𝔒𝔩𝔳𝔦𝔡𝔢́ 𝔡𝔢𝔠𝔦𝔯𝔱𝔢 𝔮𝔲𝔢 𝔱𝔞𝔪𝔟𝔦𝔢́𝔫 𝔱𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔯𝔬.

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La motocicleta atravesó aquel paraje desierto del bosque a toda velocidad, rugiendo como un animal en medio de la espesura. Mónica se aferró más a la cintura de su novio.

Julio siempre había tenido pasión por las motos y aunque a ella no le gustaban mucho, había aprendido a apreciar aquel aspecto salvaje del hombre que amaba.

El gusto por ir rápido, la necesidad de la adrenalina, la manera en que su cabello se movía cuando era acariciado por el viento.

Le gustaba todo de ese hombre.
Ese hombre al que no le gustaba compartir con nadie. Y vaya que era difícil.

Julio era el chulo del barrio, un Don Juan, que no sabía un ápice sobre la palabra compromiso. Se metía con todas y a todas horas.

A Mónica le había sorprendido mucho cuando empezó a cortejarla; era la ratita de biblioteca del vecindario. Bonita, pero con muy poca maña en las cuestiones del flirteo. Se había prometido a sí misma no caer en su juego, más no había podido evitarlo.

Lo quería. Y haría lo que fuera por defender ese amor.
Pero él nunca se lo tomaba en serio.

—Ya estamos aquí —dijo él mientras descendían del vehículo.

Se encontraban frente a la vieja casa de los abuelos de Mónica, una cabañita en medio de la nada a la que solían llevarla cuando era niña. No solía pisarla en años.

—¿Es aquí? —le preguntó Julio con una sonrisa coqueta.

—Sí, es aquí —le dijo ella—, te dije que te tenía una sorpresa.

—No puedo esperar —Julio la abrazó por la cintura y la besó en el cuello.

Entraron y un interior oscuro y lleno de polvo los recibió.
—Pues vaya sorpresa, no se puede decir que el lugar sea muy acogedor —bromeó Julio—, ¿qué es lo que...? —guardo silencio de repente.

Había un cuerpo tendido en el suelo. A su alrededor, enormes huellas dactilares de sangre se hallaban regadas, como si hubiera sido arrastrado desde la puerta.

 A su alrededor, enormes huellas dactilares de sangre se hallaban regadas, como si hubiera sido arrastrado desde la puerta

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Tenía la mirada límpida y aterrorizada. Y él le conocía a la perfección: era Laura, la chica con la que se había liado la semana anterior. Pensaba que estaba de viaje.
Julio tembló.

—¿Qué... qué significa esto? ¿Mónica?

Mónica se volvió hacia él, apuntándolo con una pistola.

—Creías que no me iba a dar cuenta, ¿verdad? Si ya todo mundo sabe cuándo me pones los cuernos con alguna.

—Mónica, yo... espera, puedo...

—No trates de explicarme —Mónica sacó unas esposas y le colocó una sin resistencia.

—¿Qué haces?

—Le dijiste a esta chica que querías estar con ella para toda la vida —Mónica colocó la esposa restante en la muñeca del cadáver de Laura

—cumplo tu sueño.

—Mónica, por favor...

Los amantes quedaron asegurados y Mónica disparó en el pie de su novio. Un grito ensordecedor inundó la cabaña.

—Olvide decirte que te quiero. Que lo pases bien.

Decidida, la muchacha cogió las llaves de la moto y se alejó a toda velocidad.

Sí, ella amaba a Julio. Y por eso nunca le perdonaría su traición.











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