Capítulo 4

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Narra Mateo

Era viernes, y saliendo de clase de arte me dirigí con rapidez y algo de cansancio a mi casa.

Hoy me encontraría con Luli, ya que desde la última jornada lo habíamos programado. No vivíamos tan lejos y nos reuniríamos en una plaza.

-¡Papá! -grité.- ¡Ya me voy! -y antes de que pudiera contestar ya me encontraba corriendo hacia el parque más cercano.

Ella todavía no llegaba, así que me limité a esperar sentado mientras revisaba mis redes sociales. Había algunas fotos de Luli en las que me etiquetaban las mateistas o lulistas, y algunas fotos de nosotros dos hablando o abrazados de la última jornada.

Oí unos pasos cercanos y volteé a ver. La rubia ya había llegado, y en estas semanas había adelgazado unos cuantos kilos, los suficientes como para estar un tanto ojerosa y pálida.
Vestía un top blanco con encaje que le llegaba hasta el ombligo, una campera roja y un short jean. Se veía hermosa, porque de por sí lo era, pero delgada, en un peso no muy saludable que digamos.

Parpadeé varias veces, tratando de ignorar todos esos pensamientos, y la recibí con una sonrisa y un abrazo.

-Hola, enana.- la saludé divertido.- Te extrañé.- besé su coronilla.

Ella me sonrió y me saludó alegre.

-Yo también wacho.- me abrazó, rodeando con un brazo mi cintura mientras caminábamos.- Tenemos que juntarnos más.- acotó observando a la gente pasar.

-Pero si yo siempre te digo y no podés.- la miró incrédulo.

-Es que a veces me da paja.- se encogió de hombros a lo que yo rodé los ojos.

Seguimos caminando hasta llegar a las hamacas y comenzar a columpiarnos, en una pequeña competencia de quién lo hacía más alto.

-Boludo, ¿no te da miedo caerte? -me preguntó yendo ambos a la misma altura.- A veces imagino la hamaca cortándose justo cuando voy en el tope.- Confesó.

-Que feo boluda, no me hagas imaginarmelo.- me reí, sintiendo la brisa del viento chocar contra mi cara. La observé de reojo, sonriente y con mechones de pelo cubriendole la vista. ¿Por qué no podía ser todo así? Relajado y divertido, sin problemas, sin nada.

Tras impulsarme a subirme con ella a varios de los juegos de plaza y contarme anécdotas divertidas, se había hecho de noche.

-Y siento muchísima presión.- confesé.- Es como que sí o sí debo sacar un disco, y en agosto es la God Level, y si no gano algún campeonato me tomarán de sobrevalorado.

Ella me observó pensativa, mientras que yo la miraba preocupado.

Después de unos segundos me tomó del cachete con cariño y besó mi mejilla, riéndose.

-¿Qué? -pregunté, sintiendo que se burlaba de mí.

-Que nunca imaginé verte estresado.- se rió nuevamente.- En los memes se supone que vos sos el relajado.- recordó, provocandome una carcajada.- Sos buenísimo, tanto en el rap como en el freestyle.- admitió sonriente.- Para el disco tomate tu tiempo, pero sé responsable y te conviene ponerte horarios para grabar, es mucho mejor que saques un disco bueno pero tarde, que malo pero temprano.- sentenció a lo que yo asentí.- Aunque es imposible que algo tuyo sea malo, y en el caso de los campeonatos, los verdaderos seguidores del freestyle saben que sos muy bueno, ganes o pierdas, y si no problema suyo, vos no te preocupes.

No pude evitar sonreír con cariño y abrazarla, levantándola un poco.

-¿Sabías que sos la mejor? -la despeiné divertido.- Muchas gracias, Lulú.

-No es nada.- me correspondió el abrazo.- Cualquiera te diría eso, simplemente es la verdad. Aunque también estoy nerviosa por la God Level.

