Capítulo 1: El Autobús

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   —¡Blanca! —exclamó José mientras la chica abría los ojos.

   —¿Qué pasa? —preguntó la chica de piel blanca y cabello castaño al ver por la ventana del autobús.

   José, de piel morena y cabello negro que combinaba extrañamente con su estatura alta, siguió mirándola con cierto grado de preocupación.

   —¿Ya estás mejor? —preguntó José sentándose mejor en su lugar— Creo que llevas 2 horas dormida.

   —¡¿En serio?! —la voz de Blanca se tornaba más cansada— ¿Qué pasó?

   —Bueno, luego de tu pelea con Abel, nada fuera de lo común. Bueno, las chicas de atrás estuvieron comiendo todo el camino y creo que una de ellas empezó a vomitar fuera de la ventana. ¡Fue asqueroso!

   —¿Abel? ¿Sigue en el autobús?

   —Sí, está allá con Renata.

   Blanca volteó su mirada para ver a un chico de estatura media-baja recostado en el hombro de una chica robusta al final del autobús.
   Ambos se veían cansados, en especial el chico.

   —¿Sigues enojada? —le preguntó José con una mirada inocente.

   —¡Qué pregunta! —exclamó Blanca cruzando sus brazos y mirando por la ventana— No puedo creerlo...

   —Bueno... —susurró José bajando la vista— Al menos ya no van a pelear...

   —¿Por qué?

   —Abel y tú han terminado...

   —¡¿Qué?!

   La sorpresa del olvido hizo a la chica girar a ver hacia su antiguo amante. Abel dormía tranquilo; su piel morena clara se volvía más brillante ante los destellos de sol que venían de la ventana, su cabello negro (que se veía más como un casco que como cabello) brillaba de un color rojizo poco creíble, sus labios se veían más delgados y el cuerpo poco tonificado le hacía notar muy débil.
   Abel era un chico muy extraño; demasiado contradictorio. Era el mejor amigo de José y también una relación dispareja con Blanca.

   —Siempre están peleando —le comentó José—. No entiendo, si se aman tanto, ¿por qué pelean tanto?

   —Si tu amiguito no estuviera drogado en éste momento, no estaría tan enojada —contestó Blanca.

   —Lo entiendo, es creíble.

   —¿Creíble?, hice un gran esfuerzo para estar en el mismo autobús que él y mira con las gracias que me sale...

   —Abel es estúpido.

   —¡Ya sé que es estúpido!

   En el camión se toparon con un bache que hizo saltar a todos. Abel se levantó de golpe y se estrelló de golpe con la ventana, haciendo reír a todos.
   Incluyendo a José y al conductor.

   —A eso me refiero... —esbozó Blanca sin voltear a ver— Siempre anda de payasito...

   —¡Pero Abel es adorable! —exclamó José riendo— Aunque debo admitirlo, tiene un mal manejo del alcohol...

   —¡Está drogado!

   —Debimos vigilarlo, creo que no es bueno dejarlo solo con sus amigos drogadictos...

   Abel miró a todos lados y luego volvió a caer dormido en el hombro de Renata.
   El camino fue largo hasta que llegó la hora de bajar.

   —Yo ni quería estar aquí —dijo Blanca en voz baja.

   —¿Por qué no hablas con él? —le preguntó José poniéndose una gorra.

   —Déjame recapitular —respondió la chica—; subió drogado a un autobús, hizo el ridículo, me bajé y amenace con irme pero él no bajó por mí, me hizo pelearme en medio de todos y ahora terminamos. ¡Siempre es lo mismo con él!

   —Abel es bueno. Dale tiempo, sabes que las relaciones no se le dan bien. Y creo que lo sabes por carne propia.

   Blanca bajó la mirada.
   Lo sabía. Él y ella no habían tenido una historia olor a fresas desde que se conocieron; peleas, celos e inseguridades. Sin embargo, siempre lograban arreglarse, pero ahora eso parecía algo imposible.

   —Sólo me gustaría saber qué mierda pasa por su cabeza —dijo Blanca bajando del autobús y tomando sus maletas.

   —Drogas —contestó José tomando su maleta y observando que su comentario no había generado comodidades en ella—. Es decir, nada bueno...

   Caminaron en medio del campo; su destino era una explanada muy ancha y larga, varias tiendas de campaña ya estaban puestas y varios jóvenes ya merodeaban por ahí.
   Blanca y José siguieron al grupo de amigos que siempre recurrían, la chica giró para notar la ausencia de Abel entre ellos.

   —¿Vamos a tener una cabaña? —le preguntó Blanca a José.

   —Sí —respondió él—, gracias a Abel que ganó en ese concurso de canto. No sabía que cantaba así.

   Llegaron al lugar; una cabaña con una gran cama, una mesa, una especie de living y un escritorio. Para estar una semana ahí, parecía genial.
   Ambos se acomodaron y Blanca salió para tomar aire fresco y ver la gran montaña cerca de ellos.

   —¿Te imaginas escalar esa montaña solo? —le preguntó José en modo de broma mientras ponía sus desodorantes en el escritorio— Es una locura. No lo hagas, por favor.

   A lo lejos, en una especie de carrito de golf; un chico bajo con dudosa lucidez venía acercándose con una maleta pequeña y roja en forma de cilindro.

   —Ese es... ¿Abel? —susurró José poniéndose detrás de Blanca en la puerta.

   —Por Dios... —esbozó Blanca observando cómo Abel se estrellaba con un árbol cercano.

   —¡Llegué! —exclamó Abel con una voz infantil y coqueta— Siento lo del árbol, es que perdí a Renata y me fui para otro lado. En fin, se lo robé a unos tipos que andaban jugando golf al otro lado del bosque. Si alguien pregunta, me fui del país.

   Blanca y José vieron entrar al chico tranquilamente.

   —Sí, Abel es bueno —sonrío Blanca a lado de José y fue por le chico totalmente furiosa—.  ¡En serio que algún día te voy a matar a golpes! ¡¿Cómo se te ocurre venir drogado?!

   —Primero que nada; prefiero la palabra "ambientado" —contestó Abel de manera tranquila—. Y segundo; ¡tranquila!, sólo llevo 15 minutos aquí y ya me estás regañando.

   —Hace frío aquí, ¿no? —comentó José para salir corriendo de ahí.

   —Tiene razón —señaló Abel tomando una chaqueta negra de cuero que extendió a Blanca—. No quiero que te congeles.

   —¡Jódete! —gritó Blanca y tomó la chaqueta de Abel.

   Ella salió enfurecida y Abel se mantuvo observando con un rostro inocente de niño pequeño.

   —De nada...

Éxtasis VersátilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora