Capítulo I

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Toda la vida es cuestión de miradas o de sentimientos, emociones tal vez, es difícil separar las cosas cuando debes estar ocupada colgando ropa en lo alto de un viejo cordel, mientras soplaba la brisa que movía los pastizales, también se entrometian entre el espacio de su viejo vestido. El ojo humano no es muy preciso a la hora de acostumbrarse a las incomodidades, la brisa, la ropa, la humedad de sus ropas, todo estaba ahí punzando su espina, sin embargo escuchaba hablar a su madre acerca de las tareas y deberes le daba ma idea de que su madre no la sentía, era eso o simplemente no le importaba.

--Madre, ya terminé de hacer esto, debo ir a otro lugar.--

--Juliana, tu sólo piensas en estar sola por ahí ¿Cuando me vas a traer a un buen muchacho?-- Juliana sin duda, algunas veces también se preguntaba eso, pero los chicos de su edad siempre estaban sucios, con hollín en sus mejillas, silbando a las chicas, hombres interesados en un montón de...otras cosas. Una vez, se fijó en uno, bueno, tenía cinco años, pero Roberto era le excepción a todos esos chicos jugueteando por ahí, él, en vez de corretear con los perros, dejaba que se echarán a un lado mientras comía manzana y leía un libro. Lamentablemente, nunca le habló, porqué Roberto no era de su alcance, eso escucho de parte de la señora que se hacía llamar su cuidadora, ya ven, hasta cuidadora tenía.

Cuando Juliana caminaba, sus pies hacían ritmos como si de un compás se tratara, y eso era gracioso como lo es algo irónico, llamaba un poco la atención sin querer hacerlo, no iba con una sonrisa en la cara todos los días y generalmente miraba hacia todas partes menos a las personas directamente a los ojos, aunque no de timidez. Llevaba una bolsa de tela entre sus dedos, largos y un poco machucados por el trabajo del día a día, aunque se esmeraba un poco más en cuidarselos, nunca se salvaba se algún golpe, pero siempre iban con una mancha de tinta. Ahora se dirigía hasta la vieja tienda de Pancho, era un hombre poco común, eso pensaba ella, era algo callado y benevolente, con rostro un poco duro y grandes brazos, suponía que siendo hombre, la bondad se debe esconder un poco más.

-- Esta niña no va a encontrar marido si se sigue comportando como lo hace ¿Puedes creer que quiere seguir estudiando? A los hombres no les interesa esas cosas, una buena dama tiene que ser.-- La señora Mercedes, vecina eterna del lugar, hablaba de su nieta como si ella no estuviera ahí, avergonzada, Juliana podía ver la expresión un poco incomoda de Panchito, a esto se refería con la poca capacidad de las personas de captar- a estas alturas ella se preguntaba- lo que no querían o simplemente era falla de especie.

--Hombres, hombres,hombres...¿Se han dado cuenta de la obsesión de las señoras por los maridos aún cuando ya los tienen? Al parecer las selecciones no estuvieron de lo mejor.-- La señora Mercedes vio a Juliana para arriba, la diferencia de alturas marcaba sin que nadie se diera cuenta, la diferencia de ideas, de espíritu. La nieta de la doña lo pudo ver, quizás tenía dos años menos que la chica que desde ahora podría ser su ejemplo, una persona que en ese momento la hacía sentir menos sola.

--Que insolencia...-- Mercedes no dijo nada más, recogió los víveres que Pancho, quien seguía callado, le había empacado en su propia bolsa de tela, su nariz estaba arrugada en gran molestia, viendo de arriba a abajo a la hija de "la forastera", así es como le pusieron a Lupe cuando llego hasta las periferias de la ciudad, con tan solo una niña de cinco años de la mano y un pequeño saco sucio. Con el tiempo Lupe haría trabajos de sirvienta o lavaria ropa, como casi todas en el lugar. Después de que la señora la juzgara demasiado tiempo con la mirada, se fue con el mismo descontento.

--No me mires así ¿Viste como estaba la pobre chiquilla?-- Juliana sabía que la mayoría del tiempo no debía reaccionar así, pero en serio no podía concebir esa clase de conductas, creencias ¿Quien puede ser tan miserable para hacer girar su vida en esa clase de cosas? Para ella la libertad era primero, la bondad y la malicia dependía de quien la miraba y otras cosas más de las que seguro escribiría, junto a plasmar imágenes en las que seguido se veía envuelta.

--Pero me espantas la clientela...- Le dijo Panchito con una sonrisa. El sabía que Juliana y su madre no eran las mejores recibidas, pero no podía evitar admirarlas un poco.

--A mi, si fuera tú, me preocuparía la señora Mercedes, ya sabes, no es Halloween todo el año...-- Soltó Juliana con la  frescura de una niña, ahí es cuando Panchito se acordaba de que tan solo tenía dieciocho años, que apenas comenzaba a vivir. El hombre soltó una pequeña risa.

-- ¿Quieres lo de siempre?-- Juliana al escuchar eso, asintió. Mientras veía como Panchito se iba a buscar sus encargos a la bodega de atrás, ella inspeccionó el lugar, aunque ya lo conocía, siempre podía memorizar más, la gran madera del mostrador, las repisas viejas en donde distintos frascos limpiados todos los días descansaban, esperando eternamente ser comprados, como todos nosotros. Sabia donde el piso oscuro rechinaba si lo pisaban, la cruz de cristo colgado en la pared de color crema. Panchito interrumpió su hilo de pensamientos al volver con papel, plumas y tinta.

--Por favor, anotalo en la cuenta a parte...¡ah! esta vez necesito un sobre.--Dijo Juliana acariciando las plumas con una sonrisa. De pronto se fijó en como el hombre la miraba, y si, era reproche.--No me mires así, sabes como se pone Lupe cuando gasto en esto.--

--No creo que a su madre le moleste tanto que escriba, es un buen hábito--

--Tu opinión no cuenta porqué quieres cortejarla, eso hace que tu visión de ella este...distorsionada o algo-- Juliana frunció el ceño al decir eso mientras guardaba las cosas en su bolsa, no era que esa idea le desagradara del todo, solo estaba consciente de lo difícil que podría ser, si algún día Panchito se atreviera incluso a saludarla.

Se despidió moviendo sus dedos en silencio, su camino ahora era hasta una pequeña biblioteca que quedaba a las afueras de su distrito, su lugar favorito para sentarse tranquila un momento. El día estaba quieto, y eso le gustaba, a veces su imaginación le jugaba malas pasadas cuando las copas de los árboles se movían demás o los cuervos revoloteaban mas fuerte, y con malas pasadas se refería a terrores espontáneos o cierta angustia generalizada, no negaría que a veces le gustaría verse...o sentirse mas tranquila, como se veían las personas en la calle. A medida que se acercaba a su destino, las elecciones de alcalde no se volvían más silenciosas, niños a los que seguramente les pagaban unos pocos pesos, vitoreaban el nombre de los distintos contrincantes, León Carvajal era uno de ellos, y el más popular se decía, rompiendo al fin la carrera de mandatos del antiguo señor Herrera, Carvajal, un empresario, de buen porte y ojos que parecían cariñosos, al parecer, una vez cansado de acumular solamente fortuna, también  se había interesado en la política.

Entró a la biblioteca esperando encontrar su puesto favorito vacío, saludó a la encargada con una sonrisa, de quien se conoce pero nunca se han hablando, tímida y con la posible promesa de alguna vez hacerlo.

Ya sentada, comenzó a inspeccionar el papel, fragil, inmenso, como enfocarse en el blanco y perderse de la realidad un momento, sin escuchar nada externo, nada más. Le pasaba seguido, sin embargo lo que ahora se cuestionaba era todo eso, pero, que además estaba vacío ¿Como empezar algo para alguien que solo has visto una vez en tu vida? Podía comenzar con preguntas pero era demasiado estructural como perder el encanto ¿una alabanza? Muy obvio ¿Disparates? Infantil.

Después de exactamente una hora y treinta minutos, Juliana salió un tanto derrotada de la biblioteca, se limpió un poco de sudor de su frente y luego pasó las manos por su vestido, sin importarle demasiado si se podía ensuciar, después de todo era uno de los mas baratos que tenia, y solo tenía tres que consideraría barato o no, ya que los demás los fabricaba Lupe con tela que las patronas le mandaban. Llegó hasta el casillero, leyó una vez más su tan ansiado proyecto, y lo puso en el buzón, tan solo quedaba esperar.

Un perro la acompañó de camino a casa, en el fondo lo agradecía porque la gente podía ser bastante brusca por la calle, sobretodo los carruajes, no sabia si era malhumor por falta de espacio, o la gente en realidad se atrevía a sentirse mejor que tú porque no andaba a pie. No pudo evitar acordarse un poco más de su hazaña, si era sincera, pensaba que no podía funcionar, que quedaría desesperanzada, como una niña que se emociona al esperar. Por eso quería convencerse de que no era tan grande su asunto, tomando en cuenta que solo mando una carta al nombre de "Valentina" al lugar en donde se ubica la academia de baile, información sacada de la señorita que vendía los boletos, algo en su entraña le decía que nada podía salir tan mal ¿Verdad?


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