-Eu, ¿vos tenes compañero ya? -le pregunté con curiosidad.

-No boludo, debo buscar, la mayoría ya tiene.- se mordió el labio, provocando que mi vista se dirigiera a ellos.

-Yo tampoco wacho, ¿pinta hacer dúo?

-Ay sí.- exclamó emocionada, abrazandome.- voy a hacer dúo con trueno laputamadre.- se rió.

-Las mateistas y lulistas ahora sí van a tener material nuevo para el fandom ndeah.

Seguimos caminando, hasta que caí en cuenta que no habíamos merendado ni cenado, y ya casi eran las doce de la noche.

-Eu, Luli.- la llamé, provocando que volteara a verme con curiosidad.- ¿Cómo seguís con "eso"? -pregunté haciendo referencia al tema de la comida.

Pude ver como tragaba seco algo incómoda, para luego desviar su mirada.

-Bien, supongo.- se encogió de hombros.- Pero me falta bajar para estar como quiero.- admitió, provocando que la mirara sorprendido.

-¿Bajar más? -cuestioné todavía sin creérmelo.- Pero si ya estás muy delgada.- objeté.

-No lo suficiente.- contradijo.

-Pero la última vez me dijiste que querías bajar como dos kilos, y ya los bajaste, evidentemente.- repliqué haciendo referencia a su aspecto, y ocasionando que me mirara con molestia. Suspiré.- ¿No crees que necesitas ayuda? -pronuncié con suavidad, tomándola de la mano.

Ella se limitó a negar con la cabeza y a observar como unos niños se deslizaban por un tobogán.

-Lulú, ¿sabes que lo que haces no está bien, no? -pregunté, observando su perfil.

-Lo sé.- murmuró, en palabras susurrantes, en donde si no hubiera estado lo suficientemente cerca hubieran pasado desapercibidas, siendo arrastradas por el abundante viento.- Pero no puedo parar.- concretó, mirandome por primera vez a los ojos. Y ahí me di cuenta que aquella no era su mirada de siempre, la mirada alegre, risueña e infantil. La mirada de despreocupación, a excepción de en nuestras largas conversaciones de temas existenciales, donde en esos casos sí se asomaban.

La abracé con fuerza y ella no pudo evitar corresponder. La anorexia era una enfermedad de mierda. Una enfermedad que arrasa con todo, volviendo irreconocible a la persona, por dentro y por fuera. Un mundo en el que sólo existen el número de calorías que comiste y la culpa que te provocan. Ella, como cualquier persona, era más que un cuerpo, y me daba bronca no poder demostrárselo. Ella era las risas que suelta al no entender un chiste, los nervios antes de un campeonato, los abrazos que da a los participantes cuando estan desanimados, ella era todo lo que estaba bien, pero ahora, parecía rota.

-Sabes que te quiero.- le susurré sobre su pelo.- Estoy contigo.- intensifiqué el abrazo.- No te dejaré sola.

Después de unos largos segundos, ella habló.

-Yo sólo...- pronunció con un leve tono de cansancio interponiendose.- No sé que me pasa.- admitió.- No sé porqué me preocupan esas estupideces superficiales, cuando yo no soy así.- espetó con tristeza.- No lo soy.

Pasó un tiempo hasta que nos separamos y continuamos caminando.

-¿Por qué no vas a una psicóloga? -recomendé, observando como dábamos pasos a la par.

-Porque puedo resolverlo sola.- afirmó con seguridad, con ganas de terminar la conversación.

Al darme cuenta decidí no seguir con el tema. Era madrugada, así que ignorando sus insistencias la acompañé hasta su casa.

Nos quedamos mirando por varios segundos, apreciando de cierta forma estar frente al otro, sus rasgos, su esencia.

-Boluda, sos mucho más que tu peso.- fue lo último que dije antes de dejar un beso duradero en su mejilla e irme a la parada del colectivo, directo a mi casa.

Anorexia ; TruenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora