Historia de un sacrificio FINAL

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Luzbell aparece frente a mí en un parpadeo, de la nada surge un trono digno de un rey y toma asiento. Ambos estamos de frente.

—Bueno Cariño, aquí me tienes —me dice—. Me estás haciendo quedar mal en frente de los niños, quiero que sepas que esta situación me parece bochornosa y me gustaría que te detengas y te marches de una vez.

—No me voy a ir. Hicimos un trato, quiero mi Higuel.

—No quieres eso. Ambos sabemos que te sientes culpable por Hiro. No quieres que esté en el infierno.

—Él no irá allí, es un buen chico.

—Estuvo a punto de engañarte para mandarte al infierno. No lo es. No merece ser salvado.

—Seguramente no sabía que tan malo era, por eso no midió las consecuencias de sus acciones. Yo cometí ese mismo error, no puedo culparlo.

—Estás diciendo necedades, tienes miedo. Quieres demostrar valentía pero te vas a arrepentir, ningún humano es capaz de soportar el tormento del infierno. Cuando sientas el calor capaz de derretir el metal, cuando tú boca se seque más allá de cualquier desierto, y cuando tengas un hambre más dolorosa que aquellos que mueren de inanición; serás capaz de entregar el alma de quién sea para salir; incluyendo la de Hiro, la de Miguel o la de tus padres.

Mi cara se tuerce por el terror y trato de disimular el temblor de mis piernas sujetándolas fuertemente con mis manos.

—No puedes saber eso —le digo tartamudeando.

—Yo lo sé todo. —Me dedica una risita y ladea levemente la cabeza.

—No... No lo sabes todo. Tú no eres Dios.

En ese momento su rostro se deforma y me deja ver en menos de un segundo sus verdaderos sentimientos. En su cara se refleja todo el odio que le tiene a la humanidad; su envidia; su codicia. El ser más maligno de toda la creación hunde sus ojos en mí como si yo fuera culpable de su desgracia. Después se da cuenta del desliz y cambiando a un rostro gentil me dice:

—Quiero mostrarte algo. —Me toma del brazo y me arrastra hasta el borde del precipicio. Quiero resistirme pero hay algo en él que no me permite hacerlo. Me fuerza a mirar abajo, donde se encuentran todos los horrores del infierno. Veo las infinitas torturas; escucho los gritos de humanos y chirridos de máquinas asesinas; huelo la carne de cientos de almas siendo chamuscadas por la lava —. ¡Vamos! ¡Escoge una, la que tú quieras! ¡Te demostraré de lo que está hecha la humanidad!

—¡Déjame ya!

—¡Escoge! —me ordena y señalo al azar algún punto en el basto horizonte. El alma de un hombre es traída hasta sus manos. Su cuerpo deshecho enseguida cura sus heridas y me deja ver una figura masculina joven —. Quiero que nos digas a los dos, que estarías dispuesto a dar para salir del infierno.

—Todo... —responde el alma en pena con los ojos vidriosos—. Te daré todo, lo que tengo o una vez tuve, por favor déjame salir de allí. Te lo ruego.

—Sigue hablando Cariño —le dice Luzbell al alma en pena—. Quiero que seas más específico.

—Te daré mi fortuna, todo el dinero que tuve en vida será tuyo...

—Necesito más. Lo que me ofreces es poco. —Abrió su mano un momento y el alma pareció que iba a caer de regreso al infierno.

—No, por favor, no quiero volver. Te daré cualquier cosa. Te daré el alma de mi esposa, también... —El condenado parece dudar un poco, pero después continua—, te daré el alma de mi bebé.

Luzbell le sonríe. Hace como si fuera a salvarlo, deja que uno de sus pies toque el suelo donde ambos estamos pisando y después, sin previo aviso, lo arroja con una fuerza descomunal hacia el precipicio. Por la potencia del lanzamiento puedo intuir que el hombre va a llegar al fondo de la tierra.

Mi alma por un HiguelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora