𝓔𝓵 𝓑𝓾𝓻𝓭𝓮𝓵 𝓭𝓮 𝓵𝓪𝓼 𝓹𝓪𝓻𝓪𝓯𝓲𝓵𝓲𝓪𝓼: 𝓶𝓪𝓼𝓸𝓺𝓾𝓲𝓼𝓶𝓸 𝔂 𝓑𝓾𝓷𝓭𝔂 (+18)

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🚨ESTA HISTORIA NO ES APTA PARA MENTES DÉBILES, CONTIENEN DESCRIPCIONES GRAFICAS Y SEXUALES🚨

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Ahí estaba Alyssa Romanova (Liss) entrevistándose con una nueva clienta. Recibía a unos cuarenta al día, de los cuales apenas la mitad aceptaban los términos del acuerdo y muy pocos eran los que hacían peticiones interesantes. Frente a ella se encontraba una joven de diecinueve años —bastante delgada— que evitaba hacer contacto visual y llevaba una falda corta y una camiseta de tirantes: su nombre era Jazmín Auz.

—De acuerdo, señorita Auz, ¿vino porque tiene algo en específico en mente o quiere que le sugiera alguna de nuestras parafilias más populares?

—He pensado en algo, pero es... es algo imposible —Al escuchar esto, Alyssa apenas evitó hacer un sonido de molestia; escuchaba esa palabra muchas veces al día y rara vez precedía a una fantasía difícil de realizar, normalmente se referían a alguna situación incestuosa o de adulterio, nada que un buen secuestro no pudiera solucionar, muy raras ocasiones había circunstancias más complejas, pero no había imposibles para ella.

—Esa palabra no existe para nosotros —respondió Liss con completa convicción.

—Quiero tener sexo con Ted Bundy —le respondió Jazmín mirándola por primera vez a los ojos, desviando de inmediato la mirada y retomando su tono tímido—. Bueno, no tendría que ser él, no quiero tener sexo con un esqueleto... podría ser un imitador.

—Ted Bundy, buena elección. ¿Tiene alguna otra petición?

—Sí, quiero que sea agresivo, pero no lo suficiente como para hacerme daño permanente.

Liss le dijo que su habitación estaría lista pronto y le indicó que esperara en la sala dos. Jaz entró tímidamente a aquel lugar ruidoso y tomó asiento lejos del resto de la gente, en el escenario había una mujer desnuda y amordazada, de pie, con los brazos y piernas atados a los extremos del lugar; a su lado había una mujer con un vestido diminuto de cuero, que portaba una máscara de conejo negra que solo dejaba al descubierto sus labios y a la orilla del escenario había una anciana de aspecto maligno, sentada en una mecedora con una canasta llena de utensilios diversos.

La coneja se acercó a la mujer encadenada con un machete gigantesco, acarició su cuerpo y mordió uno de sus pezones haciendo que se estremeciera. Se introdujo dos dedos a la boca para humedecerlos y empezó a manipular el clítoris de su esclava, que a pesar del temor, no pudo evitar sentir placer. Con la mano libre, alzó el machete y lo dejó caer sobre el muslo izquierdo de su víctima, rebanándolo cual filete, y provocando que se retorciera frenéticamente y gimiera de dolor, le arrojó el trozo de piel a la anciana, que comenzó a manipularlo con sus arrugados y deformes dedos.

La torturadora siguió desollándola como si fuera un animal, jalándole la piel y utilizando el machete cuando era necesario, mientras que su víctima lloriqueaba suplicante. Arrojaba los trozos de piel a la anciana, que movía las manos con una velocidad anormal y no permitía ver lo que hacía con aquellos restos humanos.

El escenario estaba salpicado de sangre y la víctima ya no reaccionaba demasiado; Jazmín estaba impresionada, quería tocar aquel cuerpo rojizo y viscoso que apenas conservaba piel en los brazos, pies y rostro. La sádica liebre tomó unas pinzas de entre las herramientas de la anciana, le quitó la mordaza a la figura ensangrentada y comenzó a arrancarle los dientes uno por uno, arrojándoselos a la anciana que los tomaba y usaba para un propósito desconocido.

 Cuando terminó con la dentadura, la observó detenidamente: ya no conservaba fuerza alguna y apenas era sostenida por las largas cadenas. Acarició su rostro agonizante con sangre fluyendo de las encías lastimadas, y la besó procurando lamer toda la sangre en ella, de pronto la voz de la anciana la interrumpió, había terminado su extraño cometido.

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