¿Eres el novio de mi Miguel? — Héctor pregunto al asiático.

—Yo… — intentó hablar, pero las palabras se hacían nudos en su boca.

—¿Lo ayudaste a amenazar a un burócrata mal pagado para que pueda reunirme con Coquito?

—Eso si lo hice.

—¡Bienvenido a la familia chamaco! —Héctor apretujo a Hiro hasta que a este se le hizo difícil respirar.

—Papa Héctor lo estás lastimando— Miguel trató de separar el abrazo.

—Un momento… ¿Ustedes están vivos?— había sentido la carne de Hiro.

—Si lo estamos, solo usamos maquillaje para no llamar la atención.

—Eso es muy raro, pero si están vivos pueden poner mi foto en una ofrenda.

—Eso vamos a hacer una vez que finalicemos lo que tenemos pendiente aquí.

Mientras los tres hablaban el oficinista lentamente caminaba de puntitas dirigiéndose a la puerta. Se hubiera ido en silencio de no ser porque en el último momento Lito le lamió en un lugar sensible y esto hizo que soltara un chillido.

—¿¡A donde crees que vas!? — Hiro le habló molesto.

—¡Por favor! Pasé toda mi vida trabajando en algo que odiaba. Creía que en la otra vida al fin podría ser libre y me dedicaría a dibujar todo el tiempo. Pero resulta que aquí también tengo que trabajar en algo que no me gusta por un sueldo mínimo. ¡Por favor! ¡Se los ruego! solo déjenme ir. Quiero ir a casa y dibujar.

—¡Ay!— exclamó el diablillo! — este huesito de aquí me gustó ¿Le puedo dar una mordida chiquita? Será poquito, no va a sentir mucho.

—Depende— respondió Hiro— si sigue insistiendo en salir se la puedes dar.

Volvieron a llamar a la puerta, está vez los sonidos se escuchaban fuertes e iracundos.

—¿Quién es? — preguntó Miguel.

—Creo que es tu tatarabuela— respondió Hiro— y creo que está muy enojada…

Mi alma por un HiguelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora