Cap. 23: Mi pequeña titán cambiante

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— Nanaba, ¿está todo listo para marchar? — le pregunté a la rubia mientras llevábamos a nuestros caballos hasta la puerta.
— Sí, solo falta que Eren se reúna con nosotras.
— Le vi antes despidiéndose de sus amigos, no tardará en venir.

Un cielo de nubes casi negras y densa niebla nos acompañaban, los días previos al verano llegarían pronto a su fin para dar paso a la calurosa estación pero aquel mayo estaba siendo caprichoso en cuanto al tiempo. Las frías corrientes de aire sacudieron las banderas verdes con el símbolo de las alas que se hallaba cerca de donde estábamos, haciendo que todas virasen hacia el muro. Intentaba que la capa no fuese ningún estorbo ya que el cabello lo tenía recogido en una trenza de espiga que Levi se había ofrecido a hacerme por la mañana.

Los últimos días que habíamos pasado en una relación amorosa fueron algo único para mí, no tenía ni idea de cómo las personas podían llegar a cambiar cuando se trataba de amor. Levi era increíblemente atento y cariñoso en todo momento; desayunábamos, comíamos y cenábamos en compañía del otro, paseábamos de la mano por los jardines siempre que pudiésemos y en las noches dormíamos juntos: todo aquello sumado a los innumerables besos, abrazos y caricias. Ambos fuimos conscientes que en la expedición que nos esperaba íbamos a pasar un tiempo indefinido separados, así que aprovechamos el día anterior para pasarlo juntos en la zona rural de la ciudad; nos divertimos nadando en el lago que había por la zona y compramos unos bollitos de crema que Levi nunca había probado.

Volví al mundo real cuando sentí la mano de Eren sobre mi hombro para llamar mi atención.

— ¿Estamos todos? — pregunté al ver a los tres soldados junto a mí — Bien, vamos allá.

La pesada puerta de piedra se abrió con lentitud, solo una sacudida a las riendas de los caballos y pronto nos encontrábamos cabalgando llanura a través dentro de la formación compuesta de trescientos soldados. Erwin estaba al frente de todo, señaló con el brazo que nos separásemos y así fue como la larga fila se partió en tres columnas; dos hacia los lados y otra que seguiría una ruta recta. Supe que Levi estaría en la columna recta con los que fueron mis antiguos compañeros bajo su mando.

Llevé una mano a los bordes del suave lazo rosa que llevaba para acariciarlo, cerré los ojos y suspiré para calmarme.

— ¡Vamos, iremos por aquí! — ordené llevando a mis subordinados hacia el otro extremo del bosque, rodeándolo así.

Algo en mí sentía una presencia cerca, no había titanes por ningún lugar y eso me hacía sospechar de que Zeke estaría detrás de su ausencia.

— ¿¡Cómo es que está todo tan tranquilo!?
— ¡Seguramente Zeke vuelva a controlar a los titanes a su antojo, Nifa! — le contestó Eren por mí.
— ¡Exacto, así que andad con mucho cuidado!

Una gota de agua tras otra, la lluvia comenzó a encharcar todo el terreno haciendo que a los caballos les costase mantener el ritmo veloz. Por nuestra parte, la capucha de la capa llegó a un punto en que la fría agua empezó a traspasar la lana empapando los uniformes. Era un día horroroso. La lluvia no tardó en convertirse en diluvio y nos fue imposible continuar.

— ¡Mirad, allí hay una casa abandonada! — señaló Nanaba.
— ¡Refugiémonos hasta que amaine el temporal!

Aquella casa en ruinas parecía haber sido abandonada hacía poco, las paredes estaban algo dañadas pero en general se veía estable y segura. Al contar con establo dejamos que los caballos descansasen ahí, había algo de heno que podían comer y estaban refugiados del aguacero.

Eren, Nanaba, Nifa y yo caminamos cautelosos por lo que era el comedor, Nifa encendió una de las lámparas de aceite que pendía de la pared para iluminarnos y nos quitamos la capa mojada. El agua que perlaba nuestros rostros empapó nuestros cabellos haciendo que las gotas cayesen seguidamente al suelo de madera que pisábamos, tiritábamos de frío intentando encontrar algo con lo que secarnos.

— As, toma — dijo Eren tendiéndome un paño.
— Gracias, lo necesitaba.
— ¿Y ese lazo que llevas alrededor del cuello?
— Ah, esto, es... un regalo.
— De quién.
— Nada importante, centrémonos — hablé seria caminando a la mesa.
— ¿Estás bien? ¿Pareces dolorida?

Y no se equivocaba, desde que llegamos a la casa sentía la cabeza algo pesada y un murmullo en mis pensamientos que no lograba entender. Eren también se llevó la mano a la frente y se apoyó en el respaldo de las sillas dispuestas a lo largo de la mesa.

— ¿Eren, Astrid os encontráis bien los dos? — preguntó Nanaba al vernos así.
— Algo va mal... — susurré.

Nifa miró por la ventana empañada por el frío y la lluvia cuando de lejos divisó algo que la hizo dar un salto hacia atrás del susto; el titán bestia. Eren se acercó a la ventana para ver al enorme titán entre los árboles mirando fijamente a la casa con ojos de un rojo intenso, el chico se estremeció antes de volver a llevarse una mano a la cabeza cada vez más molesto por el dolor.

— Dios mío, da mucho miedo... — comentó Nifa — Superiora, tenemos que hacer algo...¿Astrid?

Nanaba y Nifa nos miraron extrañadas antes de que la rubia interpusiera un brazo ante la chica de pelo coral para hacerla retroceder hasta la puerta, Nifa se veía horrorizada mientras que Nanaba desenvainó su espada. Eren y yo teníamos los brillantes ojos rojos que Zeke mostraba.

— Astrid... Eren...

Ambos nos mantuvimos callados, estábamos arrodillados en el suelo con la mirada fija en ellas totalmente quietos. No conseguía pensar ni moverme aunque quisiera, solo había una voz en mi cabeza que se hacía cada vez más fuerte; "Busca a Erwin y mátalo" era lo que se hacía más entendible.

Eren y yo nos llevamos la mano a la boca, Nanaba abrió la puerta y tiró del brazo de Nifa para sacarla de allí cuanto antes, corrieron bajo la lluvia lejos mientras que nos mordíamos la mano para transformarnos.

— Los ojos de sus titanes también son rojos...
— ¡Les está controlando! ¡Cómo es posible si no son enteramente titanes!

La tierra tembló a cada paso que Eren y yo dábamos, nos movíamos lentos, yo sobre mis cuatro patas como me era más cómodo, aferrándome con las garras de las manos a la tierra húmeda. La lluvia disminuyó haciendo todo mínimamente más visible, las dos chicas no sabían qué hacer.

"Busca a Erwin y mátalo", repitió la voz. Y como si no fuese dueña de mi propio cuerpo empecé a correr hacia el bosque lo más rápido que podía, dejando a mis compañeros atrás.

DIARIO DE UNA ERDIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora