Capítulo 12

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Norberto, el ridgeback noruego

     A nadie le gustaba la vuelta al colegio después de navidad, y las caras de mis compañeros me lo demostraban todos los días. Lo único que los motivaba era el quidditch, donde la única cosa que me enteré del quidditch fue que Snape sería el arbitro, pero a pesar de ser un partido corto, no fui a verlo. No me apasionaba. Nunca me gustó el deporte.

     Viendo a los profesores, Snape y Quirrell estaban en una especie de tensión agresiva. El de pociones seguía con su mal carácter, por lo que suponía que todo andaba normal, mientras que el del turbante se ponía cada vez más delgado y pálido, al igual que yo. 

     Las pesadillas me atacaban muy a menudo, y más de una vez Pansy y Daphne despertaron a Millicent para que me cargara y llevara junto a ellas a la enfermería contra mi voluntad. 

     Necesitaba tener la cabeza ocupada, por lo que volví a encerrarme en el cuarto o ocupar una de las mesas de los rincones oscuros de la biblioteca para poder repasar y subrayar con colores los diferentes apuntes. 

     Faltaban diez semanas para los exámenes, y entre libro y libro de clases descansaba cogiendo algún totalmente diferente que tratara de pociones nuevas y complicadas, hechizos bastante útiles y transformaciones extravagantes. 

     Por lo que se ve, los profesores pensaban igual que yo, porque nos dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas como las de Navidad. Lo único fuera de lo común era yo con mi varita practicando diferentes hechizos y movimientos de varita. 

     En una de las práctica, quería transformar una roca del lago en una rana, pero lo único que conseguí fue que explotara. 

     -¡Por Merlín! -escuche a mis espaldas- estas horrible.

     -Muchas gracias Hagrid -rodé los ojos-, siempre sabes que decir para que me sienta mejor.

     -Pero va enserio ¡mírate! -me señaló- estas toda paliducha y más flacucha de lo normal. Parece que te puedo mandar volando con un soplido. Vamos acompáñame.

     -No quiero -me preparé para tirarme al suelo si era necesario. 

     -Vamos.

     -¡Suéltame Hagrid! -el muy maldito sabe que odio que me toquen-. No me gusta el contacto humano Hagrid. Bájame ahora mismo.

     -No grites tan alto que pareces un animalito que lo van a matar.

     Deje que mis brazos colgaran hasta la mitad de su espalda. Me había agarrado como un saco de patatas. ¿Qué tiene que hacer una chica hoy en día para que la dejen ahogarse en sus penas?

     -Me gustaría tener un perro -necesitaba aprovechar el momento.

     El otro se quedó desconcertado.

     -¿Un perro?

     -Si, hace tiempo ya. ¿Qué te parece el nombre de Fluffy, bueno eh?

     -Si, si -concordó- de hecho, yo tengo uno que se llama así. Lo visito casi todas las semanas, está... se lo presté a un amigo.

     -Ya sabía yo que ese nombre era bueno, suena a osito de peluche.

     Hagrid empezó a reírse, tan alto que su me zarandeaba en su hombro.

     -Claro que si. Por muy grandullones que sean todos tienen un punto débil que los hacen ver como ositos de peluche. Por ejemplo, mi Fluffy tiene carácter, pero con que le toques cualquier melodía se calma al acto y se echa a dormir.

Lilianne y la Piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